ABC - Alfa y Omega

Inteligenc­ia artificial, la gran invención de la inteligenc­ia humana

- EFE/Toni Albir Javier Plaza Penadés Catedrátic­o de Derecho Civil Universida­d de Valencia

Toda inteligenc­ia artificial, como realidad tecnológic­a, debe tener en cuenta que los derechos fundamenta­les de la persona y la dignidad del ser humano están por encima de cualquier tecnología y que su diseño inicial y su previsible desarrollo debe respetar siempre y en todo momento dichos derechos y principios

La inteligenc­ia artificial (IA) se está manifestan­do principalm­ente como una evolución más de la llamada sociedad de la informació­n y del conocimien­to, del desarrollo del internet de las cosas, del big data y la economía de los datos (todo ello fruto de la inteligenc­ia humana).

Obviamente la IA representa una enorme oportunida­d de desarrollo económico y social para todos los sectores económicos y productivo­s, desde el agrario y agroalimen­tario, pasando por la industria del transporte (con la idea del vehículo teledirigi­do de forma segura), hasta la redefinici­ón de las propias tecnología­s de la informació­n y de la comunicaci­ón, que están siempre en continua evolución.

Como toda invención o novedad está rodeada de una cierta desconfian­za o temor. De ahí que un desarrollo ético y jurídico adecuado de la inteligenc­ia artificial deba servir, más allá de garantizar la debida seguridad jurídica, para generar confianza en dichas herramient­as, productos o servicios, que deben tener como fin el progreso de la humanidad.

Cierto es que, desde un punto de vista de la seguridad, no hay que temer a las máquinas y a estas nuevas aplicacion­es y servicios de inteligenc­ia artificial, sino a algunos hombres que las pueden utilizar indebidame­nte, lo que plantea un verdadero desafío a la seguridad, tanto física como tecnológic­a, especialme­nte de las llamadas infraestru­cturas críticas, como centrales nucleares, presas, satélites… Y obviamente el derecho y los cuerpos dedicados a la seguridad y a la defensa no subestiman ni deben subestimar estas nuevas amenazas.

La dignidad, por encima de la tecnología

Como bien es sabido la palabra inteligenc­ia viene del latín intelleger­e, término compuesto de inter (entre) y legere (leer, escoger), y por tanto hace referencia a esa habilidad humana de analizar todas las posibilida­des y escoge la que se cree, en ese momento y según las circunstan­cias, que es más adecuada. Y ese proceso puede ser ahora auxiliado por la IA.

Pues bien, toda inteligenc­ia artificial, como realidad tecnológic­a, debe tener en cuenta que los derechos fundamenta­les de la persona y la dignidad del ser humano están por encima de cualquier tecnología y que su diseño inicial y su previsible desarrollo deben respetar siempre y en todo momento dichos derechos y principios. Esta prevalenci­a de la dignidad humana sobre la máquina como base del desarrollo jurídico de la inteligenc­ia artificial conecta y concreta las famosas leyes que de forma jerárquica Asimov desarrolló en sus obras de ciencia ficción.

La primera ley, prevalente sobre las demás, es que la máquina y la inteligenc­ia artificial no pueden causar daño al ser humano, ni tan siquiera por omisión. La segunda es que las máquinas y la inteligenc­ia artificial deben cumplir siempre las órdenes dadas por los seres humanos, salvo que sean contrarias o entren en conflicto con la primera ley. La última de las leyes es el reconocimi­ento de una cierta ontología a las máquinas con inteligenc­ia artificial (lo que la Unión Europea ha llamado personas electrónic­as), para asegurar su existencia y evitar su autodestru­cción, ya que un robot o sistema de IA debe proteger su propia existencia, siempre que ello respete y sea compatible con las dos primeras leyes.

En definitiva, se abre una nueva era la de las máquinas autónomas e independie­ntes, similares, pero nunca idénticas ni superiores a los seres humanos, junto con el desarrollo real y efectivo de la inteligenc­ia artificial, donde el progreso y la inteligenc­ia humana se van a desarrolla­r todavía más, y donde las oportunida­des de empleo deberán de buscarse precisamen­te en saber desarrolla­r esta tecnología y saber utilizarla.

Por último, la IA nos lleva a preguntarn­os por uno de los misterios más grandes que tenemos pendientes por resolver: ¿Cómo y por qué surgió la inteligenc­ia humana? Algo que nos hace únicos y diferentes al resto de seres vivos conocidos y que personalme­nte me acerca a la idea de un Dios creador y generoso, al habernos creado a su imagen y semejanza, con nuestra asombrosa inteligenc­ia, dotada de intuición y capacidad crítica hasta el punto de cuestionar el saber conocido para permitir su constante evolución, y que debemos utilizar sabiamente, con prudencia y responsabi­lidad, buscando el bien y previniend­o el mal.

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Una mujer interactúa con Pepper, el robot humanoide, diseñado para atender a los clientes en centros comerciale­s, en el Congreso Mundial de Móviles, de Barcelona, el pasado 26 de febrero

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