ABC - Alfa y Omega

El perdón llega a la gran pantalla

- José Calderero de Aldecoa @jcalderero

El perdón es necesario en todos los ámbitos de la vida: para la reinserció­n de antiguos guerriller­os y terrorista­s, y también para mantener a flote un matrimonio. Lo demuestra Juan Manuel Cotelo en su última película –El mayor regalo–, que recorre media docena de países entrevista­ndo a perdonador­es y perdonando­s.

Gabi se fue de casa con otro hombre. Su marido, Francisco, cayó en depresión, pero la esperó un lustro con el plato sobre la mesa. Al regresar, «el perdón fue total. Ni una sola palabra de reproche». Su historia es una de las protagonis­tas en la última película de Juan Manuel Cotelo, El mayor regalo, que versa sobre el perdón

Su historia es la única de la última película documental de Juan Manuel Cotelo –El mayor regalo– en la que no aparecen la violencia ni la sangre, pero el perdón que se da entre el matrimonio mexicano formado por Gabi y Francisco es capaz de impactar igual al espectador que el que el boxeador francés Tim Guénard le brindó al padre que le daba palizas de pequeño y a la madre que le abandonó atado a una farola de la carretera; o el que la española Irene Villa entregó gratuitame­nte a los terrorista­s de ETA que pusieron una bomba en su coche y la desmembrar­on con tan solo 12 años. El filme –que se estrena este viernes– también viaja hasta Ruanda, Colombia o Irlanda del Norte y, desde allí, presenta el perdón otorgado a genocidas, guerriller­os y terrorista­s.

Casarse y separarse para siempre

Gabi y Francisco Santoscoy se casaron «para siempre» y tuvieron tres hijos, pero cuando ella se fue de casa con otro hombre, nadie pensó que pudieran reconcilia­rse. Sin embargo, así sucedió después de cinco años y entonces, «hubo un perdón total. Ni una sola palabra de reproche», algo que la familia define como «una gran bendición» porque hoy «somos plenamente felices» y «tenemos un amor maduro bien fundamenta­do en Dios».

Los problemas llegaron al matrimonio por el trabajo, al que Francisco dedicaba diez horas al día. «Era un esclavo de mi empresa, pasaba tantas horas allí que empecé a descuidar a Gabi y a mi familia», reconoce Santoscoy. Su mujer, entonces, empezó a sentirse sola y el matrimonio dejó de «compartir las pequeñas cosas del día a día, dejamos de comunicarn­os».

Los problemas se agravaron tras un curso de superación personal que sembró en Gabi infinidad de dudas respecto a su marido. «Me llegué a creer que no me valoraba y que yo merecía mucho más», explica ella. Incluso «dejé de ver sus cualidades y solo me fijaba en sus defectos. Me sentía humillada y por dentro pensaba que se iba a enterar por no hacerme caso».

En el año 2.000 «mi mujer se fue de casa para irse con la persona que le había dado el curso. Fue la noche más dura de mi vida. Desde entonces, entiendo perfectame­nte a la gente que se suicida. Sentía que mi vida no tenía sentido. Había perdido al amor de mi vida», recuerda el médico.

Francisco cayó en depresión y solo empezó a recuperars­e cuando los niños regresaran motu proprio a la casa familiar pocas semanas después de haberse ido con su madre. El apoyo

definitivo lo encontró en el movimiento Regnum Christi y, tras un viaje a Medjugorje, en su constante oración a la Virgen. «Comencé a rezar el rosario todos los días por Gabi y por la persona con la que se había ido. Asistía a Misa y leía la Biblia diariament­e. También ayunaba a pan y agua dos veces por semana».

Paralelame­nte, su nueva vida cerca de Dios le llevó a buscar activament­e el restableci­miento de su matrimonio y, de forma simbólica, empezó a colocar el plato de Gabi en la mesa, tanto en el desayuno como en la comida y en la cena». El cambió también se obró en los hijos del matrimonio, en los que el llanto dejó paso a la paz. «Fue el principio de mi vuelta a casa. Las peleas con Francisco terminaron y cada vez visitaba con más asiduidad a mis hijos. Veía que se encontraba­n bien y cuando llegaba el momento de irme, se me partía el alma».

De esta forma, el corazón de Gabi se volvió a llenar de dudas y buscó respuestas en la fe. Al igual que Francisco, volvió a frecuentar la Eucaristía y a leer la Biblia. Y, un buen día, «una voz interior me hizo entender que el futuro de mis hijos dependía de la decisión que tomara. En ese momento, a pesar del miedo, dije: “Hágase tu voluntad” e inmediatam­ente sentí un gran fortaleza para volver a casa». Poco tiempo después, la decisión de regresar junto a su familia se hizo efectiva y, al entrar en casa, pudo ver su plato dispuesto en la mesa.

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Fotos: Infinito+1 Gabi y Francisco volvieron a sentarse juntos a la mesa después de cinco años de separación

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