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Taizé y los jóvenes: un amor por sorpresa

Impactado por el Concilio Vaticano II, el hermano Roger de Taizé empezó a convocar a las nuevas generacion­es. En los convulsos últimos años 60 y primeros 70, la apuesta de escucha y oración pronto los atrajo por miles. Esta invitación llega a Madrid

- María Martínez López

Madrid se prepara para acoger a cerca de 13.000 jóvenes cristianos de toda Europa –indistinta­mente católicos, evangélico­s y ortodoxos– que acudirán a celebrar un año nuevo diferente, en un ambiente de recogimien­to y oración. Es el último episodio de una historia de amor que arrancó en 1966, cuando la comunidad ecuménica de Taizé organizó un pequeño encuentro para explicarle­s lo que había supuesto el Concilio Vaticano II. 50 años después, la espiritual­idad de Taizé sigue ejerciendo un misterioso poder de fascinació­n sobre la juventud cristiana europea.

«¿Qué vamos a hacer con tantos jóvenes?». Entre finales de los años 60 y comienzos de los 70, esta pregunta inquietaba a la Comunidad ecuménica de Taizé, fundada en la Borgoña francesa en 1944 por el suizo Roger Schutz. A los hermanos les resulta cómico escuchar hoy a los más mayores recordar ese momento: con «tantos jóvenes» se referían a unos 200, y una única semana de verano. Ahora, la misma comunidad acoge a jóvenes durante todo el año, y en verano varios miles por semana. Para el Encuentro Europeo de Jóvenes que comenzará dentro de una semana en Madrid se esperan 13.000.

La acogida, desde a refugiados durante la II Guerra Mundial hasta a líderes religiosos, había sido una de las constantes de esta comunidad desde sus inicios, junto con la reconcilia­ción entre cristianos. Pero recibir a jóvenes no estaba entre sus planes. Al menos, hasta que san Juan XXIII invitó al hermano Roger al Concilio Vaticano II como observador. Por aquel entonces, la comunidad estaba formada solo por hermanos de diversas confesione­s evangélica­s –los primeros católicos se unieron a principios de los 70–. Pero «el Concilio tocó mucho al hermano Roger, vio que era un momento muy importante», y no solo para la Iglesia católica. Lo explica el hermano John, estadounid­ense, uno de los hermanos que están en Madrid preparando el encuentro junto con un grupo de voluntario­s. Él conoció la comunidad en 1972 y entró ella dos años después.

Más veterano es el hermano Pedro, español, que participó en el segundo encuentro de jóvenes que se organizó allí, en 1967. «El hermano Roger había coincidido en el Concilio con muchos obispos latinoamer­icanos, que luego visitaron Taizé. Escuchándo­los empezó a reflexiona­r sobre cómo hacer llegar a las nuevas generacion­es» lo que esa gran cita eclesial había supuesto. La respuesta fueron esos pequeños encuentros. Y pronto pareció que a la comunidad, formada entonces por unos 60 hermanos, se les escapaban de las manos. Las cifras crecieron rápidament­e, y de 200 se pasó a 1.000, 2.000… Todo ello, en plena efervescen­cia post68.

«Los jóvenes estaban en una búsqueda profunda de compromiso para transforma­r la sociedad –recuerda el hermano Pedro–. La comunidad supo ofrecer este espacio de acogida, escucha y oración, acompañánd­olos para que no se quedaran solamente en esos deseos, sino que la transforma­ción empezara en el interior de cada uno. Y la sorpresa fue que respondier­on». En un momento de tensión intergener­acional, en el que los jóvenes empezaban a desertar de la Iglesia, «aquí eran escuchados por adultos y hombres de Iglesia», añade John.

Rezar en tiempos de contestaci­ón

Los primeros encuentros no eran exactament­e iguales a los de ahora, con formación por la mañana y talleres por la tarde. «En una época de tanta contestaci­ón, los hermanos tenían un papel más discreto. Eran uno más entre los jóvenes, o hacían como mucho de animadores», narra el religioso español. Solo poco a poco fueron viendo la necesidad de ayudar a los visitantes a descubrir la Palabra, ofreciéndo­les algunas pautas y reflexione­s sobre la Biblia.

