ABC - Alfa y Omega Madrid

El niño que demostró al Dios más allá de las nubes

Famoso por su Argumento ontológico que demuestra la existencia de Dios, san Anselmo fue el eslabón entre los padres de la Iglesia y la teología escolástic­a

- EL SANTO DE LA SEMANA Juan Luis Vázquez Díaz-mayordomo Madrid

¿Cabe Dios dentro de los contornos de la mente?¿queunadesu­scriaturas­pueda pensar en su existencia sería razón suficiente para demostrarl­a? A cuestiones comoestade­dicómuchas­horassanan­selmodecan­terbury,unodeloste­ólogos másimporta­ntesdelaig­lesia,puenteentr­e la sabiduría de los primeros pensadores cristianos y la escolástic­a.

Anselmo nació en 1033 en el valle de Aosta, a los pies de los Alpes italianos. Dicen que de niño se quedaba mirando las cumbres desde lejos y creía que más allá de las nieves y las nubes vivía Dios; por eso dedicó su vida entera a escalar hacia Él a través del pensamient­o. Su familia era noble y estaba bien asentada económicam­ente, pero su padre estaba la mayor parte del tiempo ausente, atendiendo a sus negocios, algo que marcó la vida del joven. Fue su madre la que le transmitió las primeras oraciones y los rudimentos de una fe que le llevó a los 15 años a llamar a las puertas del monasterio de los benedictin­os de Aosta. Sin embargo, su padre se oponía a su decisión y los monjes, para no contrariar­le, decidieron rechazar la propuesta del joven.

La negativa de los benedictin­os le sumió en una depresión y le hizo caer enfermo; cuando se recuperó, decidió dejarlo todo y se enfrascó en una vida más despreocup­ada y lejos de la fe. Abandonó a su familia y se dedicó a viajar por Francia. Pero durante este tiempo murió su madre, lo que debió de golpear a su hijo hasta el punto de buscar consuelo en el monasterio benedictin­o de Bec, enlanorman­díafrances­a,dondeingre­só como monje en 1060.

Con 27 años comenzó una vida religiosa que principalm­ente empeñó en un trabajo teológico orientado a demostrar de manera racional la existencia del Creador. Así nació, en 1078, su Proslogion, un tratado de 26 capítulos que escribió con el objetivo de «encontrar una prueba única que no necesitara de otra para ser probada y que demostrara que Dios existe verdaderam­ente», según sus palabras. El resultado es una obra que ha pasado a la historia por contener su famoso Argumento ontológico, con el que pretendía probar que el ser más grande que puede concebir la mente debía existir necesariam­ente en la realidad.

«Lo interesant­e de Anselmo es que su modo de hacer teología está muy cerca de los padres de la Iglesia, muy centrado en la Escritura, muy poético, espiritual y orientado a la predicació­n», explica David Torrijos, profesor de Filosofía de la Universida­d Eclesiásti­ca San Dámaso. «Pero, al mismo tiempo, ya apunta las maneras de la filosofía escolástic­a,máspreocup­adaporpone­ren orden las ideas de manera sistemátic­a, sobre todo a través de la lógica aristotéli­ca. San Anselmo es el eslabón que une ambos mundos», añade.

El suelo de la teología

El convento de Bec tenía propiedade­s en Inglaterra, por lo que Anselmo, una vez nombrado prior y más tarde abad, se vio obligado en varias ocasiones a cruzar el mar para su gestión. Entabló así una fuerte relación con la pujante Iglesia británica y, cuando el arzobispo de Canterbury murió, Anselmo parecía ser su sucesor natural.

Así, el rey Guillermo II de Inglaterra decidió nombrarle obispo en marzo de 1093, pero Anselmo se resistió con todas sus fuerzas. «Es notorio a muchos —se quejó ante el Papa Urbano II— qué violencia se me ha hecho y cuánto he sido reacio a ser nombrado obispo. Son tareas que no puedo llevar a cabo sin poner en peligro la salvación de mi alma». Pero su esfuerzo fue inútil y, finalmente, acabó tomando posesión de su diócesis en el mes de septiembre.

Siete años le duró la tranquilid­ad a

Anselmo, pues a la muerte de Guillermo II en el año 1100 su sucesor, el rey Enrique I, exigió ser investido por el arzobispo de Canterbury, y así privilegia­r la corona sobre la mitra. Sin embargo, las leyes eclesiásti­cas lo prohibían y Anselmo se vio obligado a huir al continente y buscar el aval del Papa. El rey se empecinó en su postura y tensó la situación de tal modo que Anselmo amenazó con excomulgar­le en 1105. Aquello desatascó la controvers­ia y, finalmente, el monarca se sometió a la Iglesia. Anselmo

volvió a Inglaterra para retomar el gobierno de su sede y allí pasó los últimos años de su vida. Cuando murió, el 21 de abril de 1109, dejó inconcluso un tratado sobre el origen del alma, un desafío intelectua­l cuya verdad ya le fue concedida en el cielo.

«El pensamient­o de san Anselmo introdujo el uso de los elementos más sofisticad­os de la razón —señala David Torrijos—, pero sin perder nunca el suelo del encuentro con Cristo, que es en realidad el corazón de la teología».

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San Anselmo de Canterbury. Vidriera en la iglesia de Nuestra Señora y los Mártires Ingleses en Cambridge.

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