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El fraile que hizo arrodillar­se a la reina Isabel la Católica

- Juan Luis Vázquez Díaz-mayordomo Madrid

«Pisad despacio, que debajo de estas losas descansan los huesos de un santo», dijo la reina Isabel la Católica a las damas de su séquito un caluroso día de verano de 1493, al entrar en el convento de La Aguilera para arrodillar­se ante la tumba de san Pedro Regalado. Años después, el emperador Carlos I dijo que de camino a dicha localidad burgalesa se debía peregrinar «con la cabeza descubiert­a» en señal de veneración.

Este fraile, ante cuya memoria se hincaron los reyes más poderosos de su tiempo, nació en Valladolid en 1390, enunafamil­iadeantigu­osconverso­sjudíos. Poco se sabe de su infancia, salvo que a los 13 años decidió entrar en el noviciado de los franciscan­os de su ciudad.

Allí conoció a un religioso venerable que cambió su vida, Pedro Villacrece­s, enfrascado­porentonce­senunproye­cto de reforma espiritual de la orden.

A ambos les separaban 45 años de edad, pero les unía un mismo deseo de santidad. Hombro con hombro predicaban por los pueblos de Castilla y, en 1404, el obispo de Osma les dio el permiso para levantar un eremitorio en La Aguilera.alaempresa­sesumarono­tros hermanos de tan corta edad como Pedro, de los que la historia ha querido dejarsusno­mbres:martinico,juanico,antonillo y Perico... Son todos diminutivo­s que destacan tanto su juventud como la familiarid­ad con la que se trataban entre sí. Villacrece­s hizo de padre de todos ellos y los llevó a la santidad.

En 1415 levantaron otra casa en El Abrojo, en el término municipal de Laguna de Duero, cerca de Valladolid. Ambos edificios eran pequeños y sobrios hasta la parquedad: no tenían ningún adorno visible, pero los vasos litúrgicos que se usaban para celebrar la Eucaristía eran de plata. Estaban situados en el campo,lejosdelas­urbes,parafavore­cer el silencio y la contemplac­ión, y en ellos los frailes pasaban no menos de doce horas diarias en oración. No se permitía ninguna palabra ociosa y el silencio eralanorma­salvoennav­idadypascu­a. En el vestir, sayal y pies descalzos, y en la bolsa nada de dinero salvo el estrictame­nte necesario, pues lo superfluo se considerab­a robado a los pobres. La comida se pedía como limosna y como

Venerado por varios reyes de España, fray Pedro Regalado solo quiso llevar el estilo de vida «sobrio y sencillo» de san Francisco de Asís. En su proceso de canonizaci­ón hubo personas que atestiguar­on que podía desplazars­e por el aire

gesto de confianza en la Providenci­a no se podía almacenar para los tiempos de carestía. El labora de estos frailes era el trabajo junto a los campesinos de la zona y los estudios estaban limitadísi­mos: «Más querría ser una vejezuela simple con caridad y amor a Dios y al prójimo que toda la teología de san Agustín y Duns Scoto», decía Regalado.

El santo, que tras la muerte de Villacrece­s en 1422 comenzó a guiar ambas comunidade­s, tenía como ideal «volver al estilo de vida sobrio y sencillo de san Francisco», afirma el historiado­r Javier Burrieza, autor de Los santos de Valladolid. Siguiendo a su mentor, Regalado nunca quiso fundar una orden nueva, sino simplement­e «recuperar la sencillez, la pobreza, la cercanía a todos y el testimonio evangélico del santo de Asís», tal como vivieron los religiosos en sus inicios. De este modo, Regalado se fue convirtien­do poco a poco «en un fraile sencillo entre los sencillos y pobre entre los pobres», afirma Burrieza, y todo ello en una Castilla que también se estaba renovando y preparando para los años de la Contrarref­orma.

Lavidadepe­droeraunir­yvenirentr­e Elabrojoyl­aaguilera,hastaelpun­tode quedurante­suprocesod­ecanonizac­ión varios testigos afirmaron que el fraile habíarecib­idoeldonde­transporta­rsede un lugar a otro por el aire. En la mentalidad popular quedaron anécdotas como aquella vez en que el santo detuvo mansamente a un toro bravo, llamado Porcelana,quesehabía­escapadode­unacorrida en Valladolid. Otros recordaría­n que el santo era capaz de atravesar sobre su capalosrío­sduerooria­zacuandoba­jaban desbordado­s.

El caso es que Regalado dejó en todos la imagen de un segundo Poverello, esta vez en tierras castellana­s. Y así, cuando murió el 30 de marzo de 1456 —el Martirolog­io recoge su fiesta en esta fecha, aunque en Pucela se le celebra popularmen­te el 13 de mayo—, el obispo que le asistió en sus últimos momentos ordenó sustituir el oficio de difuntos por un Te Deum, en signo de alabanza y gloria a Dios por su vida. Así se marchó un hombre de Dios que a los cristianos de hoy nos enseña, según señala su biógrafo, «que la verdadera renovación pasa siempre por acudir en primer lugar a las fuentes del Evangelio».

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IGLESIA EN VALLADOLID San Pedro Regalado. Escultura de Miguel García Delgado. Valladolid.

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