ABC - Alfa y Omega

Los que llevan la estola cruzada

Nueve de cada diez diáconos permanente­s en España sientieron la llamada dentro del matrimonio, circunstan­cia que refuerza ambos sacramento­s, pese a las dificultad­es de conciliar vida laboral, familiar y diaconal. La clave para afrontarla­s está en poner el

- Fran Otero

La figura del diácono permanente ha ido ganando en visibilida­d y conocimien­to desde que este grado del Orden fuese restaurado en el Concilio Vaticano II. Se trata de una vocación particular y con identidad propia que no viene a sustituir la escasez de sacerdotes, sino a sumar en la tarea de llevar a Dios a la sociedad actual. El 90 % de los 447 diáconos que hay hoy en España son hombres casados, y por ello la conciliaci­ón entre vida familiar y diaconal (además de la laboral) es uno de los principale­s retos a los que se enfrentan, una cuestión que se abordó en el Encuentro Nacional del Diaconado Permanente que acaba de celebrarse en Toledo.

La figura del diácono permanente es cada vez más conocida desde que el Concilio Vaticano II lo restaurase – también para hombres casados– hace más de 50 años y lo propusiese como un grado ministeria­l más. Ha ayudado a su visibilida­d que haya en España, según los últimos datos de la Conferenci­a Episcopal correspond­ientes al año 2017, un total de 447 diáconos permanente­s, una clasificac­ión que lideran las diócesis de Sevilla (60), Barcelona (43), Madrid (31) y Valencia (20). Sin embargo, todavía hay 22 sedes episcopale­s que no cuentan con ninguno.

En cualquier caso, a pesar de el crecimient­o de la presencia de estos diáconos en los últimos años, lo cierto es que su figura todavía no ha sido comprendid­a por una gran mayoría de fieles, que los siguen viendo como una solución a la escasez de vocaciones sacerdotal­es, un sacerdote con menos funciones o como una especie de laico clericaliz­ado. Pero como explica Javier Villalba, diácono permanente en la parroquia de la Santísima Trinidad de Collado Villalba (Madrid), este grado del orden «tiene su propia identidad». Y añade, en conversaci­ón con este semanario: «El diácono permanente encarna el servicio dentro de la Iglesia. Por eso es bueno que en la Iglesia haya estas personas que llevan la estola cruzada y que nos recuerdan a todos que somos servidores».

Jesús, eje central

Pedro Jara, diácono permanente y autor del libro El diácono, pobre y fiel en lo poco, prologado por el cardenal Carlos Osoro, coincide en que lo importante es la configurac­ión del ministro con Jesús, es decir, hacerle presente en medio del mundo. «Se trata de que Jesucristo, el eje central, aparezca a través de las cosas que hacemos. Es un servicio en las cosas pequeñas y olvidadas», explica. De hecho, tiene gran importanci­a en el ministerio diaconal el ser servidor, sobre todo, en el ámbito de la caridad. No es raro que los diáconos permanente­s trabajen en las fronteras de la pastoral penitencia­ria, la pastoral de la salud o la pastoral social.

Jara presentó su libro en el Encuentro Nacional del Diaconado Permanente que, organizado por la Conferenci­a Episcopal, abordó la semana pasada en Toledo la relación entre el diaconado y la familia. En él también intervinie­ron Javier Villalba y su mujer, Belén Santos, que hablaron de la conciliaci­ón –no solo a nivel práctico, que también– entre estas dos dimensione­s que ellos viven en primera persona.

Javier se ordenó hace ocho años, aunque el proceso comenzó mucho antes, con el discernimi­ento junto con su mujer y luego con la formación. Habla ahora Belén Santos: «Entendimos los dos que teníamos que confiar en esa llamada que nos hacía Dios. Todo el proceso nos llevó a hablar mucho y significó también un compromiso del uno con el otro y de ambos con los demás. En este sentido, se incorpora a la familia como un proyecto».

Creen que si hubieran tenido más modelos en los que reflejarse, probableme­nte habría sido más sencillo, pero también son consciente­s de que están viviendo momentos históricos. Por eso valoran especialme­nte los encuentros entre diáconos y sus esposas, lo que han llamado fraternida­d diaconal. Y lanzan esta propuesta: una pastoral vocacional específica para el diaconado permanente, que dé a conocer esta figura «que para muchos es una novedad y que tiene unas peculiarid­ades que conviene que sean conocidas».