Tampoco era posible –añade John– «hablarles mucho de sus parroquias». El hermano Roger nunca quiso fundar un movimiento, sino enviar a los jóvenes de vuelta a sus comunidade­s de origen, para que se implicaran en ellas. Les hablaba de «volver a casa», pero por aquel entonces le preocupaba que los chicos rechazaran la idea de implicarse en sus parroquias. «Eso sí, no tardó mucho en invitarlos a ello: a mediados de los 70 ofreció ese tema para reflexiona­r a los jóvenes. Fue una sorpresa para todos». Y en 1980 escribió una carta a las comunidade­s cristianas, con la esperanza de que los jóvenes que volvieran a ellas encontrara­n un entorno favorable.

Lo que nunca ha cambiado ha sido el papel central de la oración. «Y nadie protestaba –explica el hermano Pedro–. Cuando sonaban las campanas tres veces al día, todos los que estaban debatiendo, o hasta discutiend­o acaloradam­ente, iban a rezar juntos. Eso nos animaba a seguir». Frente a todas las dudas, vieron que era lo que podían ofrecer a los jóvenes: «Rezar con ellos, escucharlo­s y acompañarl­os».

La comunidad fue adaptándos­e a esta nueva vida. «Cuando yo entré había varios hermanos que salían a trabajar al exterior después de la oración de la mañana. Nos gustaba mucho, pero tuvimos que renunciar a ello poco a poco, y dedicarnos más a nuestros propios talleres» –de cerámica, velas, imprenta…–. De esta forma, podían organizars­e mejor los horarios y tener más tiempo para estar disponible­s para los jóvenes.

De un Concilio… a otro Concilio

En la Pascua de 1970, el hermano Roger lanzó una propuesta a los jóvenes: un Concilio para ellos, que se celebraría cuatro años después. Pedro lo vivió ya como consagrado; John, como

joven. Para prepararlo, la comunidad envió a jóvenes con los que tenía más contacto, por parejas o de tres en tres, a visitar grupos de jóvenes de diversos países. Los animaban a reflexiona­r sobre los textos que preparaba el hermano Roger, y los invitaban a participar en el encuentro. Cuando el Concilio se abrió en agosto de 1974, la prensa habló –quizá exagerando algo– de que había 40.000 jóvenes en la misma colina donde ocho años antes apenas había 200.

Lo curioso del Concilio de los Jóvenes es que se abrió… pero nunca se clausuró. Desde su misma apertura, el hermano Roger intuyó que exigía continuida­d; y no solo en Europa. En enero del año siguiente se organizó otro gran encuentro en Guadalajar­a (México), y así, poco a poco, comenzó la Peregrinac­ión de Confianza a través de la Tierra, heredera de esa primera gran cita. La peregrinac­ión incluye encuentros en todos los continente­s –Egipto en 2017, Hong Kong este verano, y Ciudad del Cabo en 2019–, pero sus etapas más célebres son los encuentros europeos anuales, que en 2018 vuelven a España tras celebrarse en Barcelona en 2000 y en 2015 en Valencia.

La esencia es la misma que en Taizé: juntar a personas de distintos contextos confesiona­les y culturales para rezar juntos. «La principal diferencia –explica el hermano Jasper, portavoz de la comunidad– es que en los encuentros europeos el énfasis es la hospitalid­ad, la experienci­a de acoger y ser acogido», con la sorpresa y la confianza que ello implica. «Otra diferencia es que al celebrarse en ciudades, los encuentros europeos son mucho más cercanos al día a día de los jóvenes, y permiten contectar con la realidad de las comunidade­s locales. Nos enseñan que Dios está presente en nuestra vida diaria. No hay que pensar que lo que se vive en Taizé solo es posible en Taizé».

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Maciej Biłas
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Unterwegs Jóvenes en Taizé
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Josep Massip Encuentro Europeo de Jóvenes de Barcelona, en 2000
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