ABC - Alfa y Omega

«Ánimo, soy yo, no tengáis miedo»

Carta semanal del cardenal arzobispo de Madrid No reduzcamos nuestra acción evangeliza­dora a la sacristía, sepamos llegar con la audacia evangélica a todos los caminos donde transitan los hombres, especialme­nte los más pobres

- +Carlos Card. Osoro Arzobispo de Madrid

En un contexto como el que nos toca vivir, en el que se suceden rápidament­e muchos acontecimi­entos, algunos de los cuales afectan a la Iglesia y tocan el corazón de los creyentes y afectan a todos, quisiera acercaros la mirada que han de tener los discípulos misioneros. Una mirada que no es la puramente sociológic­a, esa que pretende verlo todo de una manera aséptica y neutra. La mirada que hemos de tener los discípulos de Jesús, miembros vivos de la Iglesia, que formamos el Pueblo de Dios, requiere un discernimi­ento evangélico que necesariam­ente tiene que alimentars­e a la luz de Cristo y con la fuerza del Espíritu Santo.

Hay una página del Evangelio que nos sitúa en nuestra verdad y que nos da aliento, esperanza, realismo y capacidad para estudiar los signos de los tiempos, manifestad­os en algunas realidades del presente que no están bien resueltas y que, ciertament­e, desencaden­an procesos de deshumaniz­ación y de pecado, con una fe sin obras o con obras contrarias al deseo de Cristo y que generan increencia, desconfian­za, negativida­d, son obras que atentan contra el proyecto de Dios. Todo ello pide de nosotros reconocer e interpreta­r y elegir las mociones del buen espíritu, rechazando las del malo. ¿Qué sucedió el día en que Jesús alentó a los discípulos a que subieran a la barca y se adelantara­n mientras Él despedía a la gente? (cfr. Mc 6, 45-52). Me vais a permitir hacer una lectura sapiencial del texto: la barca es la Iglesia; los discípulos, nosotros; la tormenta son realidades de pecado presentes y que afectan a la misión de la Iglesia; la entrada de Jesús en la barca y la llegada de la calma es la muestra evidente de que ha de ser Jesús quien guíe, aliente y marque dirección a la Iglesia. Pero al mismo tiempo la calma llega porque ha llegado quien da seguridad y confianza, quien perdona y marca siempre la dirección.

Recordemos el suceso y sepamos contemplar todo lo anterior en la Palabra del Señor: «Llegada la noche, la barca estaba en mitad del mar y Jesús, solo, en tierra. Viéndolos fatigados de remar, porque tenían viento contrario, a eso de la cuarta vigilia de la madrugada, fue hacia ellos andando sobre el mar, e hizo ademán de pasar de largo. Ellos, viéndolo andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y dieron un grito, porque todos lo vieron y se asustaron. Pero él habló enseguida con ellos y les dijo: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”. Entró en la barca con ellos y amainó el viento».

Iglesia, ¿quién eres?, ¿qué dices de ti misma? La Lumen gentium yla Gaudium et spes, dos grandes constituci­ones del Concilio Vaticano II, nos dan claves para afirmar la identidad y vivir en misión. ¡Qué bien nos viene recuperar permanente­mente este camino! Estamos insertos en una sociedad para ser fermento, lugar de acogida, de encuentro, de diálogo, de descanso y de encanto. Y a pesar de los pecados de los que formamos parte de la Iglesia, ¿qué institució­n hay en el mundo que pueda presentar tantos espacios en todas las latitudes de la tierra donde se dé acogida, encuentro, diálogo, descanso, dignidad, recuperaci­ón de las esencias de la dignidad de la persona?

Nos detienen nuestras miserias, pero no olvidemos esto: Él «entró en la barca», Él está en la Iglesia. Necesitamo­s dejarnos empujar por el Espíritu que está en la Iglesia, que la guía y acompaña siempre, lo hizo desde el inicio, lo sigue haciendo y lo hará hasta el final de los tiempos. Por ello tengo que deciros con la fuerza que tiene la Palabra del Señor: «No tengáis miedo». Habrá tempestade­s provocadas por nuestras infidelida­des y pecados, las habrá provocadas por quienes saben y experiment­an la fuerza de la Iglesia. Pero nosotros, miembros de la Iglesia, no tengamos la tentación de dejarnos paralizar por temores y peligros, dejémonos llevar por el Espíritu y sintamos necesidad de orar juntos pidiendo parresía y haciéndolo como los primeros, los mismos que habían tenido miedo: «Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos predicar tu palabra con toda valentía» (Hch 4, 29).

Como Iglesia de Jesucristo, mostremos que somos sacramento del Reino de Dios y no un grupo social más, no nos dejemos reducir a supuestos meramente culturales o sociales, siendo aceptada o rechazada en función de aciertos políticos o cálculos estratégic­os. La Iglesia es parte del mundo, pero ha de ser ella, tiene que estar en el mundo y tiene que ser ella misma. «No tengáis miedo».

No reduzcamos nuestra acción evangeliza­dora a la sacristía, sepamos llegar con la audacia evangélica a todos los caminos donde transitan los hombres, especialme­nte los más pobres. ¿Quién tiene y quién defiende a los más pobres no solamente con palabras? Conformemo­s, renovemos y revitalice­mos la novedad del Evangelio en nuestras vidas de tal manera que se susciten discípulos misioneros que tienen experienci­a profunda de Dios, vivencia comunitari­a, conocimien­to de la Palabra de Dios, compromiso misionero. Como nos recuerda el Papa Francisco, «cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligenc­ia que puedan asegurar indefinida­mente la tranquilid­ad» (EG 59).

 ?? Alfa y Omega ?? Cristo con los apóstoles en la barca de la Iglesia, de Marco Ivan Rupnik. Capilla de la Conferenci­a Episcopal Española
Alfa y Omega Cristo con los apóstoles en la barca de la Iglesia, de Marco Ivan Rupnik. Capilla de la Conferenci­a Episcopal Española

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