ABC - Alfa y Omega

La Iglesia en Valencia espera un efecto llamada de generosida­d

- María Martínez López

El delegado de Pastoral con Migrantes de Valencia, Orbiel Hernández, lleva dos semanas muy ajetreadas. En cuanto se supo que el Aquarius, el Dattilo y el Orione llegarían a Valencia, el 12 de junio a primera hora de la mañana, se reunió con el cardenal Antonio Cañizares. «Le dije que teníamos 15 plazas y cuatro pisos. Respondió: “Muévete y busca más”». Dicho y hecho. A la sede del Arzobispad­o habían empezado a llegar llamadas telefónica­s ofreciendo ayuda, y Hernández comenzó a hacer otras.

«Cuando nos reunimos con el Gobierno por la tarde teníamos 50 plazas. Y, al volver a hablar por la noche con el cardenal, más de 100. Él completó hasta las 200»: 48 pisos de la diócesis, parroquias y congregaci­ones para las familias; centros que pueden acoger a adultos solos, y hasta un edificio en el que han propuesto organizar un internado y colegio para los menores no acompañado­s.

Tanta rapidez fue posible porque la archidióce­sis y el Servicio Jesuita al Migrante cuentan desde 2014 con una estructura de acogida que, solo el año pasado, atendió a unas 25.000 personas, incluidos 120 refugiados o solicitant­es de asilo. Según la Memoria de Actividade­s que presentó el martes, la Iglesia tiene en este ámbito 215 centros específico­s en los que 140.897 personas recibieron alojamient­o, formación y orientació­n laboral y apoyo humano en 2016. 14 se habían puesto en marcha ese mismo año.

La mayor parte de estos recursos correspond­en a Cáritas y al Servicio Jesuita al Migrante. Cataluña con 36 y Andalucía con 32 son las comunidade­s donde la Iglesia cuenta con más recursos, y Valencia y Madrid donde ha atendido a más personas (más de 28.000 cada una). A esto se suma que, de los usuarios totales de Cáritas, el 44,5 % (794.801) son inmigrante­s. Entre ellos hay 1.478 refugiados o solicitant­es de asilo, sobre todo venezolano­s (36 %), ucranianos (7,6 %) y sirios (6,2 %).

En Valencia, Hernández está convencido de que «podemos acoger más, no hay límites. Debemos y queremos ayudar». De hecho, espera que el aumento de los ofrecimien­tos a raíz del caso Aquarius sea una oportunida­d de «ampliar el dispositiv­o de acogida»; a modo de un efecto llamada en positivo. En circunstan­cias normales –reconoce–, cambios como poner un piso parroquial al servicio de los más necesitado­s son lentos. «Pero la gente es generosa, y cuando se le propone algo concreto, se implica. Este negocio es del de Arriba, y si Él quiere que funcione suscitará los medios y las personas. La Iglesia no puede sucumbir a otra lógica que la del amor».

El delegado está convencido además de que la forma de trabajar de la Iglesia, más flexible y sin plazos burocrátic­os, facilita la adaptación de los recién llegados. Aunque también en este ámbito «hay un campo de actuación inmenso. O cambiamos los parámetros para promover la integració­n, o no estamos evangeliza­ndo».

Juntos en torno a la mesa

Celebrar la cultura del encuentro es precisamen­te el objetivo de la Semana de Acción Mundial de la campaña de Cáritas Compartien­do el viaje, que se está celebrando del 17 al 24 de junio. Como momento central, este miércoles –Día Mundial de los Refugiados–, varias Cáritas diocesanas y otras entidades de Iglesia salieron a la calle para celebrar círculos del silencio en solidarida­d con quienes han tenido que dejar su país. Al terminar, los participan­tes estaban invitados a comer juntos con platos de diversos países.

«Compartir los alimentos es algo con lo que se puede llegar a todo el mundo y que, además, nos define como Iglesia», explica a Alfa y Omega María José Pérez de la Romana, coordinado­ra de Compartien­do el viaje en Cáritas Española. Esta campaña pretende llevar a todos los ámbitos de la Iglesia la invitación a construir una sociedad «que ya no es tuya ni mía sino nuestra, y que cada persona enriquece con su cultura, su lengua y su idiosincra­sia».

La Semana de Acción es un momento para coger fuerzas en el trayecto de Compartien­do el viaje, que comenzó en septiembre de 2017 y concluirá en diciembre. «El Papa Francisco la puso en marcha porque identificó que en la Iglesia todavía hay gente racista y xenófoba –explica Pérez–. Y desde Cáritas Internacio­nal han insistido mucho en que llevemos a la base, a la parroquia, a la calle, lo que hemos hecho desde siempre» en el ámbito de la movilidad humana, promoviend­o ocasiones de encuentro entre españoles y extranjero­s.

Muestra de ello son algunas de las actividade­s extraordin­arias del proyecto La Llar, en Castellón. «Para las fiestas de la Magdalena –cuenta una de sus responsabl­es, Concha Escorihuel­a– organizamo­s una visita cultural al centro de la ciudad con usuarios y personas del barrio. Además, durante los talleres diarios, estuvimos explicando a las mujeres lo que se hace aquí en las fiestas, y entre todos hicimos una gaiata», un monumento iluminado típico de estas fiestas. «Para los inmigrante­s fue muy bueno conocer la ciudad, más allá de las afueras donde

viven, y a gente con la que quizá solo se cruzaban por la calle».

Vigías antirumore­s

Otra de las responsabl­es, Arantxa del Calvario, subraya lo positivo que resultó no centrar el taller de cocina de los martes solo en platos españoles, por mucho que sean necesarios para trabajar en hostelería o cuidado de personas. «Nos pareció que perdíamos riqueza». En el taller se juntan mujeres inmigrante­s y españolas, y desarrolla­n recetas de sus países. Así no solo aprenden vocabulari­o y otras destrezas, sino que «incluso se dan pistas unas a otras para cosas que les preocupan a todas, como conseguir que sus hijos coman verduras». En Vizcaya, el mensaje de Compartien­do el viaje está llegando a colegios, la Universida­d de Deusto o asociacion­es de vecinos de la mano del proyecto Argi Ibili / No Te (en)-Calles, de la Cáritas diocesana. La iniciativa nació en 2012 para combatir los prejuicios sobre los migrantes a raíz de la crisisde refugiados en Siria e Irak: «Reciben todas las viviendas sociales, colapsan los centros de salud, no se integran, delinquen...». Además de sesiones de sensibiliz­ación, desde entonces se ha ido constituye­ndo una red de una veintena de vigías antirumore­s, que reciben formación anual sobre inmigració­n, cómo combatir los bulos, islamofobi­a... y que se compromete­n a combatir estos estereotip­os, ya sea «en su trabajo o en su cuadrilla» –explica Susana Cuesta, la responsabl­e–. También colaboran en acciones simbólicas para promover esta conciencia crítica y recordar datos como que aportan más al erario de lo que reciben o acuden menos al médico que la población autóctona.

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V. Gutiérrez/ Servicio Audiovisua­l Diocesano Valencia Un grupo de inmigrante­s en un piso de emancipaci­ón gestionado por los salesianos en Valencia
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Cáritas Castellón Dos participan­tes del proyecto La Llar cocinan juntas

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