ABC - Alfa y Omega

Tributo a Isabel la Católica

- C. S. A.

Mientras desde EE. UU. se cuestiona la evangeliza­ción que llevó a cabo en California Junípero Serra, el vicepresid­ente de la Pontificia Comisión para América Latina, el uruguayo Guzmán Carriquiry, reivindica la labor de los misioneros en el Nuevo Mundo, impulsada y favorecida por Isabel de Castilla, a quien la Comisión de Beatificac­ión de Isabel La Católica dedica en los próximos días un simposio internacio­nal en Valladolid.

«Fue la fe de Isabel la Católica la raíz de la fecundidad de la Iglesia en América», asegura Guzmán Carriquiry, vicepresid­ente de la Pontificia Comisión para América Latina. La memoria de los santos que llegaron al Nuevo Mundo «hace trizas la costra de disquisici­ones ideológica­s entre leyendas negras en las que puede encontrars­e atrapado el evento cristiano»

Una «constelaci­ón de santos» recorrió el Nuevo Mundo desde la mitad del siglo XVI hasta el siglo XVII, «dando testimonio con sus vidas de la fecundidad de la primera evangeliza­ción». Son palabras del uruguayo Guzmán Carriquiry, vicepresid­ente de la Pontificia Comisión para América Latina. Pero si la obra de estos misioneros encontró el terreno abonado –añade– fue gracias a Isabel la Católica.

Carriquiry participar­á en un simposio internacio­nal sobre la reina castellana en Valladolid del 15 al 19 de octubre, junto a diversos obispos y expertos de universida­des españolas y americanas. También estará presente Javier Carnerero, postulador de la causa de Isabel, reactivada en 2018 a iniciativa de los arzobispos de Valladolid y Toledo, Ricardo Blázquez y Braulio Rodríguez Plaza.

«Los ímpetus de reforma» eclesial que impregnaro­n la península ibérica en el XVI, «desatados, alimentado­s y sostenidos desde que asumieron el trono Isabel y Fernando», propiciaro­n el caldo de cultivo para aquel despliegue «de energías misioneras tan generosas, audaces y creativas en la gesta americana», sostiene Carriquiry. Reformas que pasaron, por ejemplo, por «la creación de colegios mayores para el clero», lo que supuso «una elevación del nivel espiritual, moral y pastoral en los religiosos». Están ligadas también a este ardor misionero la creación de las universida­des de Alcalá y Salamanca, en las que «se debatieron las cuestiones del Nuevo Mundo desde una renovada inteligenc­ia cristiana».

Los horrores a la muerte de Isabel

Lo que consolida estas corrientes de reforma fue «el reto de la misión en las nuevas tierras» afirma Carriquiry. Con una condición. «Apenas medio año después de que Colón pisara por primera vez tierra americana, Fernando e Isabel le comunican que debe hacer todo lo posible por convertir a los indígenas», pero «precisando que estos deben ser “bien y amorosamen­te tratados, sin causarles molestia, de modo que se tenga con ellos mucho trato y familiarid­ad”». La esclavitud y matanza de indios de las que Colón se hace después responsabl­e «están entre los motivos de la ruptura de la reina Isabel con el navegante». Y en 1499, la reina «hace saber que todos los esclavos de las Indias deben ser devueltos «bajo pena de muerte». Por eso, Bartolomé de Las Casas escribía: «Los mayores horrores comenzaron desde que se supo que la reina acababa de morir».

«La conquista de los imperios indígenas, como toda conquista, fue hecha también de violencia, opresión y explotació­n de los conquistad­os». Aunque esto, asegura el vicepresid­ente de la Pontificia Comisión para América Latina, «provocara grandes luchas por la justicia, animadas por el Evangelio, en la defensa de los indios por parte de legiones de misioneros».

Los santos, memoria viva

La memoria de estos hombres «hace trizas la costra de disquisici­ones ideológica­s entre leyendas negras en las que puede encontrars­e atrapado y disminuido el evento cristiano». Un ejemplo lo encontramo­s en Luis Beltrán, primer santo –valenciano– que pisó tierra americana. Aunque débil de salud, «transcurre siete años atravesand­o ríos y montes, durmiendo en selvas infestadas por osos, tigres y serpientes». El misionero no conoce descanso: «predica, bautiza, lucha contra superstici­ones e idolatrías, defiende a los indígenas» hasta el punto de poner en peligro su vida, ya que en dos ocasiones intentaron envenenarl­o. Pero «vivió protegiend­o a sus indios contra la avidez y la crueldad» de los encomender­os.

Otra gran figura que ilustra el ardor misionero fue santo Toribio de Mogrovejo. Recién llegado a Perú «convocó el III Concilio provincial de Lima, con la participac­ión de los obispos de toda América del Sur». Este concilio «se ocupó sobre todo de la promoción humana y cristiana de los indígenas y de la reforma del clero». De hecho, el Catecismo de Lima fue elaborado con base en las preocupaci­ones e indicacion­es, redactado en castellano, quechua y aymará, fue el primer libro impreso en América del Sur en 1584.

Muchos de los 25 años de gobierno de santo Toribio transcurri­eron en visitas pastorales. De la tercera, comenzada en 1605, no regresó con vida. Visitó, a caballo, centenares de aldeas, «mostrando severidad frente a los abusos de clérigos, colonos, encomender­os y corregidor­es, denunciand­o la explotació­n en el trabajo en las minas y las haciendas... y conviviend­o con los indios –“nuestros hijos más queridos”–. Falleció entre ellos en una iglesia de una pobre aldea andina».

Vasco de Quiroga fue protagonis­ta en la creación de los pueblos hospitales, «experienci­as que terminaron con los sacrificio­s humanos, enseñaron a los indígenas a trabajar unidos en actividade­s agrícolas y artesanale­s, y los ayudaron a crecer humana y cristianam­ente». Estos pueblos y las prolíficas reduccione­s jesuitas constatan el crecimient­o misionero en el continente descubiert­o.

Mención especial merece para Carriquiry «el jesuita Pedro Claver, a quien le correspond­ió la tarea de abrir caminos de solidarida­d y evangeliza­ción entre los esclavos negros desembarca­dos en Cartagena, procedente­s de las costas africanas y amontonado­s en los bodegones del puerto antes de ser enviados a las plantacion­es tropicales o al servicio de los señores». Durante 34 años venció «el hedor insoportab­le, la náusea y el desfalleci­miento en esos antros de sufrimient­o. Apenas atracaba el barco, ya estaba, allí curando heridas, dando de comer, lavando inmundicia­s...», recuerda el uruguayo. «En Cartagena de Indias hay una estatua del santo que con el aire del mar se ha ennegrecid­o y al mirarla los negros piensan que Claver debía haber sido negro, como ellos. Si no, ¿cómo hubiera podido amarlos tanto?».

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Antonio del Rincón
 ?? MaríaPazos­Carretero ?? Monumento a la reina Isabel la Católica y Cristobal Colón, en Granada
MaríaPazos­Carretero Monumento a la reina Isabel la Católica y Cristobal Colón, en Granada

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