Sí, es razonable
Cuando los suníes bombardearon el santuario chií de Al Askari (Irak) en 2006, juré dejar de llamarme musulmán. Un año después, paseando por el río Hudson, en Nueva York, me planteé tirarme al agua. Estaba deprimido. Y se me ocurrió la idea de nacer de nuevo. Había crecido en Carolina del Norte y ese mensaje [de algunas ramas protestantes, N. d. R.] me era familiar. Leí al pastor evangélico Rick Warren, la Biblia, Mero cristianismo, de Lewis y El hombre eterno, de Chesterton. En mayo de 2007 me di cuenta de que creía en la divinidad de Jesús. Así que busqué una Iglesia no denominacional que me bautizara sin preparación. Mi infancia cristiana fue torpe. Me habían enseñado a rezar formalmente, y dirigirme a Dios con mis propias palabras me desorientaba.
Chesterton se convirtió en uno de mis autores favoritos. Con él hice la conexión de que el arte, la libertad política e individual y casi todo lo que me enorgullecía como occidental es consecuencia de la doctrina cristiana. Me enseñó que la verdad y el buen humor van de la mano, que cada momento puede ser una aventura, y que hay un estrecho vínculo entre santidad y cordura.
Pero había un misterio: él era católico y defendía cuestiones tan excéntricas como la transustanciación, la confesión, el purgatorio... A veces, me sorprendía a mí mismo pensando que tenían sentido. En 2012 hice de la Iglesia católica mi hogar. Por supuesto, hace falta mucho más que libros para tomar esta decisión, y me ayudaron experiencias y personas (vivas). Pero fue Chesterton quien me convenció de que era razonable.