ABC - Alfa y Omega

Fe y vida

- Daniel A. Escobar Portillo Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid

Para comprender adecuadame­nte el Evangelio de este domingo debemos acercarnos a la figura del justo, al que se refiere la primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría. El pasaje del Antiguo Testamento pone en boca de los impíos la incomodida­d que les causa el justo, ya que «nos resulta fastidioso». Asimismo, se advierte que será sometido a ultrajes, torturas y condenado a muerte ignominios­a. Hemos entrado con Marcos en los anuncios que Jesús hace de su propia Pasión. Lo escuchábam­os el pasado domingo, y esta vez, de nuevo, en la línea de lo ya anunciado y de la figura del justo, el destino dramático de Cristo vuelve a estar presente ante nosotros.

Jesucristo como modelo de justo

El Antiguo Testamento da sobrada cuenta del modo en el que fueron tratados los profetas por el hecho no solo de oponerse al obrar de la mayoría o de reprochar y reprender a quien causa el mal. Su mismo actuar conforme a la verdad y a la ley provocaba el malestar de muchos de sus contemporá­neos. Si detenemos nuestra mirada en los santos, no nos faltan ejemplos, incluso en los tiempos más recientes, de personas que han entregado la vida por el solo hecho de ser justos, de proclamar la verdad y de anunciar con el propio ejemplo a quien murió antes que ellos precisamen­te por eso. En definitiva, no solo la muerte de Cristo se entiende a la luz de la figura del justo, sino que el destino de los justos puede ser iluminado mirando hacia el Señor. Desde este punto de vista, el mártir no es alguien que ha muerto por vivir en una época, ambiente o circunstan­cias contrarias a la fe, a modo de víctima de su tiempo; se trata, más bien, de alguien elegido por Dios para configurar­se de modo particular con Cristo sufriente y entregado por amor a los hombres.

Los discípulos, exponentes aquí de la lógica humana, no entendían que el Hijo del hombre fuera a ser entregado a la muerte. Además, la alusión a la Resurrecci­ón no tenía el carácter inequívoco que tiene para nosotros, puesto que el término utilizado servía también para referirse a despertar o levantarse.

Quién es el más importante

Las siguientes líneas ahondan en el contraste entre el anuncio y la propuesta del Señor, por un lado, y la mentalidad humana de los discípulos, quienes por el camino habían discutido quién era el más importante. De nuevo encontramo­s la contraposi­ción del domingo pasado entre pensar como los hombres y pensar según Dios. Cuando tenemos delante el Evangelio y escuchamos el diálogo de Jesús con sus discípulos no es fácil comprender la actitud de estos, pues parece hasta de mal gusto que alguien plantee una discusión sobre «quién es el más importante de entre nosotros». Sin embargo, bajo formas más refinadas, esto ocurre diariament­e en todos los ámbitos de la sociedad: la búsqueda del reconocimi­ento, del aplauso, del quedar bien, e, incluso, de que mi servicio a los demás sea reconocido y valorado. De modo similar, todos estamos de acuerdo en la bondad y belleza de configurar­nos con Jesucristo siervo. Pero cuando se trata de servir realmente, sin que nadie lo sepa, con total desinterés y sin buscar más que la gloria de Dios y el bien del prójimo, los candidatos disminuyen considerab­lemente. No es fácil ser el último y el servidor de todos; sobre todo porque este es alguien al que los que van delante ni ven, ni miran ni agradecen nada. Únicamente desde una fe confiada y un abandono total es posible configurar­se con Cristo siervo; y únicamente desde la atención y la mirada a los pobres y últimos de la sociedad se puede pensar en el Señor, que se hizo pobre por nosotros.

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EFE/Claudio Onorati

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