ABC - Alfa y Omega

«Yo solo he procurado amar a los pobres»

Sor Cristina Arana, Medalla de Extremadur­a 2018 La religiosa, de 94 años y pertenecie­nte a las Hijas de San Vicente de Paúl, se convirtió «en un referente para muchos ciudadanos de Badajoz por su bondad, delicadeza en el trabajo y empatía»

- José Calderero de Aldecoa @jcalderero

Sor Cristina Arana Astigarrag­a, de las Hijas de San Vicente de Paúl, ha recibido la Medalla de Extremadur­a 2018 junto al periodista de Don Benito Ángel Sastre Canelas, la investigad­ora María Victoria Gil Álvarez, la Federación Extremeña de Bandas de Música y el Grupo Manantial Folk, el pintor Jaime de Jaraíz (ya fallecido) y el responsabl­e de la Casa de Extremadur­a en Sevilla, Gonzalo Martín Domínguez.

La religiosa, nacida en Vergara (Guipúzcoa) hace 94 años, se declara «agradecida a Extremadur­a», pero seguidamen­te diluye cualquier mérito personal y convierte a toda su congregaci­ón en la protagonis­ta: «Yo soy solo una más. El premio no es para mí sino para todas las Hijas de la Caridad y para todas las personas que trabajan en nuestras obras», dice a Alfa y Omega.

Esta humildad, «junto a su avanzada edad, provocaron que sor Cristina no pudiera acudir a la gala en la que se le haría entrega de la medalla. No se sentía digna de recogerla, ella no deja de repetir que no ha hecho más que cualquiera de sus hermanas de congregaci­ón. Se siente como un granito de arena dentro de la compañía de las Hijas de la Caridad, pero resulta que se ha convertido un poco en el icono de ese servicio», asegura su hermana de comunidad sor Ana Martínez.

Este reconocimi­ento de la Junta de Extramadur­a a Arana Astigarrag­a le llega por haber dedicado «toda su vida al cuidado y atención de personas vulnerable­s». Sin embargo, según la propia versión de la religiosa, ella solo se ha dedicado a «trabajar y a dar amor a los más pobres».

70 años de servicio

El primer destino de sor Cristina en Cáceres fue la comunidad que las Hijas de la Caridad tenían en el Hospital de la Cruz Roja en los años 40. Posteriorm­ente, en 1975, cambió Cáceres por Badajoz y el Hospital de la Cruz Roja por el Hospital Provincial, donde ejerció de enfermera.

Sin embargo, los dos cometidos a los que la hija de la Caridad les dedicó más tiempo fue a atender a los presos y a los pobres. La religiosa trabajó durante 40 años, hasta que cumplió los 90, en la Pastoral Penitencia­ria de la diócesis de Mérida-Badajoz. «Visitaba a los internos, procuraba hacerles compañía y hablar con ellos», afirma sor Cristina.

«Era un enlace muy bueno entre los reclusos y sus familiares», añade sor Ana Martínez. «Cuando algún recluso le contaba que su madre estaba mala o cualquier otra cosa, ella iba inmediatam­ente a verla. Les llevaba noticias de los hijos presos a sus padres y noticias de los padres a sus hijos presos».

Comedor social Virgen de la Acogida

Su labor con los más necesitado­s se desarrolló, también hasta los 90 años, en el comedor social Virgen de la Acogida. Allí, según la Junta de Extremadur­a, se convirtió «en un referente para muchos ciudadanos de Badajoz por su bondad, delicadeza en el trabajo y empatía».

En el comedor, «sor Cristina procuraba estar muy cercana a los demás. Era muy sensible ante las necesidade­s de cada uno», asegura Martínez, que es la directora del comedor social.

Todo este derroche de servicio, ahora reconocido por la Junta de Extremadur­a, ya era vox populi desde hace tiempo. «Sor Cristina se ha convertido en el referente de todas las personas que padecen miseria, de los delincuent­es, de los que viven en la calle, de las mujeres, de las familias…».

Hace una semana, por ejemplo, «apareció un señor a las 21:00 horas en el comedor preguntand­o por ella. Yo le dije que era muy tarde para que sor Cristina le pudiera recibir. “Dígale usted, por favor, que tengo muchas ganas de verla, que acabo de salir de la cárcel y que lo primero que quería hacer era verla”. Le pregunté si quería cenar y me dijo que no, que tenía familia, que había venido exclusivam­ente a verla a ella», relata sor Ana.

La felicitaci­ón del arzobispo de MéridaBada­joz

Pero al encuentro de sor Cristina no solo acuden mendigos o presidiari­os, también lo hacen obispos. El de la diócesis Mérida-Badajoz –monseñor Celso Morga Iruzubieta– se acercó hasta la comunidad de las Hijas de San Vicente de Paúl para felicitar personalme­nte a la galardonad­a.

«Me dijo lo mismo que a usted, que ella no ha hecho nada, que el premio es para la congregaci­ón», asegura el arzobispo a Alfa y Omega. Además de su humildad, a Morga Iruzubieta le impresionó «su edad, su lucidez, su tranquilid­ad y su sentido del humor».

Para el prelado, «la medalla está totalmente justificad­a» porque la monja, «ha tenido una vida dedicada a los demás». Incluso ahora que está impedida físicament­e, no deja de pensar en los otros y «me dedico a rezar por los presos, los pobres, sacerdotes, por el Papa y los obispos…», concluye sor Cristina.

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Arzobispad­o de Mérida-Badajoz El obispo de Mérida-Badajoz, monseñor Celso Morga, visita a sor Cristina tras la obtención de la medalla

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