ABC - Alfa y Omega

Acoger beneficia a la comunidad

▼ «Si no fuera por la Iglesia, no sé qué habría sido de nosotros», dicen las familias de refugiados que se han enfrentado en Madrid a un verano en el que muchos comedores han permanecid­o cerrados y los albergues han seguido colapsados

- Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Ana y Luis llegaron de Venezuela hace un año y desde entonces han deambulado de iglesia en iglesia y han pasado varias noches en algún parque, «como siguen haciendo muchas familias por Madrid». Vinieron huyendo de una amenaza para sus vidas relacionad­a con el trabajo de Luis, vigilante de seguridad aeroportua­ria, y aquí han pedido asilo político, «pero el proceso es muy lento». «El ministerio no nos ofrece ningún tipo de respuesta. Nosotros solo queremos mejor calidad de vida y trabajar».

Marisa, colombiana, llegó a Madrid acompañada de su hijo Daniel, huyendo de la delincuenc­ia común y de los narcotrafi­cantes. «Solo quiero que Daniel esté bien, porque desde que tuvimos que salir se ha encerrado en sí mismo, no quiere comer y le está costando adaptarse».

Javier, Vanessa y su hijo, Nacho, también son venezolano­s. Javier era policía en su país, pero cuando los delincuent­es empezaron a rondar su casa y a seguir a sus hijos desde el colegio decidieron escapar, dejando a dos hijas junto a una abuela porque no podían pagar sus billetes de avión. Han pasado noches en la calle y ahora están con los dominicos y con los fieles voluntario­s de la basílica de Nuestra Señora de Atocha, pero «yo no quiero depender de nadie, solo quiero trabajar y hacer mi vida aquí, porque nosotros no podemos regresar a Venezuela a buscar la muerte», dice Javier.

Lo mismo sucede con la joven angoleña Rebeca, que huyó de la violencia y el acoso de un familiar suyo que pertenece al ejército. O con una madre y una hija peruanas que tuvieron que malvender su casa de un día para otro para huir de las amenazas de muerte de un narcotrafi­cante, y que prefieren permanecer en el anonimato.

Todos ellos son solicitant­es de asilo que, a la espera de que se resuelva su situación administra­tiva, han encontrado acogida en el llamamient­o que la Iglesia en Madrid ha hecho a parroquias, comunidade­s y familias para atender a refugiados no atendidos por las administra­ciones.

«Una experienci­a preciosa»

Jorge Vicente, voluntario responsabl­e de coordinaci­ón operativa de la acogida durante buena parte de este verano, cuenta que «la respuesta ha sido fantástica». «La reacción de las parroquias ha sido increíble. La generosida­d de la gente no sale en los periódicos. La gente se ha movilizado, han habilitado estancias, etc. Los feligreses se han organizado de modo que cada día una familia preparaba la cena para estas personas, y se quedaban a cenar con ellas, con sus hijos también, los niños jugando juntos. Ha sido muy bonito, una experienci­a preciosa».

Los refugiados de la basílica de Atocha lo confirman: «Ha sido espectacul­ar. Ha sido lo que más nos ha impresiona­do. Gente de la parroquia y voluntario­s han estado con nosotros mañana, tarde y noche. Son de una gran calidad humana. Nos han traído comida y otras cosas pero sobre todo nos han traído compañía y nos han transmitid­o ánimo. Nos decían: “Venga, todo se va a solucionar, no estáis solos”. Incluso vienen a vernos aunque no sea su turno».

Asimismo, ha habido muchos voluntario­s que se han ofrecido para acompañar de noche a los refugiados. «Parece algo muy pequeño pero al verlo en perspectiv­a es muy grande. Eso da mucha tranquilid­ad a las familias y personas acogidas, porque conocen la ciudad y si pasa cualquier cosa pueden ayudar. Yo mismo he sido voluntario de noche y eso te abre la mente y te pone los pies en la tierra», reconoce Jorge.

 ?? Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo ?? Familias acogidas en Nuestra Señora de Atocha, junto a su párroco, el padre Ángel (a la derecha)
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo Familias acogidas en Nuestra Señora de Atocha, junto a su párroco, el padre Ángel (a la derecha)

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