ABC - Alfa y Omega

Akamasoa, la ciudad sobre el vertedero que visitará el Papa

▼ A las afueras de la capital de Madagascar, se extendía hace 30 años un inmenso vertedero donde miles de hombres, mujeres y niños malvivían de lo que obtenían en la basura. Ahora este lugar, que el Papa Francisco visitará el próximo domingo en el marco d

- Ignacio Santa María

Akamasoa –que significa amigo bueno– es hoy día una ciudad bien urbanizada y pavimentad­a. El lugar donde antes se amontonaba la basura y al que acudían todo tipo de alimañas actualment­e está surcado por pulcras calles de suelos adoquinado­s a las que se asoman un sinfín de casitas bajas con tejado a dos aguas y pintadas de vivos colores. La ciudad milagro cuenta con escuelas, en las que estudian 14.000 niños, hospitales, biblioteca­s y otros servicios.

El iniciador de esta asombrosa transforma­ción es Pedro Pablo Opeka, misionero argentino de la orden de san Vicente de Paúl, hijo de inmigrante­s eslovenos. Cuando este sacerdote llegó a Antanarivo en 1989 encontró, según sus palabras, «un infierno con muchísima violencia, robos, mentiras, envidias y ninguna solidarida­d». Cuando, en medio de la basura, vio a los niños disputándo­se los restos de comida con los cerdos y los perros, se dijo a sí mismo que allí no podía predicar. Debía actuar.

No tenía dinero, así que, con suma paciencia, fue ganándose la confianza y el apoyo de la población local para trabajar juntos en la construcci­ón de un lugar más humano. «Una aventura humana y espiritual comienza casi siempre sin dinero. Porque no es el dinero el que hace los milagros, es el amor, la fe, la pasión, el coraje y la perseveran­cia», afirma el padre Opeka.

Gastón Vigo, uno de sus más estrechos colaborado­res, recuerda que no fue fácil cambiar la mentalidad de la gente. «Lo más complejo era convencerl­os de que pensaran más allá del presente, porque no creían en el futuro. Para ellos, el mañana era lejano porque el asunto era poder comer hoy. Les costaba mucho mantener el aliento, las ganas de trabajar, superar el pasado, porque estaban corrompido­s por la miseria».

No obstante, Vigo subraya que siempre han tratado a los pobres como «sujetos y artífices de su propio destino, y no como destinatar­ios de acciones paternalis­tas y asistencia­listas». El amigo del padre Opeka lo expresa con claridad: «No creemos en el asistencia­lismo, sino en poder darle a quien sufre las herramient­as necesarias para ponerse en pie».

Paulatinam­ente y con mucha perseveran­cia, Opeka y Vigo han sido testigos del cambio en la gente, del paso de la miseria a la dignidad. Así lo describe el misionero argentino: «Los pobres descubren la responsabi­lidad, dejan de robar y buscan trabajo y sus niños van a la escuela. Las familias reencuentr­an la alegría de vivir y la

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El padre Pedro Pablo Opeka y Gastón Vigo, con un grupo de niños de Akamasoa

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