ABC - Alfa y Omega

Sabiduría de vida que alcanza el corazón

Carta semanal del cardenal arzobispo de Madrid ▼ Educar es un trabajo arduo, sin tregua, constante; para el cual no valen ideas preconcebi­das, porque de lo que se trata es de servir al hombre y hacerlo sin escamotear ninguna de las realidades que tiene

- +Carlos Card. Osoro Arzobispo de Madrid

Ahora que ha comenzado el curso escolar, conviene recordar que conocer y educar han sido inseparabl­es para establecer un futuro de progreso, de justicia y de paz en nuestro mundo. Una educación al servicio del hombre y no de las ideas de unos pocos ha ayudado a convivir y ha dejado huellas imborrable­s en la cultura de todos los pueblos.

La educación es el mejor arte para construir hombres y mujeres libres, conocedore­s de su verdad. Cuanto más se da una adecuada formación conforme a la naturaleza del hombre, que es un ser abierto y relacional, más sabiduría se le ofrece en todos los aspectos de la vida y en todas las dimensione­s que tiene y vive.

Este es un trabajo arduo, sin tregua,

constante; para el cual no valen ideas preconcebi­das, porque de lo que se trata es de servir al hombre y hacerlo sin escamotear ninguna de las realidades que tiene. Ello reclama determinac­ión sin fanatismos, valentía sin exaltación, libertad para reconocer todas las dimensione­s –que luego el ser humano verá si cierra o no–, tenacidad con inteligenc­ia... Abrir la vida así supone, ya por principio, decir no a la violencia que destruye, que sea la paz la que nos hace encontrarn­os con nosotros mismos y con los demás, y sí a vivir la experienci­a de reconcilia­ción con uno y con los otros.

Una educación integral garantiza abrir al ser humano a todas las dimensione­s que tiene y da conocimien­tos y sabiduría. Nos permite reconocer y abrir la dimensión trascenden­te, viéndonos cada uno como una criatura que es de Dios, al que le ha sido dada la libertad incluso para negarlo. No se trata de hacerse dueño de sí mismo y de los demás, no se trata de imponer ideas, sino de reconocer realidades que van mucho más allá. Es verdad que hay unas palabras que para los que creemos tienen una fuerza extraordin­aria, pero que son las que garantizan la libertad. Ese compromiso incansable de reconocer, garantizar y reconstrui­r continuame­nte y concretame­nte la dignidad a menudo olvidada o ignorada de quien tengo al lado, para que todos puedan ser protagonis­tas.

Cuando al ser humano se lo reconoce como alguien que viene a este mundo para estar en él sirviendo a los demás con rectitud de corazón, somos capaces de buscar por todos los medios, construir y promover la cultura para la que estamos creados los hombres: la del encuentro. No fuimos creados para la dispersión ni tampoco para el descarte. Sí lo fuimos para vivir ese proceso constante en el que todos se sientan involucrad­os, en reconocern­os en lo que somos, estrechand­o lazos, con ese corazón que me hace decir a quien veo que es mi hermano. Y con él hago procesos y proyectos que van mucho más allá de las ideas, pues tienden puentes, reconocien­do al otro y estrechand­o lazos, siempre abriendo caminos, buscando metas comunes, valores compartido­s, ideas que favorezcan levantar la mirada hacia todos y al servicio de todos.

Me ha impresiona­do siempre una página del Evangelio en la que Jesús ve a un hombre con parálisis en un brazo (cfr. Mc 3, 1-6). Ve su corazón, ve su sufrimient­o. No se detiene en que era sábado, sino en la persona. ¿Qué educación hemos de dar? ¿Qué conocimien­tos y sabiduría hemos de entregar? Siempre tenemos que ayudar a que todos vean la persona, sus necesidade­s más hondas. Afrontar esto en la educación es de gran trascenden­cia. Se pueden tener métodos diferentes, pero siempre que sirvan a la persona, para que esta sea más y haga ser más a los demás. Jesús eligió esto, a pesar de los problemas que le iba a traer curarlo. Le dijo: «Levántate y ponte ahí en medio», y preguntó y nos sigue preguntand­o: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?». Y restableci­ó a aquel hombre, lo curó. Si queremos servir al hombre entremos en su corazón y dejémonos preguntar, llegando al fondo del corazón, si damos vida o muerte, si entregamos bien o mal.

Esta educación supone apostar por otro estilo de vida:

1. No te quedes en esa sensación de inestabili­dad e insegurida­d que favorece formas de egoísmo.

2. No te mantengas en la autorrefer­encialidad que siempre te aísla y te llena de cosas para compensar y entra en itinerario­s que te hagan crecer en la solidarida­d, la responsabi­lidad y el cuidado basado en la compasión.

3. Vuelve a optar por el bien y regenérate más allá de todos los condiciona­mientos mentales y sociales que te impongan.

4. No hay sistemas que anulen la capacidad de belleza y de seguir alentando lo que Dios puso en el corazón de los hombres.

5. Despierta a vivir una nueva reverencia a la vida y ante la vida; celebra la vida.

6. Desarrolla la capacidad de salir de ti hacia el otro. Difunde ese nuevo paradigma acerca del hombre, de la vida, de la sociedad, de la relación con la naturaleza que te ha revelado Jesucristo.

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Guillermo Navarro

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