Ser misionero incluso enfermo
En 2009 Joan Soler, a los 32 años, partió hacia Togo como misionero y ya el primer año se quería volver a España. «No hablaba la lengua, no entendía la cultura, sentía que estorbaba y cogí todas las enfermedades posibles», explica a este semanario. Perdió 15 kilos de golpe. Se encontraba tan mal que había decidido comprar un vuelo de vuelta a casa. «Un día me vino a buscar el chófer del Obispado para llevarme al hospital y, en el trayecto, me dijo: “Cuando te vemos que estás tan mal y continúas aquí con nosotros, esto nos da coraje para continuar luchando”». Aquel día decidió quedarse. «Me di cuenta de que Jesús trabaja de una forma distinta a la nuestra y que, incluso enfermo, yo era un signo de Cristo en medio de ellos». Y llegaron los frutos: junto con otro misionero de Gerona montaron la parroquia de San Pablo «en la que teníamos 1.700 catecúmenos o 120 monaguillos»; también «fundamos un colegio que actualmente tiene 400 alumnos», «una escuela de alfabetización…». Ahora Soler está en España trabajando en su doctorado. El martes participó en la presentación de la Memoria de actividades de Obras Misionales Pontificias, que en 2017 sostuvo 1.201 proyectos. Fue él quien puso cara a los 11.018 misioneros españoles –1.000 menos que el año pasado y con un año más de edad media (74)– distribuidos por los cinco continentes, pero principalmente en América. Destaca la presencia en Perú (801), Venezuela (776) y Argentina (528).