Objetivo: matar a Asia Bibi
Tehreek-e-Labbaik Pakistan, un joven partido con menos del 5 % de los votos, tiene en cambio el poder de paralizar el país y forzar a su Gobierno a impedir que una mujer cristiana, cuya condena a muerte por blasfemia ha sido anulada, pueda salir del país
Una minoría fanática quiere impedir a toda costa que la cristiana Asia Bibi abandone Pakistán, tras la anulación de su condena a muerte por blasfemia dictada por el Tribunal Supremo. Uno de sus abogados, que se ha tenido que exiliar en Sri Lanka, advierte del peligro del ascenso de un nuevo populismo islamista, todavía minoritario, pero capaz de mantener acorralado al Gobierno. No solo está en juego la vida de Asia Bibi, sino también el respeto a las minorías cristianas y el tipo de sociedad que termine por implantarse en Pakistán.
María Martínez López
«Los islamistas quieren matar a Asia Bibi a cualquier precio. Su única opción es salir de Pakistán lo antes posible». Sardar Mushtaq Gill, uno de los abogados que han ayudado a esta cristiana condenada a muerte por blasfemia, valora así para Alfa y Omega el acuerdo alcanzado el viernes entre el Gobierno y el partido político Tehreek-e-Labbaik Pakistan. El pacto ponía fin a las movilizaciones que durante tres días paralizaron el país, al grito de «colgad a Asia», en protesta por la anulación de su condena en el Tribunal Supremo. Contempla, entre otros puntos, que no se permita a Bibi salir del país, y que el Gobierno no se oponga a que la acusación pida que se revise la sentencia.
El acuerdo supuso un jarro de agua fría para quienes celebraban la decisión del Tribunal Supremo. De no poder dejar Pakistán, la vida de Asia correría más peligro en libertad que en la cárcel, donde ha pasado los últimos nueve años y de donde al cierre de esta edición todavía no ha salido. Si bien en este país nadie ha sido ejecutado por blasfemia, 75 acusados han sido asesinados por exaltados.
Promulgada durante la época colonial para evitar los enfrentamientos religiosos, la ley antiblasfemia se amplió durante la dictadura del general Zia ul Haq (1978-1988) para incluir específicamente las profanaciones del Corán y los insultos a Mahoma. Desde 1991, para estos últimos solo se contempla la pena de muerte. La laxitud al exigir pruebas y el hecho de que no importe si el acusado tenía intención de ofender a los musulmanes hace que los artículos 295 B y C del Código Penal se conviertan con frecuencia en un arma arrojadiza en vendettas personales y para oprimir a las minorías.
Según las estimaciones más recientes del Centro de Justicia Social de Pakistán, desde 1987 han sido acusadas de blasfemia 1.549 personas, de ellas un 15,4 % cristianas (el 2,2 % de la población pakistaní). El Informe de Libertad Religiosa 2016 de Ayuda a la Iglesia Necesitada destaca que, de los 8.000 condenados a muerte en el país, 1.000 lo han sido por blasfemia. Y, aunque la mitad de los acusados son musulmanes, hay una diferencia fundamental: cuando se acusa a un cristiano, toda la comunidad sufre la violenta respuesta de los radicales, que deja decenas de casas quemadas y cientos de familias huidas, cuando no algunos muertos. Ocurrió en 2009 en Gorjra, y en 2014 y este mismo año en barrios cristianos de Lahore (Punjab).
Su abogado: «Saldrá del país»
Asia Bibi se ha convertido en un símbolo para todos los que se oponen a esta brutalidad. Pero también para los radicales, que parecen dispuestos a lo que sea para no aceptar una derrota en este caso.
Saif ul Malook, que ha representado a la cristiana ante el Supremo, es escéptico sobre el alcance del acuerdo del TLP con el Gobierno. «Solo los condenados pueden estar en la lista que restringe las salidas del país, y no es el caso de Asia. Por tanto, no es posible que el Gobierno la incluya». De hecho, el lunes pronosticó que pronto sería liberada y que tenía un 99 % de probabilidades de salir del país mientras el Supremo revisa su veredicto. El optimismo de Malook contrasta con su propia situación: el letrado, musulmán, hacía estas declaraciones desde Holanda, a donde la ONU y la UE le han aconsejado huir por el riesgo que corre. Asegura que no tiene miedo –«¿Por qué debería tenerlo? Tengo 63 años, y ya he pasado mucho»–, pero quiere vivir para seguir defendiendo a Asia.