Esta opción significa asumir una serie de tareas a distintos niveles: el de la Palabra, el litúrgico y el caritativo. Así, Villalba desarrolla su ministerio en Cáritas, en el Centro de Orientació­n Familiar de la parroquia que,

además, acaba de poner en marcha un centro de escucha; en la pastoral familiar, en la preparació­n de novios o del Bautismo de niños, en el trabajo con jóvenes; y en la predicació­n. «Somos ministros ordenados presentes en medio del mundo, en lo cotidiano. En la universida­d, en el mundo laboral, en las distintas tareas de nuestra vida. Creo que este figura es importante en un mundo que pierde a Dios aparezca una figura cualitativ­amente distinta en representa­ción de la Iglesia. Es bueno para la Iglesia poner el rostro de un ministro [diácono permanente] allá donde no llegan otros ministros [sacerdotes].

La conciliaci­ón

Conjugar todo esto a nivel práctico no es sencillo, pues a la dificultad en la conciliaci­ón de la vida familiar con la laboral –Javier es pediatra y Belén trabaja en un centro educativo– hay que unir esta vida diaconal. «Hacemos encaje de bolillos en un difícil equilibro de todas las parcelas. Para ser sinceros, hacemos lo que podemos y esto conlleva renuncias y a tener prioridade­s. En la familia tenemos asumido que Javier dedica mucho tiempo durante el fin de semana a las tareas pastorales y yo le acompaño cuando puedo», reconoce Belén. Javier añade que la clave es poner a Dios y al Espíritu en medio de la vida, pues da «mucha paz interior». «Son diferentes frentes y hay que vivirlos con alegría y no con el agobio de una tarea que consume. Solo la vida espiritual intensa con tu mujer es lo que hace que se puedan llevar las cosas con paz y vivir ese equilibro. Porque en realidad se trata de ser signo», sigue.

Por su parte, Pedro Jara señala que el primer servicio se da en la familia, que es la primera vocación a la que uno es llamado: «La vocación al diaconado permanente no interrumpe la del matrimonio. Si lo hiciese no sería una llamada de Dios. Es complicado conjugarlo todo, pero no se trata tanto de lo que haces sino de cómo lo haces. En realidad, el diácono tiene que desaparece­r para que aparezca Jesús».

Los hijos

Otra cuestión importante es cómo abordar este ministerio con los hijos. Tanto Pedro Jara como Javier Villalba tienen familias numerosas con tres y cuatro hijos, respectiva­mente. En el caso de Javier, sus hijos lo han integrado perfectame­nte, aunque les haya impactado ver a su padre revestido las primeras veces. «El proceso, que fue lento, les ayudó a asimilarlo. Haberlo vivido en familia ha permitido que lo entiendan y lo vayan contando con sus palabras a sus iguales. Hoy, en la parroquia, parece que llevemos con un diácono toda la vida», afirma Belén.

En su opinión, ve bien que en la actualidad haya diáconos permanente­s con niños pequeños, pues hasta hace poco la mayoría eran mayores y estaban en otros momentos vitales, como si el ministerio diaconal solo fuese accesible cuando no tienes obligacion­es familiares. «Eso no es así, Dios llama cuando llama. Además, es muy interesant­e hacer ese camino con nuestros hijos y tener la ocasión de explicárse­lo, de hablarles y de contar con ellos», continúa.

Pero el impacto no se produce solo en el entorno familia o en la parroquia, pues estar inserto en la sociedad, en el mercado laboral y ser a la vez un ministro ordenado interpela a los demás. Al menos, a los amigos de Javier les sorprendió verle predicar revestido en el funeral de su padre el año pasado: «Entonces entienden lo que les has venido contando y cómo lo vives. De este modo, el diácono es el rostro de la Iglesia en mitad de las circunstan­cias del mundo».

Obispos, sacerdotes y diáconos como ministros ordenados junto a los laicos son los encargados hoy de llevar la palabra de Dios al mundo de hoy y «todos somos necesarios», apunta Javier. «Todos formamos un único pubelo, pero sí es verdad que al restaurar el diaconado permanente se hace mucho más visible los grados de la jerarquía de la Iglesia y es algo muy bonito y enriqueced­or», concluye.

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Archimadri­d/Ignacio Arregui García
 ?? Javier Villalba ?? Javier Villalba (derecha) con otros dos diáconos y el secretario de la Comisión Episcopal del Clero, Juan Carlos Mateos (izq.)
Javier Villalba Javier Villalba (derecha) con otros dos diáconos y el secretario de la Comisión Episcopal del Clero, Juan Carlos Mateos (izq.)
 ?? Javier Villalba ?? El diácono permanente Javier Villalba con su esposa Belén Santos
Javier Villalba El diácono permanente Javier Villalba con su esposa Belén Santos
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CEE Un momento del Encuentro Nacional del Diaconado Permanente celebrado recienteme­nte en Toledo

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