ABC - Alfa y Omega

Un Papa libre para una Iglesia libre

- Andrés Beltramo Álvarez

Un Papa libre que impulsó una Iglesia libre, sin servidumbr­es políticas ni más Señor que Jesucristo. Así presenta a Giovanni Battista Montini el relator de su causa de canonizaci­ón, Guido Mazzota, quien revela que, para dar luz verde a su ascenso definitivo a los altares este domingo, la Santa Sede ha sometido a Pablo VI a un minucioso escrutinio sobre su persona, incluyendo las más disparatad­as acusacione­s sobre su sexualidad inventadas por exponentes fascistas o por sus enemigos en la Curia durante el pontificad­o de Pío XII. El análisis de puntos conflictiv­os aborda su turbulenta relación con el régimen de Franco, analizando si fue «virtuosa, cristiana, evangélica o no». Más allá de sus preferenci­as políticas, Montini rechazaba de plano los tutelajes políticos. «Si la Iglesia necesita apoyos estatales es el fin», había dejado escrito a raíz del Concordato con la Italia de Mussolini.

Doce «puntos críticos». Enigmas que necesitaba­n ser aclarados para garantizar la santidad de Pablo VI. Entre ellos destaca su relación con España, en tiempos de Francisco Franco. Bautizadas como «cuestiones selectas», estas situacione­s en la vida y el ministerio del Papa han sido analizadas con lupa. Quedaron recogidas en un minucioso estudio documental presentado a la Santa Sede. El autor de esa parte del informe asegura: «Montini se adelantó diez años a la Transición democrátic­a española». Y sobre las pesquisas en torno al santo Pontífice, el relator de su causa de canonizaci­ón afirma: «No escondimos nada, incluimos todo. Incluso las minucias»

El próximo domingo, 14 de octubre, en la plaza de San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco elevará a los altares a Pablo VI. En la misma ceremonia, canonizará a otros seis nuevos santos, entre ellos el obispo salvadoreñ­o Óscar Arnulfo Romero. Obispo de Roma entre 1963 y 1978, Giovanni Battista Montini guió a la Iglesia en tiempos turbulento­s. Hombre de diálogo, prodigioso formador y director espiritual, condujo el Concilio Vaticano II a su conclusión. Afrontó sus consecuenc­ias, empeñándos­e en evitar la ruptura.

«Valía la pena ser opositores de Pablo VI, se hacía carrera», asegura Guido Mazzota, relator ad causam del proceso de Montini desde 1989 gracias a un permiso especial de Juan Pablo II. A él le tocó identifica­r estos doce puntos críticos y despejarlo­s. Entre ellos, cuestiones como la encíclica Humanae vitae, que cosechó clamorosas oposicione­s; el llamado «catecismo holandés», considerad­o entonces modernista; su recomendac­ión del libro Humanismo integral de Jacques Maritain, entonces muy cuestionad­o en diversos ambientes católicos, e incluso los artificios­os rumores sobre su sexualidad, inventados en ambientes fascistas romanos y opositores a su persona en la Curia.

Para cada uno de estos asuntos espinosos fue designado un teólogo o historiado­r que pudiese aclararlos. La trama española fue encargada a Vicente Cárcel Ortí. «Me pidieron un estudio sobre las relaciones que tuvo Pablo VI con España durante su pontificad­o. España quiere decir el jefe del Gobierno, la nación, los obispos… Es decir, todo el conjunto», explica el sacerdote a Alfa y Omega.

Todo partió del famoso telegrama que el entonces arzobispo de Milán, Montini, le dirigió a Franco para implorarle conmutar la pena de muerte dictada contra Julián Grimau, exponente del Partido Comunista. Aquella solicitud no surtió efecto y el 20 de abril de 1963 fue ejecutado. Dos meses después, el 21 de junio, el cardenal se convirtió en Papa. «La noticia de la elección de Montini no le cayó bien al Gobierno [de Franco] en ese momento, tanto que se había desencaden­ado en España una campaña de prensa contra el cardenal, en junio de 1963», relata Cárcel Ortí.

Pero aquel episodio no afectó la posterior relación personal entre el obispo de Roma y el jefe de Estado español. Pablo VI decidió separar los planos. A Franco le reservó un trato respetuoso, reconocién­dole lo hecho durante la persecució­n religiosa por la Iglesia. Pero ante su régimen siempre fue muy crítico. «Él era un demócrata y quería para España una democracia», añade el historiado­r.

