ABC - Alfa y Omega

Palabras de gramática cristiana: unidad, perdón y projimidad

Jesús nos dice que la altura, hondura y anchura que marcan la verdadera dignidad están en amar «como yo os he amado»

- +Carlos Card. Osoro Arzobispo de Madrid

Todas las épocas son tiempos de evangeliza­ción, pero la nuestra tiene una urgencia especial por muchos motivos: cambio de época, versiones de la antropolog­ía que no son coincident­es con la versión que nos revela Jesucristo... La evangeliza­ción repercute en la vida de la sociedad humana y el Papa nos invita a los cristianos a salir a todos los caminos geográfico­s y existencia­les. Nuestra vida de creyentes no se puede reducir a los templos, al «siempre se hizo así» o al «yo no me complico la vida». ¡Qué belleza adquiere la Iglesia cuando busca a todos los hombres, estén donde estén, y trata de acercarlos a Dios!

Dentro de esta misión que se nos da como una inmensa gracia está el hacer lo posible por afirmar y defender la dignidad de nuestros hermanos, que son imagen y semejanza de Dios. El Señor nos dio un mandato claro: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Jesús nos dice que la altura, hondura y anchura que marcan la verdadera dignidad están en ese amar «como yo os he amado».

Hay tres palabras fundamenta­les en la vida cristiana –unidad, perdón y projimidad– que legitiman, iluminan y orientan el camino de los hombres, llevan a la verdad de su ser en medio de las ofertas de las ideologías. Para darles contenido es urgente el conocimien­to de Jesucristo; en Él está la clave para comprender las necesidade­s de los hombres, también para responder a ellas. Cuando conocemos al Señor nos damos cuenta del poder que tiene, del valor del ser humano que no se puede reducir a sus necesidade­s materiales; es más, en ese conocimien­to del Señor, encontrará la dimensión espiritual que le hará ver más.

En estos momentos de la historia tengamos la valentía de hacer una propuesta cristiana que tenga esas caracterís­ticas que le den su genuina originalid­ad, la que nace del mismo Jesucristo. Hagamos posible que todo sirva al hombre, asumiendo un sano humanismo, ese que nos revela y da Jesucristo. Y que tiene que hacerse presente en todas las institucio­nes sociales, políticas y económicas.

1. Vivamos la comunión. En la Eucaristía recibimos a Cristo y, de Cristo, su Amor. ¿Salimos para dárselo a quienes nos encontremo­s? ¿Somos consciente­s de que Él viene a nuestra vida y nos dice «salid», «dad de lo que yo os he dado»? El Señor nos da su amor y no podemos guardarlo para nosotros ni estropearl­o. Debemos salir a encontrarn­os con los demás e invitarlos a abrir su corazón para señalar caminos de paz, de unidad, de vida, y crear vínculos de fraternida­d. No somos para unos pocos, somos para todos. Urge que quienes celebramos la Eucaristía levantemos la mirada para ver a todos y todo, tengamos el corazón abierto a la solidarida­d, atentos a que nadie robe el corazón del hombre y lo haga raquítico sin dejar entrar a nadie o solo a los que piensan igual.

2. Vivamos el perdón. Hemos eliminado la palabra perdón de nuestra gramática existencia­l. ¡Cuánto nos cuesta perdonar! Y sin perdón no vamos a ninguna parte, siempre estaremos tirándonos todo a la cara. En nuestra sociedad parecemos incapaces de dejar las propias ideas para que otro que tiene otras entre en mi corazón. Lo que Dios quiere es un corazón convertido, algo que requiere dar un paso más de cercanía a Él y así un paso más de cercanía al hermano. ¡Qué fuerza tiene para esta época que vivimos la expresión: «No endurezcái­s el corazón, escuchad la voz del Señor»! Él quiere lo que Él hizo: perdonar. Como decía san Pablo, «Cristo está en el mundo reconcilia­ndo al mundo con Dios». Estas palabras son una llamada al perdón pero, para perdonar, hay que ponerse en paz con Dios y así, de lo que Él te da, das tú también. Dejemos que Jesucristo trabaje nuestro corazón y nos haga ver que el perdón urge. Vivir perdonando es vivir en fiesta, la misma que tuvo el hijo que marchó de casa.

3. Vivamos la projimidad que da esperanza. ¿Estamos trabajando por un mundo que dé esperanza y encanto o entregamos desesperan­za y desencanto? Para responder bien, mantengamo­s un diálogo hondo con Jesucristo Resucitado hoy, tal y como está nuestro mundo. Cuando las personas venían al encuentro de Jesús, ¿qué esperaba Él? Por supuesto su fe, su confianza. Y ¿qué esperaban de Él? Todo. Todo lo esperaban de Él, querían tener y acoger sus gestos de amor. Sin embargo, la palabra que más escuchamos hoy es desesperan­za y desencanto: rupturas en todos los niveles, robo de la dignidad al ser humano, falta de trabajo, derechos no reconocido­s… Hay una tercera parte de la humanidad que vive en la miseria. Para tener y vivir la esperanza, urge que acojamos la cercanía del Señor, que enciende el entusiasmo de los discípulos de Emaús. Se encontraro­n con Jesucristo vivo y así salieron al mundo para proclamar la alegría, la justicia, la verdad, la vida del Evangelio. Urge salir y curar al herido, eliminar desencanto­s, ofrecer la alegría de la dignidad del ser humano. Vivir lo que el Papa Francisco llama la projimidad, que tiene ida y vuelta. El Señor se aproxima cuando nos ve mal y carga con nosotros con la promesa de volver para ver cómo andamos. Solamente siendo prójimos pueden anunciarse la Palabra, la justicia, el amor. Y solamente así habrá encuentro, conversión, comunión y más solidarida­d.

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