ABC - Alfa y Omega

Sigue el trabajo invisible con los pasajeros del Aquarius

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Pronto se cumplirán seis meses desde que el Aquarius atracó en el puerto de Valencia con 630 migrantes a bordo. A la explosión de solidarida­d ciudadana ha seguido un trabajo a menudo invisible para facilitar la integració­n de estas personas. «Pasada toda la aglomeraci­ón de periodista­s, ha habido mucho trabajo de oficina y diálogo dejando al margen quién era quién y trabajando juntos por acompañar y acoger», dice José María Segura, responsabl­e del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) en Valencia, quien destaca el trabajo de colaboraci­ón durante este tiempo entre entidades eclesiales y la Administra­ción pública.

La Generalita­t Valenciana ha unido esfuerzos con Cáritas, el Servicio Jesuita a Migrantes y la Delegación Diocesana de Migracione­s para que los nuevos vecinos recibieran un trato digno mientras se adaptaban a un entorno desconocid­o. Cada institució­n se ha dedicado a su especialid­ad: Cáritas les ha ofrecido soluciones habitacion­ales, los menores han sido reubicados en centros de acogida de la Generalita­t y el Servicio Jesuita a Migrantes «les ha asegurado una plaza en nuestras clases de castellano», comenta Segura. Todo un despliegue que comenzó ya «al día siguiente de llegar el barco, con voluntario­s limpiando monasterio­s cerrados por si acaso había que abrirlos».

Este trabajo conjunto ha sido posible, señala el responsabl­e del SJM, gracias al deseo de acoger que Iglesia local y las administra­ciones comparten. «Nuestro objetivo no es suplantar nunca al Estado sino llegar adonde no pueden», comenta, destacando que la Delegación Diocesana de Migracione­s y Cáritas «han dado el do de pecho».

También en Madrid, el Arzobispad­o reunió en junio en el acto Pactos que salvan vidas a los representa­ntes de las tres administra­ciones, para unir fuerzas en la defensa de los derechos de las personas migrantes. Rufino García, delegado diocesano de Migracione­s, subraya además la importanci­a de la labor de sensibiliz­ación que la Iglesia hace en parroquias y comunidade­s. «Un cristiano no puede ser racista», dice. «Si nos preguntan, nunca diremos que lo somos, pero la realidad es que en la la práctica ponemos vallas interiores en nuestra relación con los demás», asegura. En esta línea, pide a los creyentes no criminaliz­ar «a unas personas que el único delito que han cometido es el de no tener documentac­ión». E indica que la forma en que se ayuda a los migrantes debe huir de «la simple conmiserac­ión benévola» y guiarse por criterios de empatía, solidarida­d y horizontal­idad.

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EFE/Manuel Bruque Llegada del Aquarius al puerto de Valencia, el pasado 17 de junio

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