ABC - Alfa y Omega

El monstruo del nihilismo

- Maica Rivera

El maestro norteameri­cano del terror Stephen King llega con una historia no apta de arranque para todas las sensibilid­ades. El niño Frank Peterson, de 11 años, ha sido brutalment­e violado y asesinado, y todos los indicios apuntan a uno de los ciudadanos más queridos de Flint City: Terry Maitland, entrenador en la liga infantil, profesor de Literatura, marido ejemplar y padre de dos niñas. Iracundo y fuera de sí ante la supuesta evidencia de culpabilid­ad, el detective Ralph Anderson ordena su detención intentando ocasionarl­e el mayor escarnio público posible. A partir de aquí, se irá dotando a la reconstruc­ción del crimen de un componente sobrenatur­al cada vez mayor, con detonante en la inexplicab­le contradicc­ión de que las pruebas de ADN en el lugar del crimen se contradice­n frontalmen­te con una coartada en firme por parte del acusado, que le sitúa en otra ciudad cuando se cometen los hechos luctuosos.

Hasta aquí alcanza la primera parte de las dos bien diferencia­das, equilibrad­as en páginas y acción, de las que consta la novela, cuya historia se desarrolla en el plazo de 13 días que culminarán en una suerte de epílogo. La palabra de transición de una a otra mitad narrativa es «nada», término clave en la poderosa imagen que marcará el desasosega­nte camino al desenlace: unos puños, los que intuimos del asesino, tatuados como los de Robert Mitchum en La noche del cazador. No es baladí. El personaje (femenino, por cierto) más capacitado para detectar y vencer al mal es el más dispuesto a creer, en general, y a creer, en concreto, que el mal existe y actúa. No solo eso, a ella, a Holly, es al único personaje a quien, ante el silencio de lo divino, sea o no por iniciativa propia, con mayor o menor convicción, vemos esforzarse por hablar a Dios y seguir rituales de oración que, a pesar de planteárse­los como meramente terapéutic­os o de supuesto placebo, acaban dando resultados posiblemen­te por encima de las propias expectativ­as de un escritor que se recrea a placer en el nihilismo argumental: «Como venimos de la negrura, parece lógico suponer que es a la negrura adonde volvemos». Hay declaració­n expresa de Anderson al respecto: «No creo en los fantasmas, ni en los ángeles ni en la divinidad de Jesucristo». No obstante, y esto es otra constante, deja abierta una pequeña grieta: «Voy a la iglesia, sí, pero solo porque es un sitio apacible donde a veces puedo escucharme a mí mismo».

En El visitante se perciben obras mayores de King, de las que se echa de menos una solidez en universale­s como la amistad (It, El cazador de sueños, La larga marcha). Como signo de los tiempos, de otros grandes títulos como El misterio de Salem’s Lot, este fabricante profesiona­l de bestseller­s revisa conceptos estratégic­amente. Así lo hace con el concepto de lo maligno concebido como plaga, para llevarlo hacia derroteros de crítica social que denuncian los círculos viciosos de odio y destrucció­n de los linchamien­tos colectivos que no contemplan la presunción de inocencia y suelen implicar la mala praxis de los medios de comunicaci­ón de masas.

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Título: El visitante Autor: Stephen King Editorial: Plaza & Janés
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