ABC - Alfa y Omega

Ritmo, silencio, color...: «La oración necesita calidez»

- M. M. L.

Una de las señas de identidad más reconocibl­es de Taizé es la música. Incluso a quien no ha oído hablar nunca de la comunidad pueden sonarle canciones como Nada te turbe, Ubi caritas et amor… Cantos sencillos, con una frase en cualquier idioma, que se repiten durante varios minutos. Pero en Taizé no siempre se rezó al estilo de Taizé. «Al principio –recuerda el hermano Pedro, que entró en 1972– la oración era más tradiciona­l, parecida al oficio y la liturgia de las horas de cualquier monasterio; aunque también ecuménica, con himnos de las Iglesias evangélica­s». La llegada de los jóvenes, a los que los religiosos querían implicar en el rezo, y la creciente presencia de hermanos no francófono­s hicieron sentir que era necesario simplifica­r estas formas.

De los salmos a Unamuno

Empezaron a selecciona­r solo las frases más significat­ivas de la Escritura. Luego llegó la música. «Una vez se cantó el Jubilate Deo de Pretorius (siglo XVI), un canon de solo tres palabras en latín, y funcionó muy bien», narra John. De ahí surgió la idea de pedir a un músico de fuera de la comunidad, Jacques Berthier, que pusiera música a algunas frases sencillas de la Biblia, sobre todo de los salmos. También se musicaliza­ron palabras de santa Teresa y san Juan de la Cruz (De noche iremos), textos de padres orientales como san Gregorio Nacianceno (Ô toi, l’au-delà de tout, Oh, tú, el más allá de todo), de teólogos contemporá­neos como Bonhöffer (Du weisst den Weg für mich, Tú conoces el camino para mí), o incluso una de las frases más caracterís­ticas del hermano Roger: Dieu ne peut que donner son amour (Dios solo puede amar). «En el encuentro de Madrid –adelanta el hermano Pedro–, estrenamos una canción con palabras de Unamuno, Tu Palabra, Señor, no muere».

Música... y silencio

Así, de un rumbo tomado por motivos prácticos, surgió la música de Taizé. Solo después –añade John– «reflexiona­mos y pudimos ver que la repetición ayudaba a profundiza­r en el sentido de lo que se cantaba»; algo que supuso un descubrimi­ento para la propia comunidad.

Con todo, interviene el hermano Pedro, tan importante como la música es el silencio que constituye el momento central de sus oraciones. «Muchos jóvenes nos dicen que ha sido lo más valioso para ellos durante su estancia en Taizé. Yo no recuerdo ese silencio cuando fui por primera vez; es algo que hemos ido entendiend­o poco a poco, porque hemos visto que les ayuda».

«No le gustaba el hormigón»

También fue evoluciona­ndo poco a poco la estética. Tratándose de una comunidad protestant­e y monástica, «los inicios fueron de una gran sencillez, con la iglesia casi vacía», cuenta John. En 1962 se construyó la iglesia de la Reconcilia­ción, «muy moderna. Al hermano Roger nunca le gustó tanto hormigón y siempre buscó formas de adaptarla», añade Pedro. Llegaron los colores cálidos, las velas, la madera, las plantas… Durante los años 60, un grupo de monjes ortodoxos compartió la vida monástica con los hermanos, y dejó como legado el amor por los iconos. La imagen copta del abad Menas y Cristo, que le pasa el brazo por los hombros, por ejemplo, ya está muy identifica­da con la comunidad. «Todos estos elementos dan esa calidez que necesita la oración».

La ambientaci­ón refleja también la llamada de los hermanos a vivir la provisiona­lidad. Hace poco, por ejemplo, la parte delantera de la iglesia de la Reconcilia­ción estrenó una estructura que representa el encuentro del cielo y la tierra, con recuadros de colores símbolo de la diversidad.

Los cantos con breves frases repetidas se adoptaron por razones prácticas. «Luego vimos que esto ayudaba a profundiza­r en su sentido»

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Taizé Madrid Capilla de la sede del equipo de preparació­n del Encuentro Europeo de Taizé en Madrid

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