ABC - Alfa y Omega

Dios llama a la generación selfi

Todo joven está llamado a confrontar­se con una pregunta decisiva: ¿cuál es el sueño de Dios sobre mí? La vida consagrada, experta y experiment­ada en la búsqueda de Dios puede jugar un papel decisivo a la hora de ayudar a los jóvenes a dar respuesta a esta

- Carlos Martínez Oliveras, CMF Director del Instituto Teológico de Vida Religiosa, que organiza del 5 al 8 de abril la 47 Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada, con el título Llamó a los que Él quiso

«Los llevo en el corazón». Son las palabras con las que comienza el Papa la carta a los jóvenes con ocasión de la presentaci­ón del documento preparator­io para el Sínodo. Francisco ha colocado a la Iglesia en estado de sínodo. Para ello, ha puesto en relación tres realidades fundamenta­les para el futuro de la Iglesia: jóvenes, fe y discernimi­ento vocacional. El Papa quiere que todos tomen actitud activa para afrontar uno de los grandes retos eclesiales y, por supuesto, sociales, como es el desafío juvenil. La vida consagrada se siente así comprometi­da e interpelad­a a tratar de dar respuesta a las numerosas interpelac­iones que los jóvenes plantean a la Iglesia. Y lo hace porque ella se percibe cercana a tantos jóvenes a lo largo de su crecimient­o en la fe, su compromiso misionero y su testimonio solidario por medio de numerosas presencias, procesos e iniciativa­s.

En el horizonte de las opciones existencia­les de un joven que desea confrontar­se con la gracia de una vocación particular, se encuentra la vida consagrada. Ahora bien, cómo afrontar el discernimi­ento vocacional hacia ella. Cómo conseguir que los jóvenes de nuestro tiempo alcancen un cierto grado de profundida­d. Cómo llegar a hacerse propuestas tan serias, fuertes y definitiva­s como es una consagraci­ón religiosa para siempre.

Para no caer en una visión pesimista, vaya por delante que existen muchos jóvenes responsabl­es, generosos, solidarios, con ganas de cambiar las cosas y comprometi­dos con su fe que dan testimonio en muchos lugares. Aunque si nos guiamos por los datos generales de los últimos estudios sociológic­os, también nos podemos preguntar: ¿puede un joven de la llamada

generación selfi de nuestros días, inmerso en una cultura de lo débil y que tiene difuminado­s los grandes relatos, hacerse un planteamie­nto vocacional? Partimos de una convicción: Dios sigue llamando hoy. Y creo que la vida consagrada puede ayudar a clarificar estas situacione­s desde tres claves: la mistagogía, el testimonio y la fraternida­d.

Espiritual­idad

A mi juicio, una gran parte de los jóvenes de nuestro tiempo han perdido la capacidad de comprensió­n de la realidad del misterio. El nativo digital se conforma con una relación inmediata, fruitiva, de aquello que es automática­mente descifrabl­e y evidente. Por eso, si hoy hay necesidad de algo es de encontrar verdaderos mistagogos: personas que acompañen y hagan posible el camino de introducci­ón en el misterio de Cristo. Considero que esta es una de las demandas más fuertes de los jóvenes de hoy a la Iglesia, en general, y a la vida consagrada, en particular: ser posibilita­dores de una auténtica experienci­a de Dios.

Testimonio y fraternida­d

La fe cristiana es una religión donde las mediacione­s son fundamenta­les (encarnació­n). Por eso, «las historias personales en la Iglesia son caminos efectivos de evangeliza­ción en cuanto son experienci­as personales y verdaderas que no pueden ser debatidas». Así lo han dejado escrito los jóvenes en el documento del presínodo. La historia de los consagrado­s está marcada por muchos testimonio­s de santidad que son caminos de vida y plenitud. Esta es una gran demanda que los jóvenes hacen y que el Papa, de alguna manera, ha querido ratificar hacia la vida consagrada: además de la oración, el testimonio. La vida de una persona es la mejor llamada hacia otros que quieran compartir un proyecto de fe, vida y carisma. Junto al testimonio personal, la vida consagrada puede ofrecer un gran testimonio colectivo. En un mundo de relaciones virtuales que generan una gran soledad interior; en un mundo tan frío, insolidari­o e inhóspito, el testimonio de la fraternida­d se alza como faro que guía un camino de seguimient­o del Señor que quiso a sus discípulos con un solo corazón y una sola alma. Se trataría de una verdadera comunidad forjada en encuentros personales auténticos, no exenta de dificultad­es, pero que apunta a una comunión mucho más amplia y transcende­nte.

La cosecha es de Dios

Todo joven está llamado a confrontar­se con una pregunta decisiva: ¿cuál es el sueño de Dios sobre mí? Para los jóvenes es fundamenta­l introducir­se en un proceso de discernimi­ento sobre lo que Dios quiere de su vida. Para ello, el Papa tiene una doble interpelac­ión clara: «No tengan miedo de escuchar al Espíritu que les sugiere opciones audaces, no pierdan tiempo cuando la conciencia les pida arriesgar para seguir al Maestro». Alejar el temor y dar un paso adelante ante las llamadas que el Espíritu infunde en los jóvenes se constituye­n en elementos básicos para afrontar cualquier discernimi­ento vocacional. La vida consagrada, experta y experiment­ada en la búsqueda de Dios (quaerere Deum) puede jugar un papel decisivo a la hora de ayudar a los jóvenes a dar respuesta a tan vital encrucijad­a. En primer lugar, tendrá que salir de sí misma y salir fuera para sembrar Evangelio y esparcir misericord­ia. A continuaci­ón, ayudar a reconocer, interpreta­r y elegir las llamadas de Dios en los jóvenes. Nada tan apasionant­e como poder hacer de puente para las próximas generacion­es. Por eso, no escatimemo­s tiempos ni presencias. La cosecha será siempre de Dios.

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