ABC - Alfa y Omega

«Servir y dar la vida»

- Daniel A. Escobar Portillo Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid

Durante los últimos domingos estamos acompañand­o al Señor en su camino a Jerusalén, es decir, hacia su Pasión, Muerte y Resurrecci­ón. Los dos anuncios de la Pasión que hemos escuchado hasta ahora por boca de Marcos se caracteriz­an por la poca comprensió­n de los discípulos ante tan dramática noticia sobre el futuro del Señor. Marcos ha querido insistir incluso en una falta de delicadeza y de sintonía entre el estado de ánimo de Jesús y las preocupaci­ones mundanas de los apóstoles.

El episodio al que asistimos este domingo es continuaci­ón precisamen­te del tercer anuncio de la Pasión, donde el Señor ha revelado de nuevo que el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y, a los tres días, resucitará. Si tras el primer anuncio el Señor llamaba a Pedro directamen­te Satanás, y tras el segundo discutían quién sería el mayor entre ellos, ahora Santiago y Juan le piden a Jesús sentarse en su gloria uno a su derecha y otro a su izquierda. A diferencia de la narración de Mateo, donde es la madre la que pide esto para sus hijos, en Marcos son los mismos apóstoles los que se dirigen al Señor, poniendo de manifestó que están lejos de comprender lo que Jesús les acaba de anunciar.

«No sabéis lo que pedís»

Los anuncios reiterados de la muerte del Señor unidos a estas sorprenden­tes reacciones por parte de los discípulos pretenden hacernos caer en la cuenta de la desproporc­ión entre los planes de Dios y los del hombre. No pocas veces habían oído hablar los discípulos del reino de Dios; y no eran pocos los que, incluidos los apóstoles, habían interpreta­do este reino en términos políticos o de dominio. La respuesta del Señor desmontará por completo esta visión. Al hablar del cáliz que iba a beber y del bautismo con el que iba a ser bautizado, está presentand­o un horizonte que, lejos de hablar de éxito, humanament­e entendido, sitúa ante los discípulos la desgracia y la muerte, representa­das por el cáliz y el bautismo. Para iluminar estas imágenes sirven el resto de pasajes de la Escritura que la liturgia nos ofrece este domingo; en concreto, la primera lectura, de Isaías, y la lectura de la carta a los hebreos. En la primera, que forma parte del cuarto canto del Siervo, proclamado también en la celebració­n de la pasión del Viernes Santo, se alude al que es triturado con el sufrimient­o, que entrega su vida como expiación y carga con los crímenes de muchos. La carta a los hebreos se refiere a Jesús como al sumo sacerdote probado en todo, menos en el pecado; alguien que se ha convertido en mediador entre Dios y los hombres. No es posible, por lo tanto, contemplar el cáliz y el bautismo, al que el Señor se refiere, sin considerar a Cristo no solo como quien se dirige hacia un destino dramático, sino como el que únicamente de este modo será glorificad­o. No será posible ahorrarse la Pasión y la Muerte para alcanzar la Resurrecci­ón.

No será así entre vosotros

El pasaje que leemos este domingo nos sirve para constatar la distancia entre la teoría y la realidad. A pesar de que Marcos consiga, en cierto modo, dejar en mal lugar a los hijos de Zebedeo, la Palabra de Dios nos señala también a nosotros. Teóricamen­te casi nadie censura expresione­s como «ser servidor de los demás», «ser esclavo de todos» o «servir y dar la vida». En la práctica, nadie tiene la disposició­n natural para llevar esto a cabo. Y la mayoría de las veces, si servimos, lo hacemos por algo; al menos para que se vea y se sepa. Cuando el Señor pide ser esclavo, servir y dar la vida, lo pide en serio y sin la expectativ­a de obtener nada a cambio. Ese será el camino para sentarse en el Reino de Dios.

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