ABC - Alfa y Omega

Que crezca el pueblo cristiano

- José Luis Restán

El curso ha comenzado con la sorpresa de dos nuevos cardenales españoles, Miguel Ángel Ayuso y Cristóbal López, que recuerdan la vocación misionera que ha marcado a la Iglesia en nuestro país. No son extraterre­stres, ambos nos hacen pensar en las familias y comunidade­s cristianas de las que han nacido, como bien apuntaba el secretario de la CEE en El Espejo de COPE. La Iglesia tiene debilidade­s y pasa tribulacio­nes, pero no es un páramo. Y aun así, no hay lugar para la complacenc­ia porque el presente apremia. La principal cuestión a la que dedicar inteligenc­ia y energía es ayudar a que crezca y se fortalezca el pueblo cristiano, un pueblo que encarne en su vida la novedad del Evangelio.

Monseñor Argüello advertía que esa es la primera y fundamenta­l forma en que la Iglesia ofrece una respuesta valiosa a este momento de desafíos éticos y culturales: el testimonio de la vida diferente y atractiva de todo un pueblo. Esta palabra no es casual, y tiene su peso. Los discursos y declaracio­nes de los obispos y otros líderes eclesiales tienen importanci­a, y es convenient­e que incidan en los ámbitos institucio­nales, pero solo alcanzarán su auténtica relevancia en la medida en que reflejen la vida real de un pueblo que está presente en medio de las vicisitude­s de todos.

La necesidad es apremiante si pensamos en la fragilidad de los vínculos familiares, en la pérdida del sentido de la solidarida­d, en el miedo al diferente, en la confusión en torno a la propia identidad que experiment­an jóvenes y adultos, en la incertidum­bre frente al futuro. Es ahí donde la Iglesia está urgida a ofrecer su propia experienci­a, no solo mediante pronunciam­ientos oficiales, sino sobre todo en el cuerpo a cuerpo de una vida compartida en todos los ambientes: familia, trabajo, construcci­ón social, tiempo de descanso... Lo que está en juego es la persona, y solo Cristo la sostiene por completo.

Es importante que los católicos no nos miremos al ombligo, que no sucumbamos al veneno de ciertas polémicas autodestru­ctivas; que nos «descentrem­os», en palabras de monseñor Argüello, para dedicarnos a nuestra verdadera vocación: comunicar al mundo la vida de Cristo Resucitado, la única que puede curar sus heridas e iluminar sus encrucijad­as. No es cuestión de tensar músculo ni de elaborar planes, sino de tener conciencia de la naturaleza de nuestra fe, y eso solo es posible viviendo con sencillez la comunión en el cuerpo de la Iglesia que preside Pedro, que nos impulsa siempre más allá de las aguas estancadas y de las amargas reyertas.

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