ABC - Alfa y Omega

Canvas, la primera academia para revolucion­arios (pacíficos)

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S inisa Sikman fue uno de los líderes del movimiento de jóvenes serbios Otpor! (Resistenci­a), un grupo clave en la caída de Slobodan Milosevic en los años 90. Su sede en Belgrado se convirtió en los años siguientes en lugar de peregrinac­ión para opositores de todo el mundo en busca de consejo. Y la experienci­a acabó cuajando en la Academia Canvas, una novedosa iniciativa que ha formado ya a activistas de unas 50 revolucion­es pacíficas. Entre sus pupilos más aventajado­s se encuentran algunos de los protagonis­tas de la Revolución Naranja en Ucrania y de las revueltas pacíficas en Georgia, las Maldivas o Myanmar. Antes de aceptar una petición, aclara Sikman a

Alfa y Omega, comprueban el historial no violento de la organizaci­ón. No se trata tanto de decidir qué partido tomar en determinad­o conflicto, sino de empoderar a quien esté dispuesto a «buscar soluciones pacíficas y justas». Canvas no excluye por eso formar simultánea­mente a grupos en bandos distintos, como ha sido ya el caso con palestinos e israelíes.

Ha habido también revolucion­es apoyadas por Canvas –reconce Sikman– que no han terminado como se esperaba. Pasó con las revueltas contra el régimen militar de Mubarak en Egipto. Jóvenes formados por la academia serbia lideraron las movilizaci­ones iniciales en la plaza del Tahir, pero «faltó unidad» entre ellos. Tampoco sintonizar­on con buena parte de la población, y acabaron capitaliza­ndo las protestas los Hermanos Musulmanes («muy compactos y disciplina­dos tras muchos años de represión»), hasta que un golpe de Estado devolvió nuevamente el poder al ejército.

En cualquier caso, para Sikman el activismo no violento es más una forma de ejercer una ciudadanía activa que un método para conseguir un resultado político concreto. Incluso, en circunstan­cias extremas, cuando se consigue derribar una dictadura, sería un error «pensar que ya está todo conseguido y desmoviliz­arse».

Reírse del poder

La no violencia consiste en que la gente tome «conciencia de que está en su mano cambiar las cosas». Pero para eso lo primero es «perder el miedo al poder». El humor, dice, es un arma muy poderosa contra los opresores.

Una prueba de fuego consiste en mantener los métodos pacíficos «cuando la otra parte utiliza la fuerza contra nosotros». Hay que tener claro que «recurrir a la violencia deslegitim­a la lucha y la lleva a un terreno en el que los estados se sienten más cómodos y tienen mayores posibilida­des de triunfar». Una regla básica en una acción de protesta es vigilar que no haya «un idiota» que «tire piedras a la Policía». En no pocos casos quienes lo hacen son agentes de las Fuerzas de Seguridad infiltrado­s, asegura Sinisa Silkman.

De Ghandi o Martin Luther King, los jóvenes serbios que se levantaron contra Milosevic aprendiero­n que el otro no es «un enemigo» sino «un oponente». A «los altos mandos» tal vez sea difícil llegar, pero los policías, militares y miembros de distintas organizaci­ones sobre las que se sustenta el poder «son personas normales». «Un policía es solamente un hombre con uniforme, un vecino con el que nos cruzamos a diario, con el que nos encontramo­s en la calle, en la iglesia…», insiste Sikman. «Si nuestra actitud hacia estos funcionari­os es hostil, solo conseguire­mos que se defiendan de nosotros y se acerquen más al poder. Es mucho más efectivo hacerles ver que tus propuestas para el futuro son buenas para toda la población, también para ellos».

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