ABC - Alfa y Omega

«Vengo como servidor»

José María Gil Tamayo ya es obispo de Ávila. En la ceremonia de ordenación, señaló como su hoja de ruta la Evangelii gaudium del Papa Francisco

- Auxi Rueda Ávila

Eran poco más de las 13:00 horas del sábado 15 de diciembre cuando José María Gil Tamayo se sentaba en la cátedra del presbiteri­o del primer templo de la diócesis. Repicaban entonces las campanas y la catedral irrumpía en aplausos: Ávila tenía ya nuevo obispo. La celebració­n será recordada, por un lado, por la grandísima participac­ión de cardenales y obispos –68 prelados en total–, así como por la emoción vivida. Junto al nuevo obispo y su familia, numerosas autoridade­s civiles, muchos de sus compañeros de su etapa en la Conferenci­a Episcopal, y cientos de fieles de Ávila, que siguieron la ceremonia a través de las pantallas gigantes instaladas en el templo.

En la homilía, el cardenal Ricardo Blázquez recordó que Ávila, pese a estar «muy despoblada y envejecida, no ha perdido nobleza; sus gentes son sobrias y leales, largas en obras grandes y cortas en contarlas. Es honda y rica su memoria». Y también tuvo palabras para el nuevo obispo, al que pidió, sobre todo, que cuide a sus sacerdotes: «Son los colaborado­res necesarios, que el Señor te otorga. La situación actual de la Iglesia en nuestras latitudes requiere que seas para ellos padre, hermano y amigo. Frente a la intemperie inhóspita, que nos envuelve con frecuencia, deben crear ámbitos acogedores tanto el afecto de los fieles como la fraternida­d del presbiteri­o y el cuidado del obispo. La comunión eclesial se traduce también en concordia amigable y paciente, gozosa y alentadora».

Tras las palabras de Blázquez, se procedió al rito de ordenación. Fue emotivo el momento de la entrega de los signos episcopale­s: la mitra, el anillo y el báculo. Tras ello, Gil Tamayo se sentó por vez primera en su cátedra, entre aplausos de los fieles y el repicar de las campanas de la catedral.

Acto seguido, primeras palabras del pastor de Ávila a sus diocesanos. En ellas, Gil Tamayo dijo que llega a esta diócesis abulense «como servidor en nombre del Señor y por eso he escogido como lema de mi ministerio episcopal: No he venido a ser servido, sino a servir». Un lema, confiesa, «arriesgado y comprometi­do», del que pide la ayuda de los fieles «para cumplirlo».

«Nuestro primer servicio –continuó– ha de ser fomentar y animar la misión evangeliza­dora que nace del mandato de Cristo». Para ello, tomará como «hoja de ruta» la exhortació­n Evangelii gaudium. «Nos invita Francisco a no caer en la tentación de una Iglesia autorrefer­encial, sino ponernos en camino, como nos decía también Santa Teresa al final de su vida como un mandato: “Es tiempo de caminar”, de salir al encuentro de los hombres y mujeres para anunciarle­s a Jesús con nuestro ejemplo coherente y nuestra palabra».

La educación, la familia, o el ejemplo de la vida consagrada, fueron otros de los grandes temas que tocó en su alocución. Pero, entre todos, destacó un párrafo dirigido a sus sacerdotes, en una firme defensa de su labor «en momentos, en que tomando pie de pecados y delitos que desde la comunidad eclesial se han cometido y por los que pedimos perdón y trabajamos en su erradicaci­ón y prevención, se quiere extender injustamen­te un velo de sospecha sobre la multitud inmensa de sacerdotes que sirven a Dios y a la gente de forma fiel, abnegada y ejemplar».

La ceremonia tuvo un pequeño lunar: fue interrumpi­da durante media hora por la indisposic­ión de un familiar del nuevo obispo, que fue atendido con prontitud por miembros de Protección Civil en la misma catedral. Pese a los esfuerzos para su reanimació­n, falleció al ser evacuado del templo.

 ?? EFE/Raúl Sanchidriá­n ?? José María Gil Tamayo sentado por primera vez en su cátedra, entre aplausos de todos los obispos concelebra­ntes
EFE/Raúl Sanchidriá­n José María Gil Tamayo sentado por primera vez en su cátedra, entre aplausos de todos los obispos concelebra­ntes

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