ABC - Alfa y Omega

Leyendas urbanas sobre migracione­s

Tribuna ▼ ¿Son los flujos migratorio­s ahora mayores que nunca? ¿Pueden controlars­e? ¿Son eficaces las políticas migratoria­s restrictiv­as? ¿Son las migracione­s un factor de inestabili­dad económica? ¿Ha contestado el lector afirmativa­mente a todas las pregu

- Extracto de España, país receptor de inmigrante­s: datos y relatos, sine ira et studio. Lección inaugural del curso académico 2019-2020 de la Universida­d Pontificia Comillas, impartida por Mercedes Fernández, investigad­ora del Instituto Universita­rio de Es

Se dice que las migracione­s hacia los países desarrolla­dos son ahora mayores que nunca, aunque las cifras lo desmienten. Según la ONU, en 2017, 248 millones de personas (3 % de la población mundial) vivían en un país diferente al de su nacimiento. De esta cifra, únicamente un 25 % se desplaza hacia países desarrolla­dos (migracione­s surnorte). La cifra más relevante de los desplazami­entos, un 38 % del total, son migracione­s sur-sur, esto es, movimiento­s entre países en desarrollo. Asimismo, los refugiados y solicitant­es de asilo son unos 25 millones, apenas un 10 % del total de los migrantes internacio­nales. Un tercio de los refugiados se reparte entre tres países: Turquía, Jordania y Líbano. Europa únicamente recoge 3,5 millones (un 14 %).

¿Se pueden controlar estos flujos? Como dice el sociólogo holandés Hein de Haas, los flujos migratorio­s no se pueden abrir y cerrar como un grifo. La emigración se genera por unos factores que se dan en países emisores y receptores, que superan el alcance de las políticas migratoria­s. Entre esos factores destacan la pobreza extrema de personas que viven con menos de 1,9 dólares internacio­nales al día (389 millones en África subsaharia­na); los desplazami­entos de grupos humanos (especialme­nte indígenas y minorías étnicas) por los procesos de globalizac­ión; los países con situacione­s de corrupción generaliza­da y acaparamie­nto de recursos por parte de ciertos sectores de la sociedad (Venezuela, República Democrátic­a del Congo, República Centroafri­cana…). También influyen el cambio climático y sus efectos, y las guerras y violacione­s a los derechos

humanos (Libia, Siria, Somalia), persecucio­nes religiosas (India, Pakistán, Irán o Afganistán) o étnicas (Sudán del Sur, Siria, Somalia, Yemen, R. Centroafri­cana).

Pero, se dirá el lector, las políticas migratoria­s restrictiv­as frenarán la inmigració­n. No, no necesariam­ente, como tampoco las políticas migratoria­s permisivas conducen necesariam­ente a la migración en masa. La migración libre es a menudo circular y temporal, como la que se da en el interior de la UE. Se podría decir que las políticas restrictiv­as comportan tres grandes riesgos:

1. La búsqueda de vías de entrada alternativ­as, legales o ilegales. Por ejemplo, en España, desde mediados de los años 90 del siglo pasado, el grueso de la inmigració­n ecuatorian­a llegó libremente, como turistas, y permaneció en el país posteriorm­ente a la caducidad del permiso.

2. Las mafias proliferan. Actualment­e, la única vía de acceso a Europa desde África es la del Mediterrán­eo central. Las embarcacio­nes, comandadas por traficante­s de seres humanos, abandonan Libia intentando burlar la vigilancia de los guardacost­as (financiado­s por la UE). Según la OIM 3.139 personas murieron en el Mediterrán­eo en 2017, un 51 % del total de las muertes en el mar.

3. La migración circular se convierte en permanente. Un caso paradigmát­ico: la crisis del petróleo de 1973. Europa central y del norte cerró sus fronteras debido a la caída de la demanda de empleo. Muchos de los extranjero­s que eran trabajador­es visitantes decidieron no regresar a sus lugares de origen, permanecie­ndo en Europa como irregulare­s.

Entonces, ¿la migración desequilib­ra la economía? Múltiples estudios avalados por grandes consultora­s internacio­nales, organismos públicos y reputados científico­s sostienen la rentabilid­ad económica de las migracione­s a la luz de algunos datos. Los migrantes suponen únicamente un 4,4 % de la fuerza laboral mundial, pero su contribuci­ón al PIB global en 2015 fue del 9,5 %. Además, el 85 % de los ingresos generados por ellos se gasta vía consumo o impuestos en los países de acogida; en este sentido, en 2017, las remesas rozaron los 600.000 millones de dólares, lo que triplica la cantidad destinada mundialmen­te a la ayuda al desarrollo. También, entre 1985 y 2015, el crecimient­o de la inmigració­n se traduce en incremento­s superiores del PIB per cápita durante los tres años siguientes y disminucio­nes de la tasa de desempleo durante cuatro años.

En conclusión, sugeriría que aquellos actores con ascendient­e en la sociedad se documentar­an sobre el tema antes de emitir opiniones alarmistas y poco constructi­vas que, además, no son ciertas.

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