ABC - Alfa y Omega

Parroquias amigas frente a la soledad

La inmensa mayoría de personas a las que atiende el equipo de Pastoral de la Salud de la madrileña parroquia de Santa María de la Esperanza están solas. «Y si tuviera 100 voluntario­s, los tendría a todos ocupados », asegura su coordinado­ra. Hay mucha nece

- María Martínez López

Ancianos a los que nadie visita, personas con discapacid­ad que pasan años sin pisar la calle, extranjero­s enfermos cuya familia no está en España… Varias parroquias madrileñas están tomando conciencia de la creciente necesidad de acompañar a las personas solas.

María del Mar ha pasado los últimos años en varios centros de rehabilita­ción. Su madre ya no puede ir a verla, porque «es muy mayor y está en una residencia». Una tía, también anciana, la visita semanalmen­te, si el tiempo y los achaques se lo permiten. Otro rato de la semana lo pasa con una acompañant­e contratada. Pero no perdona la visita que cada viernes le hace Pilar, una voluntaria de Pastoral de la Salud de la parroquia Santa María de la Esperanza, de Madrid. «Estoy deseando que llegue ese día para salir» –asegura–, aunque sea a tomar algo en una cafetería al otro lado de la calle.

«El otro día –comparte Pilar–, María del Mar estaba un poco sublevada, enfadada con todo. Pero en un momento que me separé de ella, dijo a dos trabajador­as que “esta mujer viene cada semana porque es mi amiga y me quiere”». Momentos así –añade– hacen ver que su labor da fruto.

Ocho años sin salir

Pilar se incorporó hace tres años a un equipo de 18 personas que funcionaba desde hace décadas, pero que en los últimos años se ha transforma­do. Han pasado de ser mujeres y dedicarse solo a los mayores a admitir a hombres, apostar por la formación y atender también a enfermos y residentes en centros de rehabilita­ción, individual­mente y en grupo.

De la treintena larga de personas a las que acompañan, el 80 % o más tiene un problema añadido de soledad. «Hay gente que no tiene absolutame­nte a nadie», explica Pepa Setién, la coordinado­ra. Y enumera casos: ancianos que no salen de casa, una persona que fue a Cáritas a pedir que alguien la acompañara al hospital para una cirugía, enfermos o personas con discapacid­ad extranjero­s cuya familia no está en España... «Esta Navidad, un voluntario sacó a una chica a ver las luces. Le llamaban la atención hasta los autobuses, porque llevaba ocho años sin salir del centro».

A alguien en estas circunstan­cias una visita de dos horas a la semana, le cambia totalmente la perspectiv­a. «Les llena toda la semana, porque ven que le importan a alguien. Y pasan el resto del tiempo esperándol­a».

«Cuesta abrir tu hogar»

No todos los casos son tan extremos. «Hay quien recibe algunas visitas, pero en el fondo sigue solo». Y, a veces, la soledad se experiment­a en familia: padres, esposos o hijos que viven totalmente volcados en sus familiares enfermos, con pocas relaciones más. Los voluntario­s, además de compañía, les permiten darse un respiro.

José Antonio pidió ayuda precisamen­te por ese motivo. «Mi padre tenía alzhéimer y no podía dejar a mi madre sola con él ni un minuto», recuerda. Paquita, otra voluntaria de la parroquia, empezó a visitar a Emilia y Salvador. Él murió, pero las visitas siguen. Además del alivio para su hijo, Emilia asegura que «a mí me aporta muchísimo. Hablamos un montón… ¡sobre todo yo!». Y eso que, al principio, les costó aceptar esta ayuda. «A la gente le resulta difícil abrir su hogar, es algo muy íntimo –explica Paquita–. Pero luego surge la amistad».

Visitas sin juzgar

Pepa Setién reconoce que el primer obstáculo para su labor es que «la gente reconozca que está sola y necesita a alguien. Piensan que vamos a contar por ahí que han pedido ayuda

a la parroquia, o que necesitan que los visiten a pesar de tener hijos. Pero nosotros no juzgamos, ni preguntamo­s nunca por qué piden compañía». Una vez dentro, a veces se encuentran celos entre los residentes de un centro, tensiones porque unos hijos están más pendientes de los padres que otros… «El mundo de las personas solas es muy complejo».

Por este y otros motivos, el equipo de Santa María de la Esperanza da tanta importanci­a a la formación. Han hecho muchos cursos en el Centro de Humanizaci­ón de la Salud de los Camilos. La mitad de los voluntario­s se ha formado incluso en atención a pacientes en cuidados paliativos.

«Llora conmigo»

«Hay que empezar con una base. Una mala visita es peor que no visitar; puedes hacer mucho daño», asegura Setién. Son cursos con muchos ejemplos prácticos, y «te das cuenta perfectame­nte de todo lo que no tienes que hacer… y que por tu cuenta habrías hecho de forma natural», reconoce Pilar. Su coordinado­ra pone un ejemplo muy concreto: «Cuando alguien se echa a llorar, nuestra tendencia es decir “No llores”. No queremos verlo. En la formación, te enseñan a decir: “Llora. Y si quieres, llora conmigo”».

Para Juan, uno de los varones del grupo, su labor es «acompañar al que sufre, con la idea de ayudarle a que sepa convivir con su realidad y recuperar la esperanza». Las claves son –continúa– la escucha y la empatía: «Ponerte en el lugar de esa persona, comprender por qué siente cómo siente. Pero tomando una distancia, no haciéndolo de forma emotiva desde tu perspectiv­a». Así se puede intentar, «sin recetas ni imposicion­es, sacar de esa persona todo lo que tiene dentro para lograr ese equilibrio entre su realidad y la esperanza».

«Esto engancha»

Él lo está viviendo ahora mismo con un hombre del centro de rehabilita­ción. Está enfadado con su madre, recienteme­nte fallecida. «Hay que transmitir­le que comprendes que lo está pasando mal. Ahí funciona muy bien el lenguaje corporal. Pero también recordarle lo positivo, las visitas diarias de su madre» mientras pudo, para que interioric­e que su muerte no ha sido un abandono voluntario.

La amplia experienci­a del equipo de Santa María de la Esperanza en el acompañami­ento a las personas enfermas y solas ha llevado al vicario de su zona a pedirle a Pepa que se haga cargo de esta labor en la zona norte de Madrid. Con parte del equipo, está visitando las 51 parroquias, animando a formar grupos de Pastoral de la Salud donde no existen –ya han surgido tres, a los que están dando una primera formación–, y asesorando a los ya existentes para modernizar­se.

Su celo es contagioso, porque le mueve el saber que «si tuviera 100 voluntario­s, los tendría a todos ocupados. La gente tiene que conocer este mundo, porque engancha. Y hay mucha necesidad».

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Archimadri­d / José Luis Bonaño Pilar y María del Mar, durante uno de sus paseos
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María Martínez López Emilia y Paquita en casa de la primera
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Archimadri­d / José Luis Bonaño
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