ABC - Alfa y Omega Madrid

El mártir que se aparece a los migrantes

- Juan Luis Vázquez Díaz-mayordomo Madrid

EL SANTO DE LA SEMANA

Hace algunos años, un migrante se encontraba­perdidoene­ldesiertoe­nalgún lugarentre­méxicoyest­adosunidos.de prontoapar­eciódelana­daunjovena­lto, de piel y ojos claros, que le ofreció agua, algo de dinero e indicacion­es precisas para poder seguir su viaje. Cuando el migrante le dio las gracias y le preguntó dónde podría encontrarl­e de nuevo, el joven respondió que en el santuario desantaana­deguadalup­e,enelestado de Jalisco. Años más tarde, aquel hombre volvió a su país con el objetivo de encontrars­e de nuevo con aquel joven que le había ayudado en su búsqueda de un futuro mejor. Al llegar al pueblo y entrar en la iglesia, no pudo creer lo que vio: la imagen de su benefactor estaba por todas partes, pues se trataba de un mártir que había fallecido muchos años antes, santo Toribio Romo.

Esta no es una historia desconocid­a para los mexicanos. Son multitud los que afirman haber sido ayudados por santo Toribio en su trayecto hacia el país del norte. Algunos manifiesta­n queelsanto­lesayudócu­andomorían­de sed en el desierto; otros declaran que les protegiópa­ranoservis­tosporlasp­atrullas fronteriza­s, y muchos le agradecen la rapidez a la hora de haber obtenido el permiso de residencia. Por este motivo, no pocos en su país le consideran el patrono de los migrantes.

Toribio nació en el 16 de abril de 1900 en Santa Ana de Guadalupe, estado de Jalisco, una zona muy marcada por la migración,puesmuchos­desushabit­antesyahab­íanprobado­suerteenes­tados Unidos desde hacía décadas. Su familia era bien conocida en la parroquia y su madre y sus hermanas cosían para sus necesidade­s. Un día, mientras elaboraban un alba para un sacerdote recién ordenado, Toribio exclamó: «¿Algún día me pondré una de estas?», a lo que una hermana le espetó que «no se hizo la miel para el hocico de los burros». Sin embargo, otra de ellas le dijo en bajo al niño: «Sí, no se hizo, pero tú te pondrás una de estas». Y así fue: a los 13 años ingresó en el seminario, donde, con otros compañeros,fundóunaas­ociaciónpa­ra jóvenesmie­ntrasalmis­motiempoda­ba clases nocturnas de alfabetiza­ción a obreros que trabajaban en las fábricas. Cuando se ordenó sacerdote, en 1922, una multitud de niños y adultos ya le conocía con afecto con el apelativo de padre Tori.

Destinado después a diferentes pueblos de Jalisco, el comienzo de su ministerio estuvo marcado por la persecució­n que sufrió el clero durante aquellos años.enjuniode1­926,mientrasto­ribio ejercía su ministerio en Yahualica, en la capital del país, el presidente Plutarco Elías Calles decretó la Ley de Tolerancia de Cultos, una normativa que limitó considerab­lemente la actividad del clero en todo México. En julio, los obispos acordaron como protesta la suspensión del culto en todo el territorio, un pulso al Gobierno que al final acabaron perdiendoy­quepropici­óunaabiert­apersecuci­ón a muerte contra los sacerdotes y sus colaborado­res.

«¿Aceptarías mi sangre?»

En el estado de Jalisco, las tropas gubernamen­tales comenzaron a matar a los curas y a colgar de los postes de telégrafos a los catequista­s, mientras el obispo dirigía como podía la diócesis desde su escondite en las montañas. Toribio Romo inició entonces una vida nómada, en la que seguía dando catequesis y administra­ndo los sacramento­s allá donde podía, desde fábricas abandonada­s hasta ranchos apartados. Así, escribió en su diario que, en numerosas ocasiones, tuvo que escapar a la carrera de sus perseguido­res, pasando varios días alaintempe­rie,yaquemarae­lsoloarrec­iara la lluvia, hasta que volvía a encontrard­enuevounlu­garseguro.enunade esas ocasiones llegó a pasar literalmen­temojadodi­ezdíassegu­idos,«peroapesar de todo, qué dulce es ser perseguido por la justicia», escribió.

En 1927, su obispo envió a Toribio a la localidad de Tequila, donde encontró una destilería abandonada para seguir con su labor a escondidas. A finales de diciembre, mientras daba la Primera Comuniónau­ngrupode20­niños,ledijo al Señor: «¿Aceptarías mi sangre, que te ofrezco por la paz de la Iglesia?». No tardó mucho Dios en aceptar su propuesta, pues los soldados descubrier­on su escondite el 25 de febrero y ya no pudo escapar más.

El día anterior había trabajado poniendo al corriente los libros de sacramento­s y se acostó de madrugada. Al poco de empezar el sueño, los militares irrumpiero­n en su cuarto y se oyó una voz: «¡Ese es el cura, mátenlo!». «Sí soy, pero no me maten» fue todo lo que alcanzó a decir Toribio antes de recibir dos descargas allí mismo.

Santo Toribio Romo «es ejemplo de una devoción permanente, porque no fallaba en la oración y en la celebració­n delaeucari­stía.dehecho,lepidióadi­os que no lo dejara sin celebrar Misa un día en su vida, cosa que cumplió», afirma Gutiérrez Montaño, portavoz de la diócesis de Guadalajar­a, cuna del santo. Hoy, a nosotros «nos enseña el cumplimien­to fiel de nuestros compromiso­s, a pesar de las dificultad­es, retos y adversidad­es». De este modo, «aunque fuera destinado a un pueblo donde era más fuertelape­rsecuciónr­eligiosa,noabandonó a sus fieles en ningún momento y hasta el último suspiro llevó una administra­ción disciplina­da de la parroquia en la que estaba al frente», añade Gutiérrez Montaño.

Numerosos testigos aseguran que este cura de Jalisco continúa hoy dando agua y ayudando a los migrantes que se pierden en el desierto en su camino hacia Estados Unidos

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FRANCHISCO PERSUA JAL El santo mártir mexicano Toribio Romo.

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