Cáritas busca cómo «revincular» a los «indignados» de derechas
▼ Se han roto consensos políticos básicos en España y «el miedo se está convirtiendo en una cultura hegemónica», advierte el VIII Informe Foessa. La pregunta que se hace la fundación de Cáritas es cómo «revertir la senda de desconfianza y aislamiento» que
Ricardo Benjumea
El VIII Informe Foessa supone el punto final a una especie de «trilogía» sobre la caída y superación de la crisis. El VI Informe retrató en 2008 una España eufórica, un país de nuevos ricos que no quería ver que un 16 % de su población vivía en situación de exclusión social. Aquel optimismo se esfumó en el análisis presentado en 2014, una fotografía de los peores años de la recesión. Ahora el VIII Informe, hecho público la pasada semana, muestra «la resaca de la crisis».
Podría parecer, a la vista de algunos indicadores, que los problemas han quedado atrás, pero «no es cierta la imagen de que volvemos a la casilla de salida», advirtió en la presentación del estudio el coordinador de la Fundación Foessa, Raúl Flores. «No estamos otra vez como antes la de crisis, como si aquí no hubiera pasado nada. Hay heridas que no se han curado».
La exclusión social se ha enquistado (8,5 millones de personas, 1,2 millones más que en 2007) y «la precariedad laboral se ha convertido en una forma de vida» para muchas personas. Lo más novedoso de este VIII Informe es, sin embargo, su diagnóstico sobre las consecuencias culturales, sociológicas y políticas que ha dejado la crisis en España.
El think tank de Cáritas advierte de que ha dejado de funcionar «el ascensor social» (el estatus socioeconómico de los padres condiciona de manera creciente el destino de los hijos) y de que un sector creciente de la población ha perdido la esperanza en que los poderes públicos puedan resolver sus problemas. «Corremos el riesgo de que la democracia se vacíe de contenido ético y redistributivo, reduciéndose a un mero expediente político donde se enfatizan las formas y se guardan las apariencias».
Hartos de pagar impuestos
Con los recortes sociales y las últimas reformas laborales se han roto consensos básicos en España, como el equilibrio entre capital y trabajo, el pacto intergeneracional (sistema de pensiones) y, sobre todo, el «pacto fiscal redistributivo». Las clases medias y altas se han cansado de pagar impuestos en un país que cuenta ya de por sí con uno de los sistemas fiscales menos progresivos del continente. Han comprado, dice el informe, «las tesis populistas de derechas en cuanto a la defensa de una fiscalidad mínima, con su correlato de oposición al universalismo de las políticas sociales».
Estas clases acomodadas, en torno al 50 % de la población, son las más activas políticamente. También las más moderadas. Viven en barrios donde la participación electoral ronda el 75 %, lo contrario que se constata en suburbios «donde el 75 % de los habitantes no votan». Expulsados por otros del mercado laboral y de la vivienda, ahora son ellos mismos los que se excluyen de la política, «y por tanto se reducen los incentivos para que los partidos políticos recojan sus intereses en sus programas y sus políticas».
Los caladeros de la ultraderecha
Situada entre esa población excluida y la que ocupa los estratos más altos de la pirámide social, se encuentra lo que Foessa llama «la sociedad insegura». Son unos seis millones de personas. Viven con miedo (no infundado) a ser arrastrados por la próxima crisis. Ellos son el principal caladero de los movimientos populistas de extrema derecha, primos hermanos –según el informe– de quienes jalean a Donald Turmp en EE. UU., votan brexit en el Reino Unido o promulgan el independentismo en Escocia y Cataluña.
Son «los nuevos indignados», que a diferencia de los que protagonizaron el 15M, no creen en utopías políticas. Más bien, sienten que todo cambio será a peor, de modo que buscan refugio en determinados valores tradicionales, agrupados por Cáritas en la triada «Fe, honor e impuestos».
La Iglesia se ve particularmente afectada por el surgimiento de nuevos movimientos que se identifican con el catolicismo pero que, a su vez, propugnan un modelo político muy alejado de la doctrina social. La pobreza, por ejemplo, se considera como una «consecuencia» de las «fallas actitudinales o morales de quienes la sufren», en especial si se trata de migrantes.
Desde esta cosmovisión, dice Foessa, «el mundo se llena de enemigos que solo aspiran a privarnos de lo nuestro». Hasta la fecha, España sigue siendo uno de los países europeos más acogedores con el extranjero. No obstante, «el hecho de que determinados movimientos populistas de la derecha radical y su círculo mediático puedan llegar a imponer en la agenda política sus temas y, sobre todo, su manera de presentarlos (la nación supuestamente amenazada, la diversidad como debilitadora de la cohesión, el rechazo del pluralismo, la inmigración como invasión…)»,