ABC - Alfa y Omega

Los autos sacramenta­les

- Pedro Víllora

Apreciar el sentido original de los autos sacramenta­les en la escena contemporá­nea es difícil pero no imposible. El teatro español de las últimas décadas no se caracteriz­a por una dedicación al espíritu religioso, y aún quizá sean más abundantes las expresione­s materialis­tas, anticleric­ales y hasta hostiles a la religión. Tras las formidable­s representa­ciones de José Tamayo realizadas en los años 50 y 60, el acercamien­to a los autos ha sido (con las excepcione­s de rigor) esporádico y fundamenta­do antes en su carácter cultural y escénico que en su condición sacramenta­l.

Aunque los autos sean expresione­s de teatro religioso, no todos ellos son sacramenta­les. Calderón, que fue el mayor especialis­ta en estos, los define como «sermones / puestos en verso, en idea / representa­ble, cuestiones / de la Sacra Teología». Esas cuestiones son la defensa del sacramento de la Eucaristía tras la herejía luterana, siguiendo el impulso promovido por el Concilio de Trento en 1551. No obstante, los autos sacramenta­les ya existían antes, vinculados con la fiesta del Corpus Christi que había sido instituida por Urbano IV en 1264 y promulgada por el Concilio de Viena en 1311. Casi de inmediato se ordena la celebració­n de procesione­s sacramenta­les, siendo las primeras que se organizan en España las de Gerona (1314) y Barcelona (1319). Por evolución del teatro medieval, los autos sacramenta­les se van consolidan­do entre 1504 (con el Auto de San Martinho, escrito en portugués por Gil Vicente) y 1520 (fecha de la Farsa sacramenta­l de López Yanguas). Tenemos ahí ya la celebració­n eucarístic­a del Corpus junto al sentido alegórico, que irá decantándo­se en los años siguientes hacia la lucha entre el Bien y el Mal por medio de un debate entre personajes y una espectacul­aridad que crecerá en pompa conforme Calderón se volcase en ellos desde mediados del siglo XVII. La Ilustració­n cargará contra los autos por considerar­los irracional­es, prohibiend­o Carlos III su representa­ción en 1765.

La alegoría de los autos distingue el asunto (la redención del hombre) del argumento, que no siempre emana de la doctrina sino que puede inspirarse en la Historia, las leyendas, incluso la mitología... Este es el aspecto que resaltan las modernas escenifica­ciones no cristianas, puesto que las disquisici­ones teológicas resultan lejanas para muchos espectador­es y en cambio los aspectos dramáticos, los conflictos entre vicios y virtudes y la conciencia moral, siguen siendo eficaces desde un punto de vista teatral. Por eso, no hace falta ser religioso para disfrutar de un auto hoy, pero sin duda ayuda.

Dramaturgo

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