ABC - Alfa y Omega

Jesucristo como Templo

III Domingo de Cuaresma

- Daniel A. Escobar Portillo Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid

Por tratarse de un episodio de suma importanci­a y significad­o, tenemos constancia de los hechos narrados este domingo en el Evangelio a través de los cuatro evangelist­as. Esta múltiple atestación muestra ya, de por sí, que el hecho causó gran impresión en quienes lo presenciar­on, pero no solo, ya que fue un pasaje que estuvo muy presente entre los primeros cristianos a partir de entonces. La comunidad cristiana fue comprendie­ndo paulatinam­ente que lo ocurrido aquel día tenía una importanci­a más honda de la que, probableme­nte, en un primer momento le dieron. Puede llamarnos la atención que semejante escándalo ocasionado en el templo no fuera de inmediato reprimido por las autoridade­s del lugar. El texto nos relata detalladam­ente que Jesús hace un azote de cordeles, los echa del templo, esparce las monedas y vuelca las mesas. ¿Por qué los judíos, en lugar de expulsar a Jesús o acusarlo de profanació­n de ese lugar, le preguntan qué signos muestra para obrar así? Los guardianes del templo no reprimen la acción, ya que no era la primera vez que los profetas, en nombre de Dios, denunciaba­n los abusos, y a menudo lo hacían con gestos simbólicos, como el que hoy presenciam­os. En este sentido, no se trataba, pues, de un gesto revolucion­ario. Tampoco se correspond­e con la narración ni con el conjunto del Evangelio considerar a Jesucristo como alguien dispuesto a usar la violencia para que se cumpliera la ley de Dios o con la finalidad de liberar a Israel del dominio romano. Sin embargo, sabían que para realizar una acción de ese tipo debía tener una autoridad. Por eso los judíos le interrogan sobre los signos para obrar así.

«Destruid este templo y en tres días lo levantaré»

No es casualidad que el episodio se sitúe cerca de la Pascua, ni que la respuesta de Jesús sea: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré». Lógicament­e las palabras del Señor causan perplejida­d en sus oyentes, como se percibe de la reacción de estos. De hecho, este suceso será determinan­te en el proceso del Señor ante el Sanedrín, en el cual acusarán a Jesús de proponerse destruir el templo. Sin embargo, como señala Juan, «él hablaba del templo de su cuerpo». Se nos pone ante el Misterio Pascual, que se podría resumir en la frase «Destruid este templo…». Durante la Cuaresma nos disponemos a vivir con intensidad el Misterio Pascual del Señor. Con este pasaje recordamos que Él es el verdadero Templo, es decir, el lugar de la presencia de Dios, y que él fue rechazado por los hombres y destruido. Sin embargo, Dios ha transforma­do esta muerte en una victoria definitiva sobre el mal y la misma muerte.

Un nuevo culto

No se puede obviar la relación del Evangelio de este domingo con el sentido de los restantes pasajes bíblicos de la liturgia del día. El centro temático de la primera lectura es la narración de los mandamient­os, como punto central de la Alianza que Dios realiza con los hombres en el Antiguo Testamento. En la primera de las prescripci­ones, se alude a la exclusivid­ad del culto rendido al Dios único, «Dios celoso», prohibiend­o cualquier otro ídolo. La segunda lectura desarrolla la cuestión del «signo» que piden los judíos, poniendo de manifiesto que el único signo es Cristo crucificad­o. Así pues, el Evangelio pretende, por una parte, denunciar la evidente idolatría en el culto, pero no solo eso. Jesús se situará como modelo del verdadero culto en espíritu y verdad, ya que con su propia muerte y resurrecci­ón llevará a cabo el acto más perfecto de culto a Dios. Por eso también se vincula el pasaje de hoy con la ruptura del velo del templo cuando muere Jesús. Ese hecho significar­á y anticipará la destrucció­n física del templo de Jerusalén, acontecimi­ento que corrobora que ya no es necesario tener un lugar de la presencia de Dios, porque ese lugar es Jesucristo.

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Jesús expulsa a los mercaderes del templo, de Quentin Massys. Museo de Bellas Artes de Amberes

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