¿El sueño de un mantero? Dejar la calle
«Primero se nos condena a estar en la calle vendiendo. Después te llenan de antecedentes penales [por venta ambulante], y así no vas a poder tener nunca los papeles», denuncia Serigne Mbaye, portavoz del Sindicato de Manteros y Lateros de Madrid
Serigne Mbaye hace tiempo que dejó la manta. Tiene papeles en regla, una familia en Madrid y un trabajo con contrato, pero no se ha olvidado de quienes siguen obligados a ganarse la vida en la calle. Entre ellos estaba su amigo Mame Mbaye, fallecido el pasado jueves de un infarto en el madrileño barrio de Lavapiés, con quien llegó hace doce años en patera a Santa Cruz de Tenerife, tras un duro viaje desde Senegal.
Cuando ambos vinieron a España «había trabajo de vez en cuando. Podías encontrar curro de una semana, de unos días o lo que fuera», habitualmente en la construcción. «Pero ahora ya no hay nada. Y uno no se puede quedar en casa sin hacer nada».
Serigne Mbaye es hoy portavoz del Sindicato de Manteros y Lateros de Madrid, que da sus primeros pasos, importando experiencias de lugares como Barcelona, donde este colectivo se considera uno de los mejor organizados de Europa, motivo por el cual fue invitado en noviembre de 2016 al Vaticano para participar en el tercer Encuentro Mundial de Movimientos Populares con el Papa. Serigne Mbaye ha representado a los manteros en varias reuniones con responsables políticos. «Prometen muchas cosas, pero no las cumplen. De verdad, no cumplen nada», lamenta en conversación con este semanario.
Una de sus demandas habituales es la desproporción que, a su juicio, existe con las actuaciones policiales. «Llevamos tiempo denunciando que la Policía es muy agresiva», asegura. «A muchos chicos les han roto una pierna, a otros el brazo...», y los responsables políticos de esos cuerpos «nos responden que la ley está ahí para que no se venda en la calle. Pero ¿hasta dónde llega la ley? ¿No hay otras cosas más urgentes? ¿De verdad hay tanto interés en los manteros para que los persigan así por las calles, donde hay mucha gente mayor, niños...?».
El operativo suele empezar en la zona comercial de Sol, en el centro de Madrid. «Los chicos corren y, cuando creen que ya se han escapado, les esperan en otro punto a varios kilómetros con coches y la secreta. ¡Policías por todas partes! Y tienen que volver a salir corriendo».
Las multas, de hasta 600 euros en Madrid –a las que desde 2015 se añaden penas de cárcel–, pueden superar las ganancias de todo un mes, sin contar la pérdida de la mercancía. O el riesgo muy real de acabar en un CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) con una orden inmediata de expulsión del país, para, en el mejor de los casos, ir sumando antecedentes penales que imposibilitarán la regulación en España. «Primero se nos condena a estar en la calle vendiendo. Después te llenan de antecedentes penales y así no vas a poder tener nunca los papeles». Exactamente lo que le pasó a Mame Mbay.
«Esas son cosas que pedimos que se revisen en la ley de extranjería para que la gente se pueda regularizar y buscar otro tipo de trabajos», concluye Serigne Mbaye. «Dentro de nosotros hay mucha gente que tiene cualificación, experiencia en oficios..., pero no se les ofrece ninguna salida». «La manta es lo único que tenemos. Y a esto nos agarramos para buscarnos la vida».