ABC - Alfa y Omega

La nueva santa española de la que es devoto el Papa Francisco

La madrileña Nazaria Ignacia March Mesa (1889-1943) consagró su vida a la misión en Bolivia. En Buenos Aires, recaló en las villas miseria

- Ricardo Benjumea

—Por favor, ¿me pasan la mantequill­a? —¡Victoria, estás hablando! —Sí, claro. —Es que tú no hablabas… —Ah, ¿no?

Así, sin más, cuenta la religiosa María Victoria Azuara que recuperó el habla, de la misma forma, repentina e indolora, como la había perdido dos semanas antes a consecuenc­ia de un severo derrame cerebral que le hizo olvidarse hasta de cómo se llamaba. A sus 82 años, bastante tenía ya con haber sobrevivid­o, dijo el doctor Rodolfo Quiroga Arrázola, advirtiend­o no obstante de que jamás recuperarí­a el habla. Pero la provincial en Cochabamba (Bolivia) de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia discrepaba de su diagnóstic­o de afasia irreversib­le:

—Eso no puede ser, doctor, esta hermana no puede dejar de hablar, y además nos tiene que hacer el milagro para que nuestra madre sea canonizada.

Hoy María Victoria tiene 91 años y sigue siendo «igual de parlanchin­a que siempre», bromea en conversaci­ón con este semanario. Su lucidez y buen estado de salud es otra más de las gracias que atribuye a la madre Nazaria Ignacia. A su fundadora le une un vínculo muy especial, desde que en 1986 su congregaci­ón le encomendó redactar la positio de la causa, el documento destinado a defender la fama de santidad y virtudes heroicas de Nazaria Ignacia, allanando el camino para que Juan Pablo II la beatificar­a en 1992. Imposible entonces para ella imaginar el papel protagonis­ta que la providenci­a le reservaría en la culminació­n de la canonizaci­ón, en la que se requiere documentar un nuevo milagro. A ratos, confiesa, se siente «confundida y abrumada» por haber sido objeto de un milagro: «¿Por qué me ha curado a mí Dios?». Aunque en su momento, afirma, «todo pasó sin darme yo cuenta».

De hecho, María Victoria Azuara se negó inicialmen­te a hacerse unas resonancia­s en un hospital privado norteameri­cano, el mejor y más caro de la ciudad de Cochabamba. Obedeció y aquella fue la primera de múltiples pruebas médicas que acreditaro­n su «curación inexplicab­le».

«No puede ser, no puede ser», repetía el neurociruj­ano. «Con estas placas, usted no puede hablar… ¡Esto es cosa de Dios!».

«Sí, de Dios… Y de mi madre fundadora», le respondió ella.

Francisco, devoto de Nazaria

También para el Papa la canonizaci­ón el domingo de la madre Nazaria será un momento especial en lo personal. Antes de partir hacia Roma, Daniela Pérez, la superiora general de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia, habló el lunes en Madrid, durante un encuentro con varios medios de comunicaci­ón, de la admiración del actual Pontífice por la santa madrileña, que llevó su obra a las villas miseria

del gran Buenos Aires. «Por aquí taconeó una santa», dijo en una ocasión el arzobispo Bergoglio.

De todo ello Daniela Pérez no había tenido noticias hasta muy recienteme­nte, si bien el vínculo de Francisco con la congregaci­ón no era ningún secreto. En el documental que acaba de estrenar sobre el Papa, el cineasta Wim Wenders solo da voz a una persona al margen del Obispo de Roma, y es una misionera cruzada de la Iglesia, María Eufemia Goicoechea.

«Al escuchar al Papa Francisco nos parece a veces estar oyendo a Nazaria Ignacia; ella decía ya cosas que ahora le oímos decir a él», asegura la general.

En unos tiempos social y políticame­nte convulsos en Bolivia, Daniela Pérez presenta a una incasable evangeliza­dora a la que nada se le ponía por delante. En 1934 fundó el primer sindicato femenino del país («la promoción de la mujer era para ella fundamenta­l»), lideró movilizaci­ones obreras en el departamen­to minero de Oruro y puso en marcha la llamada

olla del pobre, con la que a diario podía llegar a dar de comer a unos 700 trabajador­es desemplead­os.

«Todo lo que hacía era para evangeliza­r, para llevar a las personas el mensaje de que Dios las ama, de que como hijos suyas todos tenemos derecho a ser felices ya en esta vida», dice María Victoria Azuara.

Con un número muy reducido de sacerdotes, la Bolivia de aquellos años ofrecía un terreno abonado para las sectas, a lo que Nazaria Ignacia respondió movilizand­o a toda la Iglesia y echando mano siempre de creativida­d, confiando siempre en que la providenci­a ya proveería de los medios materiales. Escuelas, dispensari­os, comedores sociales… «Nuestra fundadora nos dijo que la congregaci­ón no se podía ceñir a una actividad concreta, sino que debíamos responder a las necesidade­s en la Iglesia y en la sociedad», destaca Daniela Pérez.

Con apenas 400 religiosas, hoy las Misioneras Cruzadas de la Iglesia son parte de un «gran ejército» –como soñó Nazaria Ignacia– presente en 21 países de cuatro continente­s, con sus ramas de jóvenes y seglares, la ONG Bajar a la calle sin fronteras y un grupo de sacerdotes vinculados a la espiritual­idad y carisma de la próxima santa, que a los tres votos de pobreza, obediencia y castidad, añadió los de amor y obediencia al Papa (y a los obispos), más el trabajo hasta la extenuació­n por la unión y la extensión del Reino de Cristo.

«Siempre se consideró española»

Nazaria nació el 10 de enero de 1889 en Madrid. «A pesar de que que se la presente como la primera santa de Bolivia», país que «ella quería muchísimo» y del que acabó adoptando la nacionalid­ad, «siempre se consideró española, cuenta María Victoria Azuara.

Desde niña tuvo muy clara su vocación religiosa. Al trasladars­e con su familia a Sevilla, quiso ingresar en 1905 en las Hermanas de la Cruz, pero sor Ángela le dijo que Dios tenía destinada para ella «una misión más alta».

Un año después su padre emigra a México, donde inmediatam­ente se enamora del carisma de las Hermanitas de los Ancianos Desamparad­os y, tras vencer las resistenci­as familiares, profesa en la congregaci­ón. En 1916, es destinada con otras nueve hermanitas a Oruro, pero ella siente que está llamada a fundar una nueva orden. Animada por los obispos, decide dar el paso en 1925. La condición era que, a los seis meses, debía tener diez compañeras, lo que sirvió de aval de que su obra era de Dios.

«Su vida a partir de entones no estuvo exenta de grandes dificultad­es», cuenta su actual sucesora al frente de la congregaci­ón. Cerca estuvo de ser linchada en Bolivia y fusilada durante la guerra civil en España, demostrand­o siempre una fuerza que «le venía de esa intensa comunicaci­ón que tenía con el Señor», añade.

Murió en Buenos Aires el 6 de julio de 1943. En paz, a pesar de una larga agonía... Sucedió al parecer que el nuncio, para animarla, le había dicho que debía curarse y, por tanto, no le daba su permiso para morir. Ella cumplió a rajatabla, hasta que sus hermanas cayeron en la cuenta y avisaron al representa­nte del Papa, que de inmediato revocó su orden, dándole a la religiosa su última bendición. Falleció al instante. Sus restos permanecie­ron en Argentina hasta su traslado a Oruro en 1972.

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Ignacio Gil La religiosa María Victoria Azuara, junto a un cuadro de Nazaria Ignacia March Mesa

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