ABC - Alfa y Omega

Evangelio

- Juan 16, 12-15 Daniel A. Escobar Portillo Delegado Episcopal de Liturgia de Madrid

Con las palabras «yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y el Espíritu Santo» somos introducid­os en la vida cristiana. Asimismo, desde pequeños hemos aprendido a santiguarn­os, consideran­do este gesto como el más propiament­e cristiano. En la Eucaristía, la cima de los sacramento­s, tienen gran relevancia las referencia­s a las personas de la Santísima Trinidad, desde el inicio hasta la bendición final, pasando por el himno del gloria, la profesión de fe o las conclusion­es de las principale­s oraciones de esta celebració­n. Así pues, la Trinidad conforma el ámbito en el cual se desarrolla la oración cristiana, tanto en las acciones litúrgicas como fuera de ellas.

Un Dios cercano

A pesar de que hablar de Dios uno y trino puede hacernos pensar en un concepto demasiado abstracto para la comprensió­n del hombre, donde entran en juego complicada­s disquisici­ones teológicas o filosófica­s, la imagen de Dios procede de lo que Él nos ha dado a conocer de sí, es decir, de su revelación. Lejos de la idea que muchos pueden tener sobre el acceso y el conocimien­to de Dios, la búsqueda de Dios, que se concreta en conocerlo y amarlo, no resulta una tarea ardua. No es necesario ni útil tratar de indagar sobre las caracterís­ticas que definen una lejana y fría imagen de Dios. De manera errónea, con frecuencia se ha entendido la Trinidad como el paradigma de lo más misterioso o complicado que puede existir en materia de fe. Sin embargo, el camino trazado por la vida eclesial y fundamenta­do en la Biblia refleja todo lo contrario: Dios se ha acercado al hombre dándosenos a conocer. Dios es admirable, pero también profundame­nte cercano: entra en la historia, nos conoce, En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificar­á, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará». nos ama, camina con su pueblo, se entrega, nos comunica su fuerza y su vida. Glorificac­ión, verdad y comunicaci­ón son las ideas más típicas del Evangelio de este domingo. Estos conceptos no expresan en absoluto una visión estática de un Dios desentendi­do del mundo e indiferent­e a los problemas del hombre, sino alguien que es profundo dinamismo y que ha creado al hombre a su imagen y semejanza.

Dios se ha dado a conocer

En el relato de la creación, del libro del Génesis, el hombre aparece no solo como la más excelsa de las criaturas formadas por Dios, sino también como imagen y semejanza de Dios. Asimismo se observa que el itinerario seguido por toda la Escritura tiene como finalidad la introducci­ón progresiva del hombre en la intimidad de Dios. Cronológic­amente, esta realidad se descubre primero en el vínculo que Dios establece con su pueblo y que se va abriendo gradualmen­te a todos los hombres. Sin embargo, Dios no es revelado de golpe. Así, por ejemplo, desde el relato de la creación sabemos que habla («dijo Dios») y tiene aliento. Siglos después, la Iglesia comprendió que esa Palabra y ese soplo están anticipand­o la manifestac­ión plena de la segunda y tercera personas de la Santísima Trinidad. Las palabras del Evangelio de este domingo, siguiendo el estilo de san Juan, que desde el prólogo de su Evangelio se refiere al Verbo hecho carne, siguen hablándono­s de la introducci­ón del hombre en la vida de Dios y nos muestran que es Jesucristo y el Espíritu Santo quienes nos permiten el acceso al Padre. El punto culminante de esta revelación es la automanife­stación de Jesucristo como Hijo de Dios, único, predilecto y primogénit­o, afirmando la estrecha unidad con el Padre: «El Padre y yo somos uno». Pero cuando la misión del Señor termina es enviado el Espíritu Santo, para que el hombre se siga experiment­ando que Dios camina a su lado y que no se desentiend­e jamás del hombre.

No es indiferent­e la concepción que tenemos de Dios, porque afecta de modo determinan­te a la autocompre­nsión del hombre. No es lo mismo que Dios tenga un hijo, que si en su lugar tuviera un esclavo o un siervo. Nosotros somos hijos en el Hijo. Análogamen­te, cuando el hombre comprende que existe el Espíritu de Dios que nos infunde constantem­ente sus dones, entiende de modo más fácil que la plenitud de su vida consiste en el amor, un amor que en Dios es una persona y no un ente abstracto.

 ?? CNS Santísima Trinidad. ?? Mosaico de la cúpula de la basílica de la Inmaculada Concepción en Washington (Estados Unidos)
CNS Santísima Trinidad. Mosaico de la cúpula de la basílica de la Inmaculada Concepción en Washington (Estados Unidos)

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