Teología de la ternura
Hoy nuestro mundo está necesitado de ternura, de personas con el corazón dilatado, comprensivo, capaces de ser sensibles a las necesidades del prójimo. La ternura es la expresión sublime de la cercanía, del amor de Dios; la misericordia es su máximo atributo. El Dios en el que creo es un padre que extiende sus brazos –como en la parábola del hijo pródigo–. en una bendición llena de misericordia. Su único deseo es acoger, abrazar; no quiere castigar. Dios nos busca, sale a nuestro encuentro y está deseoso de llevarnos a casa. Quien ha experimentado el amor de Dios, quien ha sido alcanzado por su misericordia, es capaz de llevarlo a los demás y de abrir su corazón para sanar tantas realidades heridas necesitadas de ternura. «La ternura no es signo de debilidad, es fortaleza», dice el Papa Francisco. No pocas veces nos toca representar el papel de hijo pródigo, pero nuestra principal vocación es la de ser padre. Tal vez la afirmación más radical que hizo Jesucristo fue: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso», invitándonos nada menos que a ser como Dios, con nuestras limitaciones e imperfecciones. Para llegar a ser como el Padre tenemos que ofrecer nuestro perdón, nuestro dolor –no hay misericordia sin lágrimas– y generosidad. No hay mayor generosidad que darnos a nosotros mismos. Ser misericordiosos es la verdadera marca del discípulo de Cristo. Nunca es tarde para acoger a aquella persona que nos pide perdón.
Carolina Crespo Vigo
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