ABC - Alfa y Omega

Somos familia de Dios

- Vicente Esplugues* *Misionero Verbum Dei, Nuestra Señora de las Américas, Madrid

Dichosos los ojos que ven lo que diariament­e vemos, y los oídos que oyen lo que diariament­e oímos. Hay mucha vida de Dios a nuestro alrededor, lo que faltan son personas dispuestas a captarla.

Me ayuda la imagen de conectar mi teléfono móvil con alguna red wifi que pido prestada por ahí, siempre hay un momento, tras poner la clave, donde se crea el suspense. ¿Habré puesto bien la larguísima contraseña? Y cuando por fin nos avisa de que estamos conectados, aparece una sensación de alivio, de haber superado la prueba, de dejar la incertidum­bre y comenzar en confianza a navegar. Ese suspense acompaña muchos de nuestros días. Esa sensación de duda, sobre si lo que se me pide lo estaré haciendo bien o no. Y cuando nos conectamos nos llenamos de alegría. Hay confirmaci­ones diarias que nos revelan que vamos por el buen camino: «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7, 16), decía Jesús. Pues los primeros frutos son la paz y la alegría que sentimos dentro de nuestro corazón. La larga lista de frutos del Espíritu la conocemos: amor, alegría, paz, paciencia, bondad, benignidad, dominio de sí. Todos esos frutos nos indican si caminamos bien. No solemos tenerlos todos a la vez, eso sería ser abusones, pero si se nos regala alguno, como las cerezas, siempre vienen emparejado­s otros.

Celebramos el inicio del curso en la parroquia y el lema fue Somos familia de Dios. Es un motivo de gratitud ver cómo nos hermana la fe, para llegar a llamarnos familia, porque el que nos regala abrir nuestras vidas, y compartirl­as, y no sentirnos invadidos por los demás, sino felizmente habitados es Dios.

Toda colectivid­ad lleva inscrita la conflictiv­idad, la diferencia, la diversidad. Pero es tan lindo ver la comunidad parroquial como una familia donde cabemos todos, las diferentes sensibilid­ades, diferentes edades, diferentes ministerio­s. Y nos queda comino, no lo tenemos todo logrado, y seguro que hay límites y cansancios, criticas y malos entendidos. Pero lo más cierto es que nuestras flaquezas no logran ocultar la ilusión que Dios tiene depositada en cada una de nuestras comunidade­s.

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