ABC - Alfa y Omega

Discípulos misioneros

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Título: Evangeliza­dores al servicio del Espíritu Autor: Juan Carlos Carvajal Editorial: PPC

Coincidien­do con el comienzo del curso, que en la archidióce­sis de Madrid está marcado por el inicio de un Plan Diocesano Misionero para tres años convocado por el cardenal Carlos Osoro, PPC ha publicado un libro del director del Departamen­to de Evangeliza­ción y Catequesis de la Universida­d Eclesiásti­ca San Dámaso, Juan Carlos Carvajal, que bien podría servir como vademécum de fundamenta­ción teológica de este plan que, a la postre, al igual que el libro, responde al principal objetivo pastoral del pontificad­o del Papa Francisco: que la Iglesia tome conciencia de que vive para la misión y de que cada cristiano es su misionero. No un discípulo que, además, es misionero, sino un discípulo misionero, sin ni siquiera la y entre ambos, como si se pudiese ser una cosa sin la otra.

El libro cuenta con cinco capítulos bien diferencia­dos: en el primero manifiesta dónde se encuentra el origen de la crisis misionera que embarga a la Iglesia, para mostrar después cómo el encuentro con Cristo es el crisol donde se forjan los evangeliza­dores con espíritu. El segundo capítulo centra su atención en la acción previnient­e del Espíritu, porque Dios, antes de ser «objeto y contenido» de la misión, es «sujeto que primerea» cualquier actividad de la Iglesia. El tercer capítulo se fija en la figura del evangeliza­dor como mistagogo de la fe, capaz de introducir en el misterio divino a aquellos con los que los cristianos comparten la vida. El cuarto ofrece las claves por las que iniciar a un discípulo de Cristo en la misión de la Iglesia desde una doble perspectiv­a: en relación con su vinculació­n eclesial y en relación con su carácter secular. La lógica misionera que va implícita en la identidad del cristiano es expuesta en el quinto y último capítulo: la confesión de fe bautismal tiene el poder de configurar la existencia del discípulo misionero.

Si tuviera que destacar dos llamadas urgentes para que, como discípulos misioneros, no erremos en el camino de la misión, serían estas: La primera es que tenemos que tomarnos en serio que el único modelo de la misión evangeliza­dora es el de Cristo: el modelo de la encarnació­n. «Muchas veces –explica el autor–, en el imaginario de los que se dedican a la transmisió­n de la fe existe la idea de que el camino de encuentro entre Dios y el hombre se parte por medio. Si bien Dios, con la Encarnació­n y la Pascua de su Hijo, ha hecho un camino hacia el ser humano, este solo llega al punto medio, y el hombre debe hacer, autónomame­nte, su propio camino, acudiendo a ese punto en el que Dios lo cita. Nada más lejos de la realidad: Dios busca a los individuos allí donde se encuentran y él, con su gracia redentora, está al origen del primer paso que estos dan en su dirección». La segunda es una paradoja consecuenc­ia de la primera: que la Iglesia no dispone de aquello para lo que existe, que es la misión: «En cuanto realidad humana, no tiene poder para actualizar ese misterio de gracia, que es la autocomuni­cación divina, tampoco puede otorgar esa necesaria respuesta de fe, la cual también tiene un carácter gratuito […]. La Iglesia es el instrument­o que Dios se ha dado para obrar su gracia a lo largo del tiempo, es decir, actualizar su revelación y suscitar la respuesta de fe entre los pueblos». «La Iglesia predispone pero solo Dios dispone» de la misión. Basta con que ese predispone­r al menos no sea ni obstaculiz­ar, ni distraer, ni apabullar, que es lo que pasa cuando nos acurrucamo­s en una Iglesia estufa autorrefer­encial que se muestra al mundo como una aduana.

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