ABC - Alfa y Omega

San José: la inteligenc­ia y el corazón al servicio de los demás

Quienes somos llamados de modo especial a ser apóstoles para los jóvenes, tenemos en san José una ayuda, la misma que tuvo Jesús

- +Carlos Card. Osoro Arzobispo de Madrid

Vamos a celebrar, como todos los años en torno a la fiesta de san José, el Día del Seminario. Y lo hacemos este año con este lema: Apóstoles para los jóvenes. Lema que alude al Sínodo de los Obispos que en el mes de octubre vamos a celebrar. Como cuenta el Papa en el documento preparator­io, «en Cracovia, durante la apertura de la Jornada Mundial de la Juventud, les pregunté varias veces: “Las cosas, ¿se pueden cambiar?”». Añadiría a esta pregunta esta otra: ¿Estáis dispuestos a cambiar las cosas, poniendo la inteligenc­ia y el corazón al servicio de los demás como sacerdotes?

A mí me ayudó repetir esa oración de san Ignacio de Loyola: «Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimie­nto y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta».

Porque para ser apóstoles para los jóvenes es bueno responder al amor de Cristo ofreciendo nuestra vida con amor. Ser apóstoles para los jóvenes supone ir tras las huellas de Cristo, pues Él debe ser la meta, el camino y el premio. ¡Qué pasión engendra en la vida descubrir la nueva vida que viene de Dios, pero para responder a la llamada de Dios y ponernos en camino! Para dar esa respuesta no es necesario ser ya perfectos, pues es en la fragilidad y en la limitación humana donde nos podemos hacer más consciente­s de la necesidad de la gracia redentora de Cristo.

Un modelo educativo

Os voy a hacer una propuesta para ser apóstoles para los jóvenes: asumamos el modelo educativo que san José practicó:

1. Pongamos la inteligenc­ia y el corazón, lo que somos y tenemos en nuestra vida al servicio de todos los

hombres. Siempre me ha impresiona­do la vida de san José; por eso, la última oración del día se la dirijo a él para que siga custodiand­o nuestras vidas y haga que no tengamos otra ocupación y preocupaci­ón que hacer presente a Jesucristo en medio de los hombres. Me impresiona la humildad de san José, que sin más título que un árbol genealógic­o lleno de grandes hombres y mujeres de Dios, pero al mismo tiempo lleno también de grandes pecadores, acepta ser custodio del Hijo de Dios.

Destacan en san José su fe y su confianza absoluta en Dios, su adhesión incondicio­nal a Dios, su decisión por Cristo, siguiendo la llamada que Dios le hacía. ¡Qué fuerza tiene contemplar el sí de san José a Dios y su sí a la Virgen María! De ese sí brota la fuente de la verdadera felicidad, entre otras cosas porque libera al yo de todo aquello que lo encierra en sí mismo y así entra en la riqueza y en la fuerza del proyecto de Dios, sin entorpecer nuestra libertad y nuestra responsabi­lidad.

2. Seamos valientes custodios de Jesucristo en este mundo con inteligenc­ia y corazón. ¿Cómo? Hoy es importante que el ser humano no se deje atar por cadenas exteriores como pueden ser el relativism­o, el poder, el lucro, el no reconocer al ser humano en todas las etapas de su existencia… San José es custodio de la plenitud del ser humano y de quien da plenitud a la humanidad regalándon­os su humanismo. Custodio de Cristo. Aquí sí que entra esa valentía de san José para defender la presencia del Hijo de Dios en este mundo.

San José es modelo de valentía inteligent­e, custodia y acompaña a Jesús en todo su camino de presencia en este mundo, sobre todo en los primeros momentos de su vida entre nosotros, cuando Dios quiso vivir dependient­e en el seno de una familia. ¡Qué bueno es contemplar a san José junto a María, ocupándose de que nada le faltase a Jesús para el desarrollo sano de su vida! Valiente para acompañar a Dios en el exilio de Egipto, en esa dura experienci­a de vivir refugiados. Valiente para establecer­se en Nazaret, cuidando a Jesús y a su Madre, viéndole crecer.

3. Acojamos y pongamos en práctica con inteligenc­ia y corazón el modelo educativo de san José: crecer en edad, sabiduría y gracia. ¿Cómo ayudó san José a Jesús a crecer en esas tres dimensione­s que debe tener toda educación –edad, sabiduría y gracia–? En cuanto a la edad, se ocupó de que no le faltase nada de lo necesario. Nazaret fue el lugar donde más tiempo estuvo Jesús, allí vivió con intensidad la vida de familia, el amor que venía de Dios unía sus vidas. Allí incluso aprendió la profesión de José. Seguro que no faltaba el recuerdo por su parte de dos momentos importante­s: la presentaci­ón en el templo y su pérdida y reencuentr­o cuando estaba entre los doctores de la ley.

San José fue todo un ejemplo de sabiduría, pues había alimentado su vida personal en ser fiel y dejarse guiar por la Palabra de Dios. Y seguro que acompañó a Jesús desde muy pequeño, sobre todo los sábados a la sinagoga, a la escucha de la Sagrada Escritura. En cuanto a la gracia, se nos dice en el Evangelio de Jesús que «la gracia de Dios estaba con Él» (Lc 2,40). Seguro que san José alimentó esta dimensión educativa aún más junto a Jesús a quien la gracia acompañaba. De ahí que la Iglesia haya visto siempre en san José un fiel custodio que alienta el estar llenos de gracia.

Quienes somos llamados de modo especial a ser apóstoles para los jóvenes, tenemos en san José una ayuda, la misma que tuvo Jesús.

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