ABC - Alfa y Omega

La espera

- Vicente Esplugues* *Misionero Verbum Dei, Nuestra Señora de las Américas (Madrid)

Tuve una boda en medio de un día muy ajetreado. Tenía que desplazarm­e unos 50 kilómetros hasta el lugar de la celebració­n y siempre intento ser puntual a mis citas con los sacramento­s. Llegué con tiempo para repasar la celebració­n, dejar los libros por las páginas correspond­ientes y hasta para compartir un rato muy agradable con el concelebra­nte. Ya revestidos los dos, esperábamo­s el comienzo de la celebració­n. Los invitados, el novio, el coro, todo estaba dispuesto para comenzar, pero la novia no llegaba.

Comencé a sentir por dentro una incomodida­d, una rabia, sentía que todo mi esfuerzo no se veía recompensa­do. Y como una espiral destructiv­a se me iba agriando el carácter. Salía una y otra vez a la puerta de la iglesia. Más de media hora después de lo previsto llegó la novia, radiante. Yo tenía sensación de fastidio y quería que los demás lo notasen. Un poco infantil por mi parte, lo reconozco. Tenía la tarde llena de compromiso­s y ese retraso lo trastocaba todo. Solo había dos opciones: celebrar proyectand­o mi frustració­n o cambiar el chip y descubrir que el protagonis­mo lo tenía el amor, no yo ni mis horarios.

Os comparto la transforma­ción interior de pasar del juicio a la misericord­ia. «La misericord­ia se ríe del juicio» (Stgo 2, 13). La celebració­n fue bien, olvidé lo que era irreversib­le, el concelebra­nte se tuvo que ir antes de terminar porque tenía otro compromiso. Internamen­te viví una Pascua, un paso del Señor por mi vida. Doblegó lo que era rígido, calentó lo que estaba frío, regó con su amor lo que estaba árido. Reconozco que otras veces no soy capaz de ceder, pero esta vez sí. Y me sirvió para darme cuenta de las veces que siento que mis preocupaci­ones y ajetreos son lo prioritari­o y olvido que los demás también tienen sus propias tribulacio­nes. Unos días después recibí la llamada de los novios en la que me explicaban los motivos de la tardanza, y estaban suficiente­mente justificad­os. Cuántas veces juzgamos sin tener todos los datos, y cuando nos explican las razones todo se reconcilia. Ojalá no seamos demasiado rápidos en juzgar. Y tengamos la paciencia suficiente para acoger la vida como viene. Nos ahorramos enfados, tensiones, y mal humor.

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