Oasis en medio del mundo
▼ Cada vez son más las personas que eligen pasar unos días en una hospedería monástica atraídos por el silencio, la liturgia y el entorno natural. Algunos, alejados de la fe, vuelven a ella o la descubren por primera vez
Fran Otero
«A todos los huéspedes que se presenten en el monasterio ha de acogérseles como a Cristo, por que Él lo dirá un día: “Era peregrino y me hospedasteis”. A todos se las tributará el mismo honor, sobre todo a los hermanos en la fe y a los extranjeros. Una vez que ha sido anunciada la llegada de un huésped, irán a su encuentro el superior y los hermanos con todas las delicadezas de la caridad. Lo primero que harán es orar juntos, y así darse mutuamente el abrazo de paz…». Así comienza el capítulo 53 de la regla de san Benito, que establece cómo ha de ser la hospitalidad en los monasterios que observan esta regla, entre benedictinos y cistercienses. Es en este mandato, también carisma, sobre el que se asienta la realidad de las hospederías monásticas, verdaderos oasis en un mundo cada vez más urbano y vertiginoso. Lugares para saborear el silencio, para encontrarse con uno mismo y con Dios, para acercarse a la vida de un monje o una monja.
En España, casi todos los monasterios tienen instalaciones de este tipo y suelen estar integradas, salvo excepciones, dentro del propio cenobio. Son estancias muy austeras, con poca conexión con el exterior: una cama, un escritorio, un armario… y sin internet. El entorno natural que las rodea, el arte que albergan, el silencio y la belleza de la liturgia lo impregnan todo. Las hay que son solo masculinas, aunque la mayoría admiten a hombres y mujeres. Como curiosidad, si usted quiere visitar una de estas hospederías, lo más probable es que acabe en la mitad norte de España pues es ahí donde están la mayoría de monasterios de antiguas órdenes. Por ejemplo, el de