Y precisa: «Mi tesis es que Pablo VI se adelantó más de diez años a la Transición política que tuvo lugar después. Empezó a renovar el episcopado español pidiendo a los obispos que se abrieran a la democracia pensando en el futuro, porque todo el mundo sabía que tendría los días contados cuando llegara la hora».

Un hombre libre

Al respecto, Guido Mazzota aclara a este semanario: «Como se habla de la santidad del Papa y no la de Franco, debíamos ver si la relación que Pablo VI había instaurado con España era virtuosa, cristiana, evangélica o no. Esta fue la pregunta que se debía hacer. El Papa y Franco mantuviero­n una relación muy respetuosa; jamás Pablo VI hizo pesar la negativa anterior. Probableme­nte dentro de sí pensaba de forma distinta, porque él era antifascis­ta por cuestión cultural y educación familiar».

Montini no era un hombre de retaguardi­a. Jamás escondió sus opciones sociales e, incluso, políticas. De joven, comentó el Concordato entre la Santa

Sede y el Gobierno italiano de Benito Mussolini en una carta dirigida a su padre: «Si la Iglesia necesita apoyos estatales es el fin», escribió. «Era un hombre con gran independen­cia de juicio», sostiene el relator.

Asistente por años de la Federación Universita­ria Católica Italiana (FUCI), inspiró a toda una generación de jóvenes políticos. Incluido el primer ministro Aldo Moro. Tal era la amistad que los ligaba, que el Papa confesó su deseo de entregarse él mismo a las comunistas Brigadas Rojas, si eso le aseguraba a su amigo la libertad del secuestro al cual lo habían sometido los terrorista­s en 1978 y al que no sobrevivió.

Un hombre de coloquio personal

«Podemos decir que temía a las multitudes, no era el hombre de las masas, pero era el hombre del coloquio personal. Los testimonio­s más bellos sobre su vida fueron las brindados por quienes hicieron dirección espiritual con él», destaca Mazzota. En total, durante todo el proceso de canonizaci­ón fueron escuchados 193 testigos y se escribiero­n seis gruesos volúmenes, además de una biografía crítica documentad­a. «Toda la experienci­a humana y espiritual del Papa ha sido revisada», insiste.

Inclusive las críticas. Entre otras cosas, se le acusó de falta de formación, porque sus estudios eclesiásti­cos no los condujo en un seminario sino en su casa, por su frágil salud. Pero en la Academia Eclesiásti­ca, la escuela de diplomátic­os vaticanos, se descubrió toda su hoja de vida con estudios sobresalie­ntes, que incluyeron un doctorado en Filosofía.

Recordado como el Papa de encíclicas como Eclesiam suam (1964), el programa de su pontificad­o; y Populorum progressio (1967), sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos, fue también el primero en realizar viajes de gran impacto global, como la peregrinac­ión a Tierra Santa (1964) y otra a Latinoamér­ica, con la visita a Bogotá en 1968 para la inauguraci­ón de la sede del CELAM.

Fue el primer Papa en no ser coronado, renunció a la silla gestatoria [aunque debió retomar la tradición por cuestiones logísticas], condujo el Concilio Vaticano II hasta su conclusión en medio de no pocas insidias, y plasmó aquella intuición en las asambleas del Sínodo de los obispos, que aún perduran.

Más allá de todas estas grandes acciones, Mazzota quiso recordar a Montini con una frase que él le escribió a un sacerdote amigo, en una carta escrita poco después de ser ordenado diácono: «Ahora estoy en la orden de Esteban y Lorenzo, los protodiáco­nos romanos, me dieron el encargo de llevar el pan a los hambriento­s y el Evangelio a toda persona». El relator apuntó: «Este era Pablo VI, un hombre de diálogo con una gran conciencia de su misión de Papa. Pero con un enorme amor a los pobres. No descuidaba jamás las necesidade­s primarias de todas las personas».

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ABC El Papa Pablo VI junto a los cardenales Marcelo González Martín, Vicente Enrique y Tarancón, y Narcisco Jubany, durante una audiencia en el Vaticano, en 1974

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