El Papa y el socorrista Òscar Camps, «aliados y cómplices»
«Queríamos informar al Papa de todo lo que estaba ocurriendo en el mar». Después del viaje a Lampedusa de Francisco y de decenas de cartas a jefes de Estado y organizaciones que nunca fueron contestadas, el socorrista Òscar Camps supo que su hombre era el Pontífice. «No había nadie, excepto él, que levantase la voz ante el drama que viven las miles de personas que pierden su vida intentando cruzar el Mediterráneo». Ni siquiera «el Gobierno y los políticos españoles nos quisieron escuchar». Gracias a la complicidad de personas como Eva Fernández, corresponsal de COPE en Italia y Vaticano y a la que el director de la ONG de salvamento Proactiva Open Arms acompañó la tarde del martes en Madrid para dar fe de la «ternura del Papa», Camps logró llamar la atención de Francisco en una audiencia, en 2016. Con un chaleco en alto. De una niña cristiana. «Llevaba la cruz al cuello. Me acuerdo de su cara». A partir de entonces comenzó una estrecha relación entre ambos, «me ha acogido como un padre que vela por sus hijos», asegura el socorrista en el colofón del libro que firma Fernández con la editorial Planeta. «Quiero destacar el humanismo de este hombre, que me atendió a mí, que no soy nadie», añade. Y que no se quedó en palabras, sino que «creó el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, con una sección específica dedicada a migrantes y refugiados». Somos «aliados y cómplices en esto, y les informamos de todas nuestras acciones».
Cuando Camps habla desborda gratitud hacia Francisco. Ha tenido que «salvar familias o dejar a niños huérfanos porque no dio tiempo a llegar hasta sus padres». O ver «a mujeres que venían de Libia sin pezones y con mordiscos en el cuerpo», pero «a los gobiernos les da igual. Solo quieren que no vengan». Por eso agarró la mano del Papa con firmeza. Y viceversa.
En el ámbito de las migraciones la Iglesia, con amplia experiencia sobre el terreno, siempre se ha mostrado disponible a ayudar a la Administración en todo lo posible. Pero con una actitud de crítica constructiva. «A veces hemos tenido la sensación de que contaban con nosotros solo para tapar las grietas o los fallos del sistema cuando faltaban camas, personal o recursos de acompañamiento –reconoce Pinilla–. Y no nos vamos a negar a eso, en la medida que podamos». Pero siempre recordando que «es una función pública atender a los más desfavorecidos. Lo importante no es traer a 100 inmigrantes y resolver un problema al Estado, sino establecer una política integral».
Ejemplo de esta colaboración crítica fue la presencia la semana pasada, durante las jornadas de delegados y agentes de pastoral de Migraciones, de la directora general de Integración y Atención Humanitaria del Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social, Estrella Rodríguez. Rodríguez acudió a la cita con el deseo de presentar la visión del Gobierno sobre la política de asilo. Pero se mostró también abierta a escuchar, en un coloquio abierto, las preguntas y también las recriminaciones de los participantes.
Surgieron cuestiones como la aplicación del plan de retorno voluntario o cómo abordar el hecho de que muchos migrantes recurran a la petición de asilo como alternativa (más fácil en su opinión) a la solicitud del permiso de residencia, lo que contribuye