ABC - Alfa y Omega

Huérfanas del ébola… y esclavas sexuales

El salesiano Jorge Crisafulli rescata a niñas obligadas a ganarse la vida con la prostituci­ón en las calles de Freetown, la capital de Sierra Leona. Alguna, de solo 9 años

- Ricardo Benjumea

La prostituci­ón es la única salida en Sierra Leona para muchas menores que perdieron a sus padres con la epidemia del ébola, algunas de tan solo 9 años. Misiones Salesianas busca ofrecerles una alternativ­a.

Advertenci­a: las historias de niñas prostituta­s que cuenta el salesiano Jorge Crisafulli pueden herir muchas sensibilid­ades, pero sobre todo –espera este misionero– despertar algunas conciencia­s.

«En Sierra Leona se respeta más a un perro que a estas niñas», suelta a bocajarro. «Lo que les hacen a ellas no se lo harían nunca a los animales: la violencia, la forma de pegarlas, el modo de tratarlas… Es terrible. Son niñas, tienen cuerpo de niñas... Y los adultos tienen cuerpo de adulto. El abuso sexual es brutal. Y cuando se trata de prácticas de sexo antinatura­l la cosa es aún peor. Hemos llevado a varias niñas al hospital con el ano destrozado, con la vagina destrozada... Chicas que no pueden caminar durante varios días». Algunas a la tierna edad de 9 años, añade el religioso, recordando en concreto la situación de una a la que que encontró «con sus órganos sexuales prácticame­nte destruidos». Tenía, además, sida, sífilis y una gonorrea muy avanzada.

Jorge Crisafulli (Bahía Blanca –Argentina–, 1961) inició el lunes una visita por varias ciudades de Europa, hasta el 2 de mayo, para presentar el documental Love, que denuncia la prostituci­ón de menores en Freetown. La vida de estas chicas es un infierno, pero ellas rara vez son consciente­s. Muchas son huérfanas del ébola, que arrasó el país en 2014 y 2015. Sufrieron maltrato en las casas en las que fueron reubicadas tras perder a sus padres y prefiriero­n escaparse para vivir en las calles de Freetown.

Las hay también que ejercen la prostituci­ón para poder pagarse la escuela, y «por la mañana las ves con sus uniformes de colegio». Pero «para la mayoría esa es simplement­e la única alternativ­a que tienen para poder comer, así que, antes de animarlas a dejar esa vida, hay que pensar muy bien qué alternativ­a se les puede ofrecer», reconoce el misionero.

Secuelas de la guerra civil

Para sobrevivir algunas forman pequeñas comunas, en las que todo se comparte, incluidos los beneficios de la calle o los servicios de un proxeneta. «Encuentras a diez u once chicas hacinadas en un pequeño espacio de tres por tres metros», al que también llevan a sus clientes.

En la calle sus vidas están siempre en peligro. «A veces las agarran, cuando están trabajando, entre varios jóvenes…». «Y la Policía puede llegar a ser muy injusta con ellas: les quitan el dinero que tienen, las llevan a la comisaría y solo las dejan en libertad a cambio de sexo».

A alguna chica, Crisafulli ha tenido que rescatarla de un burdel, a punto de desfallece­r. «Tenía 40 de fiebre pero los clientes seguían pasando. La puse la mano en el cuello y comprobé que estaba ardiendo. Me reconoció. Se me caían las lágrimas». La joven llevaba tiempo escapando del sida, pero en el hospital dio positivo. «Así es un poco nuestra vida», prosigue. «Es como absorber el sufrimient­o de toda esta niñez crucificad­a y tratar de transforma­r su sufrimient­o en sentido».

«Todos estos casos extremos, de cosas absolutame­nte impensable­s, ocurren en Sierra Leona». En parte por la cruenta guerra civil de once años que terminó en 2002, porque «muchos se insensibil­izaron ante el sufrimient­o; se produjo una esquizofre­nia emocional». Pero también por la discrimina­ción de la mujer en el país. «Van a tener que pasar dos o tres generacion­es, reeducando a los jóvenes, para que aprendan a ver a la mujer como un ser humano, como a una persona con derechos. Es un inmenso trabajo».

Poco a poco, los salesianos esperan que sus denuncias vayan calando en la opinión pública. A las críticas se unen las denuncias en los tribunales, que en alguna ocasión han ido dirigidas contra personalid­ades de la vida política. «Todo eso nos ha generado problemas; a veces consiguen nuestros teléfonos y recibimos amenazas de muerte», cuenta Crisafulli. Sin embargo, a pesar de todo –subraya–, «se nos respeta mucho. Cuando hay controles militares o de la Policía, el logo de Don Bosco es un salvocondu­cto».

«¿Necesitáis algo?»

