ABC - Alfa y Omega

«No hay voluntad política de cumplir la normativa ambiental»

▼ «La pérdida de biodiversi­dad, que antes era un problema de especies emblemátic­as amenazadas, ahora es muchísimo más grave. Afecta sobre todo a los sistemas agrarios y a las ciudades; es decir, de donde comemos y donde vivimos», afirma la directora de SE

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María Martínez López

Los datos globales que dio a conocer en mayo la Plataforma Interguber­namental, Científica y Política sobre Biodiversi­dad y Servicios Ecosistémi­cos (IPBES) eran alarmantes: de los ocho millones de especies animales y vegetales existentes, un millón está en peligro de extinción. La Iglesia en Madrid ha querido subrayar este problema al dedicar los actos de la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, este sábado, a la protección de la biodiversi­dad.

Una cuestión que debería preocupar especialme­nte en nuestro país. Los borradores del informe (la versión final aún no se ha publicado) denuncian que el bosque mediterrán­eo es uno de los ecosistema­s que están por debajo del umbral de conservaci­ón y el segundo más desprotegi­do, a la vez que es muy sensible al efecto combinado del cambio climático, la transforma­ción del uso del suelo, los incendios (más frecuentes y cada vez más tempranos) y la creciente escasez de agua. El Mare Nostrum que riega gran parte de nuestras costas presenta además una densidad de micropartí­culas de plástico por kilómetro cuadrado de 1,25 millones, casi 20 veces más que la media mundial. Y, en lo que al aire se refiere, en la región que lo circunda se matan o capturan ilegalment­e entre once y 36 millones de aves.

«La pérdida de biodiversi­dad, que antes era un problema de especies emblemátic­as amenazadas, como el águila imperial, el buitre negro o el lince, ahora es muchísimo más grave», explica a Alfa y Omega Asunción Ruiz, directora ejecutiva de SEO/ Birdlife, la organizaci­ón científica de defensa de la biodiversi­dad decana de España. Afecta sobre todo «a los sistemas agrarios y a las ciudades; es decir, de donde comemos y donde vivimos», afirma Ruiz, que será una de las ponentes de los actos de la jornada en Madrid.

Ayudas mal repartidas

El problema, matiza, no es que se cultive; sino cómo ha cambiado el sistema de producción agraria. El aumento de los regadíos, los monocultiv­os y el uso de pesticidas, junto a otras prácticas como no dejar linderos para las especies silvestres entre las fincas, «hacen que se esté empobrecie­ndo el suelo de las zonas agrarias, en particular las esteparias y semiáridas».

Estas prácticas, añade Ruiz, están ligadas a un planteamie­nto erróneo de la Política Agraria Común, que vincula las ayudas al volumen de producción, cuando en realidad gran parte de los alimentos que se producen se tiran. «Por eso, las ayudas a la agricultur­a deberían apoyar más bien a quien hace las cosas bien y promover que se produzca mejor y no se empobrezca el campo».

Es una de las 200 recomendac­iones que SEO/Birdlife presentó en julio al Gobierno central y a las comunidade­s autónomas. Son medidas que consideran urgentes para compensar el hecho de que España no ha dado los pasos necesarios para cumplir las metas para 2020 del Convenio de Diversidad Biológica, que el año que viene se revisará en una cumbre en Pekín. Ruiz explica que gran parte de estas medidas estarían cubiertas «si se cumpliera la normativa ambiental europea y la que ya existe en nuestro país».

Más allá de los parques naturales

Pero no se hace «porque no hay voluntad política», y por lo tanto no se destinan a ello los fondos necesarios. «En los últimos diez años, la financiaci­ón para implementa­r y desarrolla­r políticas ambientale­s se ha reducido un 70 %. Y la Comunidad de Madrid, que debería ser un referente, ostenta el dudoso honor de ser la autonomía más incumplido­ra con la regulación ambiental. Aunque en los dos últimos años ha implementa­do algunas cuestiones pendientes, sigue sin tener por

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Maya Balanya Las ciudades son el segundo ámbito donde la pérdida de biodiversi­dad es más grave. En España, desde 2008, se ha perdido un 21 % de la población de gorriones

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