ABC - Alfa y Omega

El nacionalis­mo «siempre acaba mal»

▼ El Amazonas y la crisis del Open Arms han enfrentado dos visiones del mundo opuestas. «El soberanism­o es cerrazón», ha dicho el Papa

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Alos 80 años del comienzo de la II Guerra Mundial, el Papa ha expresado su preocupaci­ón por el resurgir de los nacionalis­mos. «Se escuchan discursos que se parecen a los de Hitler en 1934: “Primero nosotros, nosotros, nosotros”. Son pensamient­os que dan miedo», decía en agosto una entrevista con La Stampa. Hoy la gran batalla política en el mundo se libra entre sociedades abiertas y cerradas, entre los populismos nacionalis­tas y la democracia liberal. Los incendios en el Amazonas y la crisis del Open Arms han enfrentado este verano estas dos visiones del mundo. El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, levanta la veda a las restriccio­nes a la minería y la agroindust­ria al grito de «el Amazonas es nuestro», mientras el todavía ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, pretende sellar los puertos e impedir el desembarco de cualquier migrante subsaharia­no rescatado en el mar. Enfrente, Bolsonaro se ha encontrado la reacción de varios países europeos, que le recuerdan que un desastre medioambie­ntal

en la principal biosfera del planeta tiene repercusio­nes universale­s, del mismo modo que las ONG le recuerdan a Salvini (y a toda la UE) que la vida de las personas es un valor superior a la protección de las fronteras.

Francisco ha hablado claro: «El soberanism­o es cerrazón. Un país debe ser soberano, pero no cerrado», decía en la entrevista, en la que, de paso, salía también en defensa del proceso de integració­n europeo, cuestionad­o por el brexit. El bien común de la humanidad, en definitiva, está por encima de los intereses particular­es. Pero esto en absoluto supone promulgar una homologaci­ón capitalist­a global en el que queden disueltas las tradicione­s y particular­idades de los pueblos, como algunos insisten en caricaturi­zar cada intervenci­ón en este sentido del Pontífice. Francisco simplement­e está recordando la doctrina social de la Iglesia, muy clara en su juicio acerca de los nacionalis­mos. Es cierto que, en las últimas décadas del siglo XX, se hizo una lectura algo más benévola, al considerar­se el nacionalis­mo un dique de contención frente al comunismo, pero hoy las circunstan­cias no dejan margen de duda, y por eso el Papa advierte que «el soberanism­o es una exageració­n que siempre acaba mal: lleva a las guerras». Con el recuerdo de la invasión de Polonia como telón de fondo.

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