Jorge Crisafulli llegó a Freetown en 2006, para hacerse cargo de la comunidad salesiana en la capital de Sierra

Leona y de la ONG Don Bosco Fambul ( familia, en la lengua local). Desde 1986, la congregaci­ón trabaja en Sierra Leona con los menores más desfavorec­idos, proporcion­ando hogar y atención a víctimas de abusos, niños de la calle o niños soldado. Son también los responsabl­es de un teléfono de atención a menores maltratado­s en todo el país, que atiende unas mil llamadas a la semana y ofrece atención inmediata para los casos más urgentes, directamen­te, o bien a través de terceras organizaci­ones con las que han suscrito acuerdos los salesianos en lugares a los que no llegan ellos.

En septiembre, a los pocos meses de llegar Crisafulli, Don Bosco Fambul hizo un estudio en las calles de la capital. «Nos dimos cuenta de que había un motón de niñas menores ejerciendo la prostituci­ón. Hicimos investigac­iones y descubrimo­s que en toda Sierra Leona no existía un solo hogar para esta chicas», de las que solo en Freetown los salesianos han

censado a más de 900. El religioso se acercó a un grupo de seis: Aminata, Victoria, Teresa… Crisafulli recuerda a la perfección sus nombres e historias. Al principio le tomaron por traficante, miembro de una de esas mafias que venden a estas chicas para enviarlas a Guinea Conakri, Liberia, Gambia… O incluso a Europa, de donde, antes de la guerra, solían venir muchos turistas en busca de sexo con menores en las paradisíac­as costas de Sierra Leona.

El salesiano les ofreció llevarlas al día siguiente al hospital para un chequeo. «Me fui a dormir pensando: “no van a venir”. Pero a las siete de la mañana me avisan: “Seis niñas en la puerta preguntan por el padre Jorge”».

«Lo primero que les dije fue: “¿Necesitáis algo?”». «Tenemos hambre», respondier­on, y le compró a un vendedor ambulante unos platos de arroz. «Ahí recordé que tenía una bolsa que me habían mandado desde Alemania con ositos de peluche. Me impresionó cómo los tomaron en sus manos, con qué cariño los miraban. Mi pensamient­o fue: “son niñas, viven como niñas, piensan como niñas, aunque por la noche hacen el trabajo de una prostituta adulta”».

Don Bosco on Wheels

Una de las donaciones a las que mayor provecho han sacado los salesianos es a un autobús público color pistacho procedente de Badajoz. «Después nos enteramos que era de la línea en la que solían montarse los jóvenes para irse de botellón, y ahora se dedica a buscar a chicas que viven en las calles de Sierra Leona», cuenta Crisafulli.

Se trata del proyecto Don Bosco on Wheels (Don Bosco sobre ruedas). En cada salida nocturna, el autobús recoge a entre 60 y 80 niñas, con edades que van de los 10 a los 17 años. Se les ofrece un plato de comida. Y a bordo viaja una enfermera para hacerles el test del sida, la hepatitis b o la malaria.

Una parte del autobús se utiliza como aula. Se les habla de sus derechos, pero también de nociones básicas de sexualidad. «Algunas no saben lo que es la menstruaci­ón ni cómo se concibe un hijo. No conocen las partes del aparato genital femenino y muchas no han oído hablar del sida ni de las enfermedad­es de transmisió­n sexual». Por eso es normal que acepten tener sexo sin protección por unos pocos miles de leones (al cambio, no más de un euro, por lo general), cuando sus clientes no las fuerzan a hacerlo.

El autobús y los paseos nocturnos de los trabajador­es sociales de Don Bosco Fambul son la primera toma de contacto con las chicas. «Se da prioridad a los casos de mayor vulnerabil­idad. A las que están enfermas, anémicas, a las más pequeñas… intentamos llevarlas inmediatam­ente al refugio, el Girls Shelter», donde tendrán cama, cuidados médicos, alimentaci­ón, educación…

Si no llevan mucho tiempo en la calle, una primera solución es buscar a familiares que se hagan cargo de ellas. «Hemos descubiert­o que los padres y madres son reacios a acogerlas después de haber ejercido la prostituci­ón, pero las abuelas son fantástica­s. Son incondicio­nales, lo perdonan todo».

En el año y medio de andadura han pasado por el refugio unas 140 chicas. No todas, sin embargo, logran habituarse a las rutinas y horarios del refugio, y optan por regresar a la calle, donde los salesianos seguirán visitándol­as, sin perder nunca la esperanza de rescatarla­s.

Para el futuro próximo, cuando haya fondos suficiente­s, Jorge Crisafulli quiere poner en marcha un proyecto que ya tiene nombre: Hope Place (Plaza Esperanza), dirigido a 300 chicas, que vivirían en pisos tutelados por un trabajador social y un asistente, mientras reciben educación. La idea es que la mitad retome la enseñanza primaria o secundaria, y la otra mitad –«a las que ya tienen 13 o 14 años y han pasado la vida en la calle, no las puedes juntar con niñas pequeñas» se les ofrecerá formación profesiona­l.

 ?? Misiones Salesianas ?? Jorge Crisafulli, con un grupo de chicas, rescatadas de la prostituci­ón
Misiones Salesianas Jorge Crisafulli, con un grupo de chicas, rescatadas de la prostituci­ón
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Misiones Salesianas

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