Una visión trascendente de ti mismo y de todos los hombres
¿Qué mejor servicio se puede ofrecer al hombre que promoverlo en su auténtica dignidad de hijo de Dios?
En este tiempo de Cuaresma, os animo a seguir descubriendo en la Cruz la medida de la respuesta y del poder de Dios. ¡Qué fuerza e intensidad da a la vida experimentar que Cristo se ha entregado por todos y cada uno de los hombres, y que nos ama de modo único y personal! ¿Has pensado esto? ¿Qué significado tiene en tu vida que Dios mismo te ame a ti, haya dado la vida por ti? La única respuesta es saber responder ofreciéndole nuestra vida con amor. Para tener una visión trascendente de ti mismo y de todos los hombres, renueva y fortalece la experiencia del encuentro con Jesucristo muerto y resucitado por nosotros.
¿Qué mejor servicio se puede ofrecer al hombre, a todo hombre, que promoverlo en su auténtica dignidad? Sí, auténtica: imagen y semejanza de Dios y con el título que jamás podemos darnos nosotros: hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Es cierto que esta tarea debe ser compromiso de todos y ser garantizado por el Estado. Pero todos los discípulos de Jesucristo participamos en esa promoción con la originalidad que nos da la visión de persona que nos regala Jesucristo. No lo hacemos para diferenciarnos, no lo hacemos desde una mezquindad proselitista, lo hemos de hacer para aportar el mejor tesoro que poseemos: Jesucristo.
La humanidad entera está esperando una novedad; es más, la necesita y la está buscando. Los cristianos tenemos motivos para regalar a todos esa esperanza que brota de la sabiduría cristiana. No nos dejemos llevar por las dificultades. Escuchemos esa voz que nos dice: «¡No tengáis miedo!», «yo quité la piedra de una vez para siempre».
Vivamos desde la antropología que nos ha mostrado Jesucristo y que ha conquistado para todos nosotros. El Papa Benedicto XVI la llamaba la «dignidad trascendente». Lo que somos no se puede calcular solamente por los factores naturales, biológicos o ecológicos e incluso sociales. Lo que somos lo tenemos que ver desde la narración de la Creación. Ahí se nos hace ver que «somos familia de Dios», «estamos emparentados con Él», no solo como parte de todo lo que ha sido creado, sino como la culminación de toda la creación. Y esta trascendencia no nos pone fuera del mundo, todo lo contrario. Ella hace que nos ocupemos de todas las cosas creadas, que las pongamos al servicio de todos los hombres.
No tengamos miedo a vivir y a ofrecer esta dignidad trascendente, esta manera de entender al hombre que nos regala Jesucristo. La intrascendencia nos mantiene sin reflejos: niños que mueren, que pasan hambre; hombres y mujeres que se matan; secuestros, esclavizaciones, decisiones de un no a la vida en sus diversos estadios. La «dignidad trascendente» sostiene que lo que se hace o se deja de hacer con los seres humanos, se hace con Jesucristo.
En este tiempo de conversión que es la Cuaresma os ofrezco tres tareas para entrar en esa escuela de Jesucristo en la que aprendemos a vivir desde lo que somos, desde la «dignidad trascendente»:
1. Subir a la montaña; entremos en la altura que Dios nos ofrece:
es la oferta que el Señor hizo a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, cuando les propuso subir a la montaña en la que Él se transfiguró. ¡Qué experiencia les hizo vivir a los tres! La prueba está en las palabras que dijeron al Señor: «¡Qué bien estamos aquí! Hagamos tres tiendas». Sentir y experimentar la presencia de Dios es una necesidad. Situar nuestra vida a la altura de Dios, ver todo desde el Señor, es esencial para descubrir qué es el hombre, a qué lo llama Dios, cuál ha de ser su entrega, su tarea y trabajo.
2. Mirar todo lo que existe desde la mirada del Señor:
el Evangelio del domingo pasado nos hablaba de lo que el Señor se encontró en el templo de Jerusalén: cambistas y mercaderes. En el fondo la intrascendencia, que engendra indignidad, roba lo más bello del hombre, y convierte este mundo en lugar de negocio con el ser humano mismo. Mirar lo que existe desde Dios. Sobre todo mirar al hombre que no solo es física, química o biología. Un humanismo trascendente invita siempre a replantear el modo en que somos y vivimos. Nos invita a ir a la fuente: Jesucristo, que es Amor. La certeza de caminar por la vida con un Dios que se mete en nuestra vida nos acompaña, y no consiente que seamos vendedores y cambistas para tener más.
3. Dar la mano a todo el que esté a nuestro lado, y buscar dársela también a quien, estando lejos, necesita nuestra mano:
no todo es lo mismo. No vamos en cualquier dirección. No estamos solos en este mundo. Precisamente por ello, en todo lo que intentemos desarrollar, los valores que promovamos, el sentido que transmitamos en todo lo que hacemos, aunque a nuestro alrededor tengamos gente que no profese nuestro credo, es fundamental que demos nuestra mano a todos, como lo hizo Jesucristo. Dar a su estilo, a su manera, con la profundidad que ofrecía y las consecuencias que tenía. Aunque no puedan verlo algunos, estamos colaborando en la llegada del Reino para todos. Hay un juicio, y este es el triunfo de la justicia, del amor, de la fraternidad y de la dignidad trascendente de todo ser humano.