En su opinión, el Gobierno ha aceptado este acuerdo por «pánico» ante las movilizaciones que se desataron nada más conocerse la decisión del Supremo, y que obligaron a cerrar los colegios cristianos y a suspender las Misas del día de los Fieles Difuntos. Ha sido una nueva muestra de poder del movimiento Tehreek-e-Labbaik Ya Rasool Allah,
que nació para defender al asesino de Salman Taseer. El gobernador de la región de Punjab, musulmán, fue asesinado en 2011 por Mumtaz Qadri, uno de sus escoltas, por tomar partido a favor de Asia Bibi. Las huelgas y altercados públicos en torno a la ejecución de Qadri, en febrero de 2016, fueron la tarjeta de presentación del TLYRA. Hace un año volvieron a paralizar el país porque el Ministerio de Justicia había eliminado una referencia a Mahoma en un documento electoral.
El brazo político del TLYRA, Tehreek-e-Labbaik Pakistan (TLP), se presentó por primera vez a las elecciones en julio de este año, con un programa basado en la islamización y propuestas populistas de distribución de la riqueza. Lograron un 4,21 % de los votos y ningún escaño, pero –advierte Mushtaq– no deben ser subestimados: «Siendo un partido solo desde hace unos meses, es alarmante ese porcentaje de votos y que hayan sido la tercera fuerza en las grandes ciudades. Tienen el poder en la calle porque se han ganado el apoyo de otros grupos y de la gente apelando a sus sentimientos religiosos, y se han impuesto a otro Gobierno débil frente a los radicales».
«Han dado un paso difícil»
Paul Bhatti, que de 2011 a 2013 sucedió en el Ministerio para las Minorías a su hermano Shahbaz, también asesinado por defender a Asia Bibi, prefiere quedarse con lo positivo de los últimos días: la valentía de los magistrados del Supremo. «Era un paso difícil, pero lo han dado –valora para Alfa y Omega–. Su escrito subrayaba las dudas que había en el caso, recordaba que otras veces se ha abusado de la ley antiblasfemia y citaban palabras de Mahoma sobre que los cristianos no deben ser oprimidos. Después de la sentencia, en varias tertulias televisivas vi a gente defendiéndolos a ellos y a Asia. Un número considerable de musulmanes cualificados ha valorado positivamente la decisión». Recuerda además que hay partidos, como el Partido Popular de Pakistán, con el que él fue ministro, más proclives a cambiar la ley. Sin embargo, su porcentaje de votos ha pasado del 30 % en 2008 al 13 % este año.
Queda mucho por hacer. Y Bhatti, que preside la Alianza de Minorías de Pakistán, sabe que hay que andar con pies de plomo. «Sobre la ley antiblasfemia, la Alianza dice que ni los cristianos ni los no creyentes queremos atacar a nadie, y que hay que evitar que la ley se use mal». Y deja que sean sus socios musulmanes los que hablen de abolirla, porque «es distinto cuando viene de ellos». Además, es consciente de que no basta con cambiar la legislación. La condena a Bibi se ha anulado con la ley en la mano, «y aun así muchos no lo han aceptado. El problema no es la ley, sino que la gente quiere tomarse la justicia por su mano. Hay una mentalidad del odio que nace en muchas escuelas, donde se presenta a los no musulmanes como enemigos».
Por eso pronosticaba que el nuevo primer ministro, Imran Kahn, tendría que «ir con cuidado y actuar gradualmente» si, como cree, no es partidario de la ley. En una conversación con este semanario antes del acuerdo del Gobierno de Khan con el TLP, lo describía como «honrado» y valoraba que hubiera defendido a los magistrados, cuando durante la campaña electoral apoyó la ley antiblasfemia. «Pakistán es complicado, no puedes oponerte frontalmente desde el principio a ciertas personas ni decir de primeras que crees que la ley es mala, porque no vas a ninguna parte».