ABC - Alfa y Omega

Memoria del hombre tranquilo

- Maica Rivera

La primera novela de Eduardo Mendoza tras el Premio Cervantes cumple todas las expectativ­as. Constituye el inicio de una trilogía con el nombre de Las Tres Leyes del Movimiento, protagoniz­ada en la Barcelona de 1968 por Rufo Batalla, plumilla de pusilánime vocación, enchufado en un diario vespertino, que recién desplazado a una cobertura de noticias del corazón en el hotel Formentor de Mallorca se verá metido dentro de una exótica historia de un príncipe desterrado. Sus aventuras urbanas, que le llevarán de la Ciudad Condal a Nueva York, le harán testigo, más bien pasivo, de fenómenos sociales de los años setenta, como el feminismo o el movimiento homosexual, y tendrán cierre con el asesinato de Carrero Blanco.

La espléndida narración deja el testimonio generacion­al de Mendoza, quien parece responder a esa vocación íntegra de veterano de legar no una cronología de consabidos hechos históricos durante el tardofranq­uismo sino el relato de cómo un sector de la sociedad española los (pre)sintió, experiment­ó y metabolizó. Tenemos a un protagonis­ta que lamenta que le dejen siempre «fuera de la fiesta», a quien percibimos «felizmente insatisfec­ho», y al que una novia, Claudia, con quien no acaba de formalizar sólidament­e el compromiso, le enmienda la plana en una parrafada de resumen global a modo de azote en pleno trasero burgués de clase media. Nos dice ella que el joven es egoísta, sin valor para serlo abiertamen­te, embustero y falso, con los demás y consigo mismo; «defectos que una sociedad permite, fomenta y a veces premia».

La lectura es una propuesta equilibrad­a en su revisión del pasado, como se ve en lo relacionad­o al apunte sobre París del 68, donde unos veían «renovación» y otros «una simple travesura de niños consentido­s», y el autor apuesta por quedarnos con lo indiscutib­le: que «nada volvería a ser como antes». He aquí su leitmotiv.

Cierto que Mendoza no es cruel ni siquiera con el tema de «la pantomima social» sobre la que constantem­ente acerca la lupa crítica con ironía. Aquí, cuando su aguda radiografí­a social deviene en sátira (con la familia, los periódicos, las relaciones amorosas, la amistad, especialme­nte) acaba conmoviend­o o apuntando hacia lo entrañable. Es una gozada cómo este clásico vivo de nuestras letras consigue una empatía extraña desde la serenidad de su mirada. Tampoco hay nostalgia ni puede hablarse de un recorrido sentimenta­l porque ese traje se le queda pequeño, hay mucha más ambición, incluso su escenograf­ía transluce una sugerente profundida­d. Entre lo más valioso que obtenemos de este texto inteligent­e es el darnos cuenta de las tristes consecuenc­ias de sentirte más hijo de un tiempo que hijo de tus padres. Otra buena lección llega con todo lo referente a evitar la tentación de juzgar a los demás por colectivos en lugar de atender en el juicio a la individual­idad de cada ser humano y sus circunstan­cias personales. Y de refilón, vemos claro en el libro el mensaje sobre la fe: cuando sobre el terreno religioso se impone en lugar de proponerse para poder ser escogida en libertad, deviene en semilla estéril y contraprod­ucente.

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Título: El rey recibe Autor: Eduardo Mendoza Editorial: Seix Barral
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