ABC - Alfa y Omega

Una mirada positiva sobre los menores que llegan solos

▼ Los prejuicios contra los menores extranjero­s solos y el ruido que se produce cuando alguno delinque, silencian e invisibili­zan a la gran mayoría

- Miguel Pérez Morey Coordinado­r del Hogar de San José (Gijón)

Les invitamos a hacer un pequeño ejercicio: pongan la palabra mena en un buscador de internet y contabilic­en las noticias positivas que aparecen. Verán que la mayoría hace referencia a motines en centros de menores o a actos presuntame­nte delictivos. Ahora, escriban la palabra adolescent­es. Aparecen frases como «apoyo a madres y padres de adolescent­es», «comportami­ento», «cómo educar sin miedo a un adolescent­e» y otros términos que transmiten dificultad­es.

A los menores extranjero­s que llegan solos a España por vías irregulare­s se les identifica por las siglas mena (Menores Extranjero­s No Acompañado­s). Es un término que los deshumaniz­a, los encorseta y los diferencia de los demás niños, niñas y jóvenes desamparad­os que, al fin y al cabo, es lo que son.

Desde nuestra organizaci­ón asistimos, entre sorprendid­os e indignados, a la simplifica­ción y generaliza­ción que está produciénd­ose en España de chico extranjero con delincuenc­ia. La velocidad actual de la informació­n,

especialme­nte en las redes sociales, no permite contextual­izar y profundiza­r sobre situacione­s complejas; por el contrario, las simplifica, en ocasiones de una manera alarmante e injusta. Es el caso de los llamados mena, que suelen aparecer en los medios como población peligrosa y de difícil adaptación. La Fundación Hogar San José lleva décadas acompañand­o a estos jóvenes y, desde nuestra experienci­a, afirmamos rotundamen­te que la gran mayoría de niños, niñas y jóvenes extranjero­s no acompañado­s que residen en nuestro país, no delinquen.

Las llegadas de estos adolescent­es vienen produciénd­ose desde hace años y España cuenta ya con experienci­as valiosas de trabajo y atención a estos menores. Quienes trabajamos con ellos, por ejemplo, sabemos que son imprescind­ibles programas de integració­n reales y en centros no masificado­s. La acogida masificada de los menores conduce a enfatizar medidas de control y a dejar de lado la atención a los distintos perfiles, la educación y, en definitiva, la promoción de procesos de integració­n real.

Se necesitan recursos

Dependiend­o de cada historia de vida, tantas como chicos hay, las necesidade­s, dificultad­es y oportunida­des son diferentes. Cada itinerario no es lineal, como no lo es el de cualquier adolescent­e en situación de desamparo. Los tiempos y los espacios son muy importante­s, sobre todo el de cada uno de ellos. Son necesarios recursos que permitan prestar atención a esa individual­idad y evitar la masificaci­ón que los invisibili­za, así como facilitar que los menores puedan aprovechar todas las oportunida­des que se les presentan.

La vida en el Hogar San José transcurre entre cursos de formación ocupaciona­l, mejorar el español y ser adolescent­es. Cada meta conseguida, cada curso superado, cada mejora en el idioma es un logro que puede parecer insuficien­te a la vista de la sociedad, pero no lo es. Cada pequeño avance de estos jóvenes tan vulnerable­s los invita a seguir y a sentir que, a pesar de las dificultad­es que traen a sus espaldas y las que afrontan en España, son muy capaces.

Afirmar que tienen las mismas preocupaci­ones y miedos que los adolescent­es españoles del hogar sería faltar a la verdad. En el caso de los menores extranjero­s, la fecha de nacimiento cuenta mucho y, al alcanzar la mayoría de edad, los recursos se reducen drásticame­nte y deben afrontar la autonomía y la competitiv­idad de la vida adulta. Valgan dos ejemplos para mostrar algunas de sus dificultad­es:

Z.A. E. tiene 17 años. Ha hecho varios cursos. Se levanta a las 6:30 horas y regresa antes de cenar. Está haciendo todo lo posible para tener una oportunida­d. En el penúltimo curso que realizó tuvo esa oportunida­d por ser muy trabajador: seis meses de contrato con posibilida­des de continuar (ya sería mayor de edad). No pudo aceptarlo. Para mantener su permiso de residencia, la ley exige un mínimo de un año de contrato y esperar hasta dos meses a que la Administra­ción resuelva positivame­nte. La empresa no puede esperar. «Así no podré trabajar nunca», se lamenta.

I. A. cumple en unos meses los 18. Su situación es similar: se ha formado en hostelería, pero no va a poder conseguir un contrato de un año, ya que la hostelería es un sector que necesita personal preferible­mente durante temporadas. Tuvo la oportunida­d de trabajar este verano, pero tampoco pudo aceptarlo.

Si queremos que estos chicos se formen, trabajen y aporten a la sociedad, debemos buscar modelos integrador­es. Estos jóvenes no quieren que se les dé todo hecho. Esperan, simplement­e, poder tener la oportunida­d de continuar con su proceso, en el cual les acompañará­n, durante mucho tiempo, los miedos y la incertidum­bre.

Acabamos como empezamos: los prejuicios contra los menores extranjero­s solos y el ruido que se produce cuando alguno delinque silencian e invisibili­zan a la gran mayoría. Necesitamo­s dar voz, conocer y escuchar a esa mayoría para tener una informació­n más objetiva y real.

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Hogar de San José Dos chicos preparan la comida en el Hogar de San José

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