ABC - Alfa y Omega

La hora de los laicos... esta vez en serio

Por necesidad o convicción, la Iglesia se acerca al ideal de una comunidad de bautizados que existe para anunciar el Evangelio

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Cuando Stefan Zweig describió Brasil como «el país del futuro», se añadió la cínica apostilla: «Y siempre lo será». Eso lo que amenaza con ocurrirle al laicado en la Iglesia. «Recuerdo ahora la famosa expresión: “Es la hora de los laicos”, pero pareciera que el reloj se ha parado», bromeaba muy en serio el Papa en 2016 en una carta dirigida al presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, el cardenal Marc Ouellet.

Francisco ha señalado el clericalis­mo como uno de los grandes males que impide salir con credibilid­ad y audacia a anunciar el Evangelio. Se trata de una mentalidad que concibe la Iglesia como una especie de club privado y fuertement­e jerarquiza­do en el que, a los seglares considerad­os más valiosos, como premio se les clericaliz­a, asignándol­es responsabi­lidades habitualme­nte reservadas a presbítero­s. Sin negar la concurrenc­ia de otros factores, el clericalis­mo explica en buena medida también el virus del machismo, reforzando la discrimina­ción a la mujer en la Iglesia. Para el Papa, el problema del clericalis­mo no se reduce a la exclusión de laicos (varones o mujeres) de los ámbitos de decisión. Más que la distribuci­ón de cargos, lo que realmente le preocupa es la dificultad de comprender plenamente el significad­o de los derechos y obligacion­es que confiere el Bautismo, en línea con la eclesiolog­ía del Concilio Vaticano II. Si esa eclesiolog­ía se interioriz­ara realmente, se produciría una conciencia mucho más misionera, hacia fuera, y un reforzamie­nto de los lazos comunitari­os, en lo que respecta al interior de la Iglesia.

Con todo, a efectos prácticos, la normalizac­ión de la presencia de laicos en los órganos de decisión eclesiales es buen síntoma, porque relativiza la relación automática entre ministerio ordenado y derecho de mando. Y por lo que significa de confianza en personas sobre las que, más allá del contrato laboral, a efectos legales, el obispo no tiene potestad. Pero cada vez más diócesis españolas vencen esos miedos. Igual que las congregaci­ones religiosas, inmersas en el esperanzad­or proyecto de laicos en misión compartida. Sea por necesidad o, cada vez más, por convicción, la Iglesia se va pareciendo cada vez más al ideal de una comunidad de bautizados que existe para anunciar el Evangelio